La parálisis del hubiera

Valoramos la inteligencia, le damos uno de los mejores lugares en las dimensiones de clasificación ajena, pero ignoramos que la inteligencia también se equivoca, fracasa, porque puede ser incapaz de ajustarse a la realidad, de comprender lo que pasa o lo que nos pasa, de solucionar los problemas afectivos o sociales o políticos; cuando se equivoca sistemáticamente, emprende metas disparatadas, o se empeña en utilizar medios ineficaces; cuando desaprovecha las ocasiones; cuando decide amargarse la vida; cuando se despeña por la crueldad, marginación o la violencia. La inteligencia fracasa cuando no es capaz de ver al ser querido o nuestro propio equipo reclamarnos tiempo, paciencia, entendimiento, oportunidades. Fracasa cuando se baña de autosuficiencia, de jerarquía, de endogamia, de aires de superioridad, de falta de valor, en definitiva, fracasa cuando se encierra en el círculo de la torpeza.

Dentro este círculo existe uno de las mayores condicionantes que contamina y justifica nuestras causas, nos llena de coartadas, nos muestra pequeños vericuetos de escape y de auto justificaciones, se llama “La parálisis del hubiera”. Hubiera es la palabra más detestable del diccionario, felicito a quien la ha llamado un pretérito “imperfecto”, porque es eso…imperfecta.

Frente a esta “parálisis del hubiera” la inteligencia pierde la gran batalla, sus teorías se desvanecen, y todo ese entretejido arácnido se resquebraja. Y aparece el temor, la sustancia más veloz de la parálisis que de manera irreverente entra en las venas de la inteligencia que solo por segundos cree que está caminando pero, como es inteligente, también se da cuenta que lo está haciendo en arenas movedizas.

Ese mismo temor descubre que la inteligencia situó en un lugar las prioridades olvidándose de las necesidades. Vivimos en nuestro escenario “perfecto”, el escenario “debido”, aquel que los mandatos nos dictan, que la escuela del “ser, estar, parecer y semejar” nos ha enseñado. Y es en ese preciso instante que esa falta de visión estratégica, emocional y situacional nos genera impotencia, frustración, nos altera, nos parte en pedazos de ínfimos cristales, nos hace reconocer lo finito y lo ignorante que en realidad somos, nos pone en nuestro lugar de una manera abrupta. Y seguramente como la inteligencia está infectada por la parálisis del hubiera, diremos a gritos que no somos nosotros, sino el otro.

La inteligencia imperfecta probablemente podrá ser uno de los grandes motores de nuestros puntos de partida si creemos que realmente vivimos en un mundo rodeados de personas y no en pequeños auto reflejos.

En estos días miles de niños transforman su mundo imaginario en un escenario de ilusión y personajes navideños vuelan por sus mentes, sueños e infinitas cartas de promesas a cambio de un juguete. Existen razones obvias para entender que nuestro escenario anteriormente planteado no está plagado de esta inocencia, ingenuidad, sencillez o simpleza. El mundo imaginado de un niño frente al mundo  sentenciado por ese adulto. El circulo de lo simple frente al círculo de la torpeza.

En estas Fiestas de fin de año, estemos en el lugar del mundo donde podamos, queramos, o necesitemos estar, de alguna manera sentiremos la sensación del cambio, si bien es algo meramente estructural y calendario, esa sensación casi es inevitable. Por lo tanto, no dejemos pasar por alto esta brisa, esa pequeña llamada, simple, inocente, frágil, pero real. En la soledad de nuestra habitación o rodeados de nuestros seres queridos, intentemos salir del círculo, que por el simple esfuerzo de haberlo intentado “la parálisis del hubiera” irá lentamente disminuyendo, y podremos mirarnos a los ojos a nosotros mismo, a ese ser querido que olvidamos y teníamos al lado, al compañero de trabajo que esperaba ese café, a la persona de nuestro equipo que necesitaba de nuestra sonrisa o nuestro “¿cómo estás?”, al amor que no entendía por qué no… si sabías que era sí, a tus padres que solo mirabas para explicarles la hora de recoger a tus hijos.  

No dejemos pasar esta oportunidad para apartar nuestra torpeza y enterrar nuestros “hubieras”, porque la inteligencia de lo auténtico es el mayor coeficiente que un ser humano puede anhelar.

Felices Fiestas y gracias por este año increíble de experiencias y pensamientos compartidos. Luego de Reyes continuamos en este pequeño rincón del Management y la Comunicación.


DIEGO LARREA
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El talento del silencio

Me acerque a la cama de mi padre creyéndome mayor y con un afán justiciero y desafiante le reproché su silencio, sus pocas palabras, su falta de dialogo, y creí quedarme satisfecho ante su perpleja reacción enmudecida, pero el tiempo me demostró lo contrario y ese alarde de rebeldía, tal vez justificada, se transformó muchos años más tarde en el principio de esta redacción. Aprendiendo que el silencio también es espacio, es presencia y paciencia, es respeto, es cuidado, es aprendizaje y también amor, solo que en aquellos días para mí se vestían de distancia y frialdad de una manera rara. Y las ecuaciones inestables de la vida me demostraron lo sabio y valiente que hay que ser en determinadas circunstancias para poder llevar ese silencio a la cúspide del talento a pesar de todo.

Paralelamente soy un convencido que la palabra es uno de los mayores inventos de toda la humanidad, es el puente perfecto y un alimento completo y aborrezco a quienes se han encargado o se encargan de desenterrarlas, mutilarlas y amordazarlas. También soy consciente que es un arma ciega capaz de lo mejor y de lo peor, la mejor reflexión borgiana o uno de los mayores insultos de la historia universal como fue la propaganda de Paul Goebbels.

Puede llegar a  ser la eternidad expresada en palabras hacia un ser amado, pero también ausencia como un vacío agónico que sufre el desamado. Puede también llegar a ser reconocimiento por el esfuerzo realizado en un trabajo, por la tarea bien hecha, pero también transformarse en ignorancia lapidaria de un mal manager.

Esa dualidad existe en la buena aplicación de la palabra y el silencio, del dialogo y la escucha. El ser humano tiene un dinamismo centrípeto y un dinamismo centrífugo. Armonizar esos elementos contradictorios exige un gran alarde de la inteligencia.

Dicen que el primer grado de la sabiduría es saber callar; el segundo es saber hablar poco y moderarse en el discurso; el tercero es saber hablar mucho, sin hablar mal y sin hablar demasiado.

Nos molestan los silencios que se producen hablando con una persona mientras vamos en el coche, en el ascensor, el autobús, o caminando, nos inquietan, necesitamos imperiosamente decir algo, sobre el tiempo, sobre el partido de anoche, sobre si está lejos o cerca el fin de semana o las vacaciones, si ya quedó atrás el verano o está por comenzar, etc. Y aquí no creas que hago una apología de la “no comunicación” y del “ser ermitaño”, para nada, lejos está mi reflexión, simplemente creo interesante focalizar en  ese vacío que nos produce cierto nerviosismo en muchos de nosotros y nos limita (claro está que hay algunos que solo tienen ventanas hacia dentro y de estos detalles ni se percatan ni los experimentan).

¿Cuántas veces nos dieron ganas de decir en voz alta y claramente que es mejor callar si no vamos a ofrecer ninguna solución? El silencio como comprensión y apoyo cuando tenemos las manos vacía porque muchas veces es mejor evitar dar el “bendito sabio consejo” desde el pulpito y bajar al planeta tierra simplemente caminando al lado de la otra persona. Lo agradecerá infinitamente más.

Si hay excepcionales obras musicales que sin su silencios entre corcheas y fusas no habrían alcanzado el título de obras maestras porque nos empeñamos en borrarlos del pentagrama de nuestra comunicación?.

El silencio es también expectativa frente a otro silencio. Un duelo muy poderoso muchas veces generador de grandes rupturas, de grandes decepciones no sólo en el ámbito personal sino en el profesional.

El silencio es inteligencia pero también es ignorancia, el silencio es espacio pero también es abandono, el silencio es respeto pero también es desprecio.

Si alguien espera en el silencio hay alguien que no tiene la suficiente inteligencia o liderazgo para dar una respuesta. Si alguien se excusa en el silencio hay alguien que no tiene la suficiente madurez para sostener más su eterna resignación del "hubiera".

Nos pasamos nuestros primeros nueve meses escuchando sonidos, palabras, ecos, murmullos, onomatopeyas, músicas, golpeteos, etc., Y  fue esa actitud contemplativa que nos hizo crecer centímetro a centímetro hasta escucharnos a nosotros mismos llorar por primera vez con un grito. Lo demostramos desde el primer día que somos capaces de escuchar y de crecer. Saber escuchar desde el silencio oportuno y actuar desde la empatía generosa y sensata.

Si hasta en nuestras amadas redes sociales el ruido polifónico desafinado comienza a ser materia de estudio de los grandes expertos en el sector, porque lo que hoy representa una de las herramientas más poderosas de los últimos tiempos, puede transformarse en el espejo más absurdo de la verborragia endogámica.

Papá, probablemente no recuerdes nunca ese momento de reproche adolescente, y si lo recuerdas espero no lo tengas en cuenta, pero quiero que sepas que en algún rincón de este cuerpo, siendo tan diferentes y tan iguales, puedo entender tus espacios, porque con el tiempo supe ver  en ellos cuidado, presencia y paciencia silenciosas.

Necesitamos un mundo de silencios inteligentes, de melodías  espaciadas, de comunicaciones dadivosas, de ayudas mudas, de reflexiones oportunas. El talento del silencio podría decir que está en nuestras manos, pero no, está en nuestra escucha,  nuestro sentido común y fundamentalmente, en nuestra boca.


DIEGO LARREA
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La rueda del hamster (¿te subes o te bajas?)

Fuimos incitando, generación a generación, a que el rítmo de la vida se suba en las cintas de correr del gimnasio universal, y como un personal trainer enfadado pero contra nosotros mismos le fuimos dando al botón de aceleración hasta que la coordinación de nuestros propios músculos no podía resistir tamaña velocidad y salimos despedidos como un dibujo animado contra la pared.

En el mundo de los negocios y en el personal, está la necesidad de balancear la vida, de respirar profundo, de aprender a ser personas, y como consecuencia, de ser productivos en nuestra profesión. No se puede avanzar si se está lisiado emocionalmente. No se puede ser creativo si se hace una actividad que odiamos. No se puede ser productivo si nuestra vida fuera del trabajo es un caos. No se puede ser un profesional si no vivimos de manera consciente. En definitiva, no podemos avanzar si tenemos constantemente la sensación de estar subidos a la rueda del hámster, donde no avanzamos, nos cansamos, nos agobiamos, sentimos la sensación de no llegar nunca a ningún lugar, donde las metas parecen eternas, donde todo carece poco a poco de sentido y donde las excusas por recomenzar un día se van cayendo a pedazos.


Somos personas y así como el Marketing estudia el comportamiento de los clientes desde lo más interno del psiquis, hasta lo más evidente del comportamiento trivial para poder llegar cada día más al núcleo central de las decisiones y preferencia de compra, dentro de nuestro ambiente laboral debería existir la misma preocupación por el comportamiento interno de cada colaborador, si somos “facilitadores” para que nuestros equipos se suban o se bajen de esa rueda.

¿En qué parte de esas sensaciones podemos incidir de manera positiva o negativa con nuestro entorno, incluso el familiar?. Necesitamos, y hasta quizá debemos, entrar también en ese núcleo central porque tenemos una responsabilidad social como managers. No solo por el mero hecho de la búsqueda final de la productividad basada en la motivación, sino por hacer real la proximidad con el verdadero entorno de nuestros trabajadores, hacer real los valores que profesamos dándole una credibilidad sostenida a nuestra estrategia empresarial.

La rueda del hámster no solo pueda dejar en fuera de juego a las personas, sino también a las empresas, porque el sistema es tan simple pero también tan complejo para ambas partes.

Por ejemplo, uno de los temas más prevalecientes de la era moderna es que vivimos estresados. ¿Cuántas veces has escuchado esa palabra salir de la boca un amigo, pareja, jefe, compañero, etc.?. Es tan nuevo el concepto que hasta la palabra estrés en algunos diccionarios del castellano ni existe. Supimos aglutinar en ese término muchísimas sensaciones experimentadas en “la rueda”, porque no encontrábamos un término mejor, porque comenzó a ser una sensación hasta incluso para demostrar que éramos importantes, que éramos útiles, como si el no tener tiempo fuese una medalla.

Está claro que para bien o para mal hay clínicas, técnicas, manuales y guías para "desestresarse", porque el discurso que comentábamos es una cosa y el cuerpo y la mente otra, y estos últimos no piden permiso para tomar decisiones por nosotros.

También cabe aclarar que la gente se puede morir de estrés y se puede morir por falta de estrés. Es tan malo mucho como poco. Un exceso de estrés genera los mismos síntomas que una carencia de estrés, y a ambos se pueden llegar por la misma vía. Y siempre desde mi ignorancia, contradigo a Hans Seyle, cuando dijo que el estrés "bueno" era aquel que reta a la persona, la alimenta y le provee un vehículo de expresión, porque prefiero llamar a las cosas por su nombre y esta necesidad describirla como estímulo, motivación, etc.


“Aquí se está para trabajar, la felicidad déjala para tu casa”. Puede sorprendernos o no escuchar esta frase, pero en el siglo XXI lamentablemente es más frecuente de lo que quisiéramos. Podemos decir que no pertenece este tema a nuestra área de interés, podemos decir que es un tema que no nos compete, incluso tacharlo de contener tintes psicoanalíticos y alejado de lo tangible, de nuestro mismo negocio, pero es tan de valientes preguntarnos por qué no nos cuadran las cuentas y qué hemos hecho mal, como valiente es preguntarse por qué mi gente tiene problemas y qué nosotros, desde el lado que nos toca, hemos hecho mal.

Hablar desde el desencuentro, la fragilidad, desde la ruptura interior, desde el vacío, desde la misma tristeza no significa para nada vestirnos de luto y mirar la vida con gafas negras, sino más bien llegar cada día más al núcleo central de las personas, al mejor punto de crecimiento, al comprender exactamente dónde tenemos que mejorar, dónde podemos invitar a bajar de la rueda a nuestro ser querido, a nuestro amigo, a nuestro colaborador. El sentido común nos volverá a dar el sentido perdido.

Demos pequeños grandes pasos. Pongamos en valor el conocerse de verdad independientemente al ámbito en el que nos encontremos y dejando la heredada estupidez “que uno es de una forma en el trabajo y una en nuestra casa”, porque si es así, no nos debería interesar relacionarnos con el 50% de esa persona. Los miedos tienen disfraces sorprendentes.

Otros pasos pueden ser el compartir abiertamente distintos aspectos sin tapujos, rompiendo las barreras jerárquicas, estableciendo una relación de confianza, animándonos también a vivir momentos de esparcimiento, generando experiencias agradables y únicas, entendiendo a los  detalles como un imán de la importancia. Los detalles, el pequeño gran secreto de toda relación personal o profesional.

Tengamos en cuenta que aquel que se había subido a la cinta de correr o a la rueda del hámster, instantes previos a esa decisión contaba con una gran energía. ¿Qué pasó entonces?. ¿Quién dio realmente al botón de la máquina para acelerar la carrera? o ¿por qué no fuimos capaces de quitar la rueda?. Estamos frente a uno de los grandes desafíos de la humanidad tecnológica del siglo XXI, la sociedad “agobiada” pero tenemos todas las herramientas en nuestras manos para revertirlo, tan solo es cuestión de abrir los ojos, mirar a nuestro alrededor  y ser conscientes que donde nosotros vemos una acción normal tal vez alguien vea una solución fundamental.

DIEGO LARREA
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La frustración delegada

Ser, solamente ser, “esa es la cuestión”, sin intentar todo el tiempo buscar la “felicidad prometida”, como una pelea interminable de la insatisfacción vs satisfacción que nuestros antepasados, películas y libros se encargaron históricamente de inculcarnos como el verdadero objetivo final.  Podemos ser y no olvidarnos de ser, de reconocernos, de conocernos, de experimentarnos, de dialogarnos, encontrando y reconociendo lo mejor y lo peor de nosotros, en esa justa armonía de la existencia, y no experimentar la agonía del vacío cuando las metas no las alcanzamos, llevando nuestra mente a una autoflagelación milenaria cargada de pequeños Sísifos aturdidos por subir y bajar siempre la misma montaña con la misma piedra.

El ser o no ser y la búsqueda del equilibrio dentro de nuestra propia identidad frente a la frustración e inseguridad en forma de gota malaya, no solamente es una acción característica del ser humano que como decía el maestro Serrat: “les vamos trasmitiendo nuestras frustraciones con la leche templada y en cada canción”, sino que también la encontramos en las empresas, aunque últimamente nos encarguemos dentro de ellas de ser cada día más operacionales por miedo a quedarnos fuera de la rueda del negocio y cada vez menos conductuales.

Decía Nietzsche que “el hombre sufre tan terriblemente en el mundo que se ha visto obligado a inventar la risa”, y hereda y delega la frustración del propio ser, buscándose permanentemente en distintos espejos de éxitos ajenos pero con tanto miedo por mirarse en el propio que olvida lo realmente importante, su gen inicial, su punto de partida. En las empresas la falta de conocimiento sobre su propia esencia, fortalezas, su propia idiosincrasia, su razón de ser, también genera frustración, desencanto, desapego, tanto de sus propios integrantes como de sus clientes. Escuchar a los demás cuando ya tenemos la decisión genera más desolación que el propio ejercicio de la “sordera directiva”. Creer que tenemos un entorno participativo, capaz de decirnos lo que piensa, que nos profesa fidelidad y jamás atrevernos a ponerlo en duda y bajar al “planeta tierra” para comprobarlo puede dejarnos en el desierto narciso más humillante.

¿Por qué reconocer que estamos cansados, agotados, faltos de inspiración, contrariados mal humorados, desconsolados, etc, es una debilidad?. ¿Por qué dudamos si es un punto de llegada o un punto de partida?. ¿Por qué someternos al “ya se te pasará” como si necesitáramos un consuelo?, y que esto no fuese un “momento glorioso” de inflexión o uno de los mejores estados de creatividad que grandes genios supieron utilizar para renovar ideas, generar nuevos pensamientos, descubrir, inventar, concebir, escribir textos inolvidables o armonizar melodías únicas, esa soledad inspiracional. ¿Por qué siempre ver la palabra felicidad como la tierra prometida si también en la frustración y el desencanto podemos abrir caminos inimaginados?.

El reconocimiento como espejo, independientemente del estado en que nos encontremos, es la mayor palanca de superación que ningún libro de autoayuda o management pueda recomendarnos. Las cosas por su nombre, y como decía Pascal el pasado y el presente solamente son medio para nosotros: el futuro es siempre nuestro fin. Por eso nunca vivimos realmente, sino que esperamos vivir. Alucinados siempre por esta esperanza de ser felices algún día, es inevitable que no lo seamos nunca.

Podemos estar solos y permanecer en reposo dentro de una habitación y desdecir las teorías que afirman que la gente en esa situación no sabría aburrirse, soportar su frustración, aceptar la tragedia sintiendo una angustia insufrible o un vacío insoportable de sí misma. Las organizaciones también se sumergen en situaciones de crisis internas, en estructuras fraccionadas, en estrategias incoherentes, todo por no soportar el silencio de las palabras ajenas, por no reconocerse a sí mismas teniendo la valentía de enfrentarlas con humildad y autenticidad.

¿No será hora de asumirnos a nosotros mismos, con nuestras propias miserias y virtudes, sin intentar externalizar los limites de hacia dónde debemos estar o no debemos para no caer nuevamente en las frustraciones delegadas que no hacen más que estereopitarnos y hacernos simple vagabundos de infinitos espirales inconexos?

Que esa leche templada y esa canción que el Nano nos cantaba en boca de nuestros padres, sea una vitamina de libertad interior que se transmita de generación en generación y nos ayude a ser, y solamente ser, y solo sea esa la cuestión.

DIEGO LARREA
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El Complejo de Erizo. (De Creencias, Convicciones y Emociones)

El cerebro sólo es consciente o es capaz de “ver” aquello que considera posible. Son las neurociencias actuales quienes nos dicen que la única “película” que vemos es la que proyecta nuestro cerebro, un cerebro que no distingue entre la realidad exterior y la interior. La realidad construida es la realidad percibida.

Esto explica bien el fenómeno de por qué tan a menudo nadie “ve” algo que, cuando es visto por primera vez, resulta “evidente” para todo el mundo y además por qué la actividad empresarial está siempre llena de oportunidades.  Al tiempo, también explica por qué a veces el ensimismamiento mental, la recreación incesante en los propios pensamientos, hace que pasen desapercibidos hechos que van conformando una nueva realidad.

Una realidad que no “vemos”, que no hacemos consciente ya que estamos confundiendo esa recreación interior con la mirada sobre el exterior.

La información siempre está condicionada emocionalmente por nuestra experiencia. Un nuevo mapa de la realidad, que hace aparecer nuevos caminos, golpea esa experiencia, y entonces nuestro apego por el viejo mapa se hace evidente, es el mapa que nos ha sido útil hasta aquí, y parece no importar que ya no responda a la realidad, por eso nos seguimos aferrando a él. En ese viejo mapa, las causas y los efectos están claros, y eso nos aporta seguridad; en el nuevo todo cambia, tanto las causas como sus relaciones con los efectos. Finalmente, ponemos el nuevo mapa en cuarentena y mientras tanto seguimos navegando con nuestro querido y “fiable” viejo mapa. Sin embargo para nuestra sorpresa, la navegación se hace cada vez más turbulenta, más impredecible. También en el mundo de la empresa existe esta dualidad entre el mapa antiguo y el nuevo mapa.

Constantemente se suceden acontecimientos inesperados, nuevos “accidentes geográficos” que no están en el viejo mapa y nos volvemos hacia él pidiéndole unas “explicaciones” que ya no puede dar. Quizá sea el momento de tomar una decisión y conocer qué es lo que realmente está sucediendo.

Porque el nuevo mapa marca con claridad que el camino que tiene sentido es el camino de los intangibles, porque la confianza y la emoción sí tienen sentido, tienen todo el sentido. Somos convencidos por la razón, pero movidos por la emoción. Y allí es cuando nuestro mapa comienza a romperse, y nos desesperamos, se nos deshace lentamente en las manos y la sensación de impotencia se acrecienta. Nuestro mapa estaba lleno de creencias, creencias que fuimos construyendo en nuestro día a día. Y una creencia es algo a lo que te aferras porque crees que es verdad. Y aquí la importancia de cuidar los pensamientos a los que nos aferramos, ya que ellos pueden determinar que esas creencias que generemos sean positivas o negativas para nosotros.

Y aunque sabemos que estamos caminando en contra de nuestro propio crecimiento personal o profesional son tantos los miedos que nos encogemos, nos hacemos pequeños, casi como una bola, nos sujetamos las piernas para que nada nos golpee, los ojos están cerrados y contra el pecho y de nuestra piel emanan grandes púas, queratinas duras. Es nuestro Complejo de Erizo que se muestra firme, rígido, infranqueable para ahuyentar la llamada del cambio, para ahuyentar la nueva imagen real de nuestro espejo, el crecimiento coherente según nuestras emociones, para ahuyentar la necesidad de adaptación, etc.

Estamos condicionados, llenos de malos hábitos y creencias limitantes (negativas), cultivadas durante años de vida, por la educación, la familia y la sociedad, o por la misma historia vivida en nuestra empresa, razón por la cual están profundamente arraigadas en nuestro inconsciente, en nuestro día a día, y manipulan nuestro comportamiento, definen nuestro carácter, y muchas veces nuestro destino.

Pero podemos abandonar esas cadenas limitantes encargadas de escribir por nosotros nuestros futuros pasos, y podemos abandonar esa especie de comodidad costumbrista dándole una oportunidad a lo que verdaderamente nos motiva y nos hace desvelar, ilusionar, vibrar cuando tenemos la oportunidad de hacerlo o hablarlo, y sobresaltar de la cama justo hasta que nos encontramos nuevamente en la mano el viejo mapa que nos incita a encorvarnos, replegarnos, y volver a nuestro estado de erizo.

Normalmente vemos la motivación como un agente provechoso pero como todo tiene su lado B, y aunque no tenga mucha prensa también existe la motivación nociva que nos mantiene atados en el mismo lugar, esa motivación es el miedo a lo desconocido, a lo nuevo y a  la incertidumbre que genera. Nos sentimos bloqueados y nos descubrimos repitiendo comportamientos recurrentes para no ponernos en marcha. Hacemos lo mismo y esperamos resultados diferentes decía el gran Albert Einstein.

Y todos tenemos el privilegio de alcanzarlo en condiciones socialmente igualitarias. El mismo Einstein donó su cerebro a la humanidad para ayudarnos a descubrir el secreto y no se notó ninguna diferencia de “hardware”, porque lo importante era el “software” con el que lo hacía funcionar. Igual que nosotros, igual que el “cerebro” de nuestra empresa. El cuerpo calloso que conecta los hemisferios cerebrales era igual al nuestro solo que él se atrevía a que hubiera un tránsito intenso de pensamientos racionales, emocionales y creativos..

Jose Antonio Marina escribía una frase dura pero que nos abre un buen camino en esta reflexión: “Ante la disyuntiva de evitar el dolor o encontrar el placer, el ser humano elige la primera aunque renuncie a la posibilidad de ser feliz”.

Entre el ser que soy y el que deseo ser hay un vacío, y nos pasamos la vida jugando al suicida entre un borde de la cornisa y el otro borde, hasta que un día nos caemos al precipicio de nuestra frustración o caemos al vacio y desaparición de nuestros proyectos o empresas.

Y para colmo sabemos que el hombre es el animal que choca dos veces con la misma piedra y error repetido es error malo. El error bueno surge haciendo algo nuevo, como Edison que inventó la lámpara eléctrica porque no repitió los 999 errores previos.

No dejemos que el Complejo de Erizo domine nuestras decisiones. Busquemos un punto concordante entre nuestras creencias, convicciones y nuestras emociones que como dice el refranero castellano: “solo el tonto y el mezquino andan dos veces el mismo camino”.


DIEGO LARREA
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Impulsividad y Paciencia (Las siamesas del Liderazgo Situacional)

El médico les dio la noticia que las niñas eran siamesas. Y casi sin tiempo para lamentaciones tuvieron que enfrentarse a la dura operación por separarlas. Las dos niñas salieron en perfecto estado y superaron con gran valentía el primer gran escollo en sus vidas. Las pequeñas Impulsividad y Paciencia” se daban la mano casi como un acto reflejo frente a la sorprendida, feliz y sonriente cara de sus padres. Después de estar unidas desde sus venas y entrañas comenzarían sus primeras horas de autonomía plena. Y como suele suceder en muchos de estos casos no paraban de buscarse y encontrarse noche tras noche, día tras día. Cuenta mi leyenda que al enfadarse por ser separadas quisieron vengarse renaciendo una y otra vez dentro de cada ser humano, intentando volver a estar juntas, pero nunca lo consiguen. Lamentablemente esto también hizo que se enfadasen entre ellas.

Esta es la “verdadera” explicación del por qué llevamos dentro estas dos niñas enemistadas entre sí, que alguna vez fueron siamesas felices. Luchamos desde siempre contra ellas sin conocerlas. Intentamos muchas veces reconciliarlas sin obtener resultados. Nos dominan y transforman. Cambian nuestras decisiones, conductas, pensamientos y teorías. Se burlan de nuestros valores y nos ponen a prueba de manera continua. Las ignoramos, pero no por mucho tiempo, porque vuelven a aparecer cuando menos las esperamos. Se despiertan en nuestro trabajo, en nuestras relaciones, en nuestra casa con nuestros hijos, parejas o amigos, en nuestros estudios, en nuestros deportes, etc., tienen esa “maldita” habilidad de estar en los momentos claves de nuestras vidas. Y hasta en numerosas ocasiones nos hacen sentir que no hemos sido nosotros las mismas personas que han actuado de esa manera, no nos reconocemos y el vapor del espejo no nos deja ver con claridad.

Estas “siamesas” son todo un reto y un desafío para nuestro management, para nuestra conducta, para nuestras capacidad de relacionarnos, para llevar adelante con valentía e inteligencia muchas decisiones. En definitiva,  son uno de los mayores objetivos a alcanzar para posteriormente poder lograr nuestro verdadero liderazgo situacional en todos nuestros ámbitos.

Será que por llevar a estas dos siamesas dentro de nosotros creemos que la impulsividad y la paciencia pertenecen al mundo de los niños, y esto sabemos perfectamente que es categóricamente un error. Si bien estas dos pequeñas nos acompañan desde nuestras primeras horas de vida, van creciendo en la misma medida que crecemos nosotros. Por lo tanto viven y conviven en nuestros primeros pasos y también en los últimos. Y en cada etapa se manifiestan de diferentes maneras. Y la paradoja comienza cuando pedimos que aparezca una más que otra en algún momento pero nosotros no somos capaces de dominarlas.

Lideramos familias, equipos, empresas, proyectos, y cuando ese líder que llevamos dentro actúa en cada momento con un comportamiento diferente que se adecúa a las circunstancias, lo llamamos liderazgo situacional. 

Tenemos en nuestro interior un sistema de “amenaza y protección” que está enfocado en detectar amenazas y conseguir la protección respecto a ellas. Se vinculan con emociones como el miedo, la rabia, la tristeza y el asco. Está también asociado con conductas disímiles como huir, pasar desapercibido o dar la pelea. Estas respuestas dependen de la evaluación situacional coste/beneficio de las opciones y de la comparación entre la magnitud de la amenaza y la auto evaluación de recursos disponibles.

La impulsividad y la paciencia nos delimitan un camino, para bien o para mal. Una forma de construir o de destruir. La impulsividad a veces se tiñe de positivismo cuando la consideramos un acto que sale desde nuestro interior y camina por la carretera del mundo creativo, del mundo de los afectos, etc. Pero con la misma velocidad puede transformarse en negativa y destruir todo lo que se le ponga delante,  se llame como se llame.

Y en cierta forma, la paciencia tiene también sus dos costados: el más popular y comercial donde todos aceptamos que es un canal positivo, donde la pausa, la inteligencia, el temple y la estrategia son sus pilares de éxito, y por otro costado encontramos la paciencia transformada en quietud, desidia, conformismo, nervios, que también nos llevan a otro tipo de stress.

Cuando nos conocemos, y comenzamos a saber donde están nuestras mejores herramientas para utilizar o no utilizar nuestra impulsividad o paciencia, estamos también trabajando nuestro empowerment  (no como verbo sino como sustantivo), aplicando elementos cognitivos (creencias) y afectivos (sentimientos). En definitiva es la sensación que tenemos cuando podemos enfrentar una tarea o superar un obstáculo exitosamente, con una conducta auto-dirigida. En otras palabras, implica sentirse preparado, listo para hacer algo por propia cuenta. Lo contrario del empowerment es la impotencia (powerlessness).

La impotencia nos lleva a la frustración, a ver los cristales rotos desparramados por el suelo y saber que ya no podremos hacer nada por repararlos. Ese obstáculo no superado, ese camino mal elegido a veces es irremediable. Y en ese camino encontraremos a personas de nuestros equipos, a parejas, hijos o amigos matando talentos, proyectos, carreras, relaciones, ilusiones, etc.

Somos pequeños guerreros luchando permanentemente contra “nuestras siamesas”, pero convirtamos ese guerrero en aquel que busca ser lo mejor que puede llegar a ser, que ve todo como un desafío, que conquista sus debilidades y que supera su “impotencia personal”.  No olvides que mi leyenda de Impulsividad y Paciencia” se transmite de generación en generación, y que cada vez que cambien las condiciones (tareas, cargos, personas, relaciones, reglas de juego, contexto, entorno) vamos a necesitar adquirir ese estado guerrero nuevamente. Y la mala noticia es que ese cambio de condiciones no suele avisar, dándonos normalmente un bofetón en plena cara y si no estamos preparados el dolor y la frustración puede ser muy grande.

Úneles tú ahora esas pequeñas manos, esas manos que alguna vez casi como un acto reflejo frente a la sorprendida, feliz y sonriente cara de sus padres, hicieron de “Impulsividad y Paciencia” dos seres únicos, y demuéstrales que en su complementariedad y unión está su esencia y no su impotencia.
DIEGO LARREA
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Luz, cambio y acción (Innovación vs Excusas)

Preferimos los campos donde veamos su vallado claramente y cuanto más controlado visualmente lo tengamos, mejor. Nos da miedo o inseguridad lo que no palpamos, lo nuevo o lo que no dominamos. Por ejemplo, cuando escuchamos personas que hace 30 años trabajan en innovación,  cuestionamos si realmente tienen la capacidad para estar a la última: “¿qué me puede aportar este señor mayor?”. Cuando observamos maravillados los nuevos y desenfadados “jóvenes start-ups”, miramos desconfiados si realmente sus nuevas propuestas no son tormentas de verano. Los primeros, por vivir en el riesgo permanente, con el gran trabajo de convencer a los “dinosaurios” que una nueva era comienza año tras año y que vale la pena arriesgar; y los segundos, por adelantarse a lo que nadie supo ver antes, al menos, se merecen nuestro respeto y unos minutos de nuestra atención. Miles de ejemplos los respaldan en todos los siglos de la humanidad, en todos los ámbitos. No apaguemos su luz, que las cavernas son frías y sin ella nunca veremos la salida.

Este post no pretende dar cátedra de innovación o de creatividad, para ello ya existen grandes profesionales, solo intento como siempre que juntos podamos hacer algunas reflexiones claves al respecto.

La creatividad es una habilidad humana natural que nos viene dada, que rompe con las ideas convencionales pero debe ser combinada con el coraje para implementarlas. Y esto del coraje se convierte en algo realmente importante, porque la mayoría de la gente tiene ideas y algunos poseen unas que son realmente “revolucionarias”, pero son demasiado precavidos, prudentes, conservadores, incluso tímidos como para ponerlas en práctica.

Existe un temor que es la reacción de la gente cuando las expongamos o queramos llevarlas a la práctica y decimos frases tales como “qué va a pensar el jefe” o “a ver si en la Dirección se cabrean”, “pensarán que no entiendo nada del negocio”, “¿qué hago yo una persona de “x” departamento hablando de soluciones “x” para la empresa?”, “seguro que piensan que lo hago solo por destacar”, etc.

En el mundo del arte y de las ciencias vemos innumerables casos de creatividad e innovación, que si arbitrariamente los pusiéramos en una balanza tendríamos el lado del fracaso casi rozando el suelo y el éxito en lo más alto (vaya paradoja).

El verdadero riesgo es no innovar y el liderazgo lo encontramos tanto en la misma actitud emprendedora/ innovadora como en la otra mitad del círculo generador de espacios diversos, de confianza y flexibilidad.  Tener claro que existen dos mundos: el mundo operacional (hacer bien lo que sé hacer) y el mundo de la creación (fomentar sorpresas, innovar, etc.) es vital para poder dar el equilibrio justo en la aplicación del valor.

Todos somos naturalmente creativos, sí, no pongas esas cara!. Porque aunque algunas personas  tienen más talento natural que otras, todo el mundo puede aumentar su creatividad en el mundo laboral, de la misma manera que cualquier persona puede aumentar su habilidad musical o deportiva, con una formación adecuada y la constante práctica. Hay enfoques que se pueden aprender, habilidades que pueden ser dominadas, así como los ambientes se puede ajustar para fomentar una mayor creatividad. Incluso fomentando espacios no solo por áreas sino por colaboración más que por departamentos, por tipo de trabajo o por tipo de acústica, etc.

Si las empresas quieren promover ambientes creativos pueden seguir muchos caminos, pero lo más importante es enfocarse en un liderazgo adecuado que promueva la diversidad de ideas y la solidez en la formación de la gente. De palabras bonitas está hecho el mundo de los negocios, pero el riesgo solo lo toman algunos, mientras que a otras organizaciones o personas les cuesta abandonar el cortoplacismo.

Una reflexión que podemos hacernos es si tenemos una cultura empresarial permeable para introducir elevadas cuotas de creatividad y apoyar la intuición de aquellos talentos que las poseen. Pero, en este mundo megabyte ¿quién tiene el espacio y la oportunidad de hacer prueba error? ¿Damos, como managers, ese cobijo o respaldo a las personas para provocar esos espacios “a pesar de”? No se puede entrenar si no damos esa base de experimentación.

Mi padre, gran amante de la música clásica, el tango y la bossa nova (quien sin proponérselo me pasó esa pasión por este arte) me pedía desde el comedor de la casa que baje el volumen justo cuando el solo de guitarra de Brian May se convertía en una espada que cortaba el aire y daba paso a la irreverente voz de Freddie Mercury. Él no llegaba a sentir ese cambio, esa innovación que para mí era un camino abierto a miles de posibilidades inimaginadas. Seguramente nos pase lo mismo en nuestras empresa, pero deben existir esos “padres” que aunque no lo entendían y nos pedían bajar el volumen o cambiar el “disco o cassette”, de alguna manera nos dejaban un lugar para la experimentación y estoy seguro que desde su silla o desde su cama algo le llegaba a sus oídos curiosos.

Muchas personas siguen pensando que la innovación viene de un momento de inspiración repentino. Sin embargo analizando las innovaciones implantadas, la innovación viene más por el trabajo que por “encenderse la bombilla”. Se dice que la innovación es un 5% de inspiración y un 95% de transpiración, y las investigaciones realizadas así lo confirman.

Existen dos tipos genéricos de creatividad: la adaptación, que es un proceso de mejora de algo que ya existe y la innovación que es el proceso de crear algo nuevo o suficientemente diferente. El problema es que en general las personas que piensan de forma distinta no suelen encajar en las estructuras de las organizaciones formales. Se sienten o se les etiqueta de “inadaptados”. Es típica la frase “pensar fuera de la caja” cuando en realidad no debe existir dicha “caja”.

Es importante conseguir que los empleados estén orgullosos y se sientan responsables de la innovación de la empresa y que no sea una “palabra bonita” y de moda sino una herramienta cotidiana de trabajo desde lo más simple hasta lo más complejo, y en cualquier puesto de trabajo.

El miedo al fracaso no permite innovar. En los países latinos los conceptos de miedo y vergüenza son muy fuertes y hay que eliminarlos como barrera a la innovación. Por ello, cuando hablamos de participar hablamos de “animar a animarse” a vencer los miedos a proponer, a mejorar, a no dar todo por hecho, a no asumir las reglas por comodidad, y también saber gestionar esa capacidad creativa recibida.

Somos personas que, lo sepamos o no, tenemos un valor, un talento, y es nuestra responsabilidad con nosotros mismos saber y querer utilizarlos.

Que la indiferencia y la queja formen parte de las paredes de las cavernas que hemos dejado atrás y seamos capaces de iluminar caminos con nuestra luz creativa, intuitiva e innovadora en todos los escenarios posibles y motivemos sin excusas a todo el que tengamos a nuestro alrededor, porque la naturaleza es sabia pero el hombre es inteligente, aunque a veces lo disimule muy bien.


La película está a punto de rodarse: “Luz…cambio….y acción!!!”

DIEGO LARREA
Twitter: 
@larreadiego

Los "Halloween Líder" (¿Truco o trato?)

No necesitamos golpear la puerta de nuestros vecinos para jugar a “truco o trato”. Muchas veces en las puertas de nuestros trabajos encontramos verdaderos “monstruos” disfrazados de humanos que no saludan, que no preguntan, no miran, solo deambulan de un lado a otro como perteneciendo a una dimensión desconocida, ignoran todo lo que hay a su alrededor. Son “Los Halloween Líder”, pequeños grandes zombis que hacen que con su sola presencia uno se formule miles de interrogantes paralizantes alrededor de su misterio.

Figuras omnipresentes, que solo rompen el hechizo cuando se encuentran delante de su autoridad o de su círculo de amistad, y es allí cuando despiertan, se transforman, y cambian su semblante, transformando la blanca palidez en un rostro iluminado de felicidad invernal, se quitan las vendas y exhiben su mayor soltura, flexibilidad y “alegría”. Hasta que se alejan y vuelen a ponerse su disfraz para regresar deambulando delante de “los otros”.


“Los Halloween Líder” no solo tienen su mundo paralelo, sino que además generan un clima alrededor que huele a azufre… a miedo: “¡Temo que me despidan si digo lo que pienso!”, “¡Es arriesgado decirle la verdad al jefe!”,  “¡Aquí hay que fingir que apoyamos el cambio!”. Es lamentable que haya organizaciones desperdiciando la oportunidad de alcanzar el alto desempeño, debido a un ambiente que inhibe a sus miembros de expresar sus percepciones, emociones, sugerencias y criterios.

Podemos, no obstante, tener tres interpretaciones sobre el miedo:
  • En la primera, esta sensación es positiva pues estimula la superación, el máximo esfuerzo y el deseo de vencer barreras. Todos tenemos miedos y eso es sano ya que previene el desenfreno o nos aleja del fracaso.
  • En la segunda, argumentar miedo a decir las cosas podría ser una forma sutil de evadir responsabilidades y de producir más. Lejos de existir represalias, hay un comportamiento conformista o evasivo, que resulta propicio a quienes no apetecen enfrentar nuevos retos y por eso se escudan en un falso miedo, inventado por ellos mismos.
  • La tercera interpretación es la que deseamos destacar: el miedo es real, pues ser asertivos, decir lo que se piensa, es motivo de represalias. En este contexto sufren la creatividad, la proactividad, el sentido de pertenencia y el compromiso. El miedo separa a las personas, neutraliza la agilidad mental y constituye un terreno fértil para el fracaso, los errores y la desconcentración, porque el pensamiento defensivo inunda el ambiente de trabajo.
Cuando ese tipo de pensamiento reactivo se convierte en hábito, se duda incluso de las buenas intenciones y del cambio de actitud de los demás. Es más, hasta se podrían rechazar personas con buena voluntad por el miedo a lo desconocido. Según un viejo refrán: “el miedo conduce al enfado, el enfado a la ira y ésta al sufrimiento“. La alta tensión ante el temor reduce la tolerancia, el discernimiento y la empatía entre jefes y colaboradores.

Quienes sufren el miedo no trabajan fuerte por responsabilidad, sentido del deber o deseo de alcanzar los objetivos; lo hacen para evadir reprimendas, sobrevivir y mantener su empleo. Sin embargo, el miedo es la frontera a la pasión, la confianza y la productividad. ¿Quién es el responsable de abrir el portón para cruzar ese límite?

Algunos managers deben abandonar el miedo de constatar si inspiran seguridad, apertura a la conversación sincera y prudencia para decidir sobre lo que escuchan. Deben ser sensatos para rectificar conductas que atemorizan; la amenaza es una manifestación de incapacidad para convencer, persuadir y modelar comportamientos.

Como afirma Dadi Janki, “decir lo que está mal, si se hace con humildad, puede señalar el camino hacia lo que está bien“.

Desenmascaremos a “Los Halloween Líder”, hagamos un trato con ellos haciéndoles saber entre todos que preferimos las golosinas a los miedos, al silencio, a la indiferencia, a la marginación y al sectarismo… porque seguramente en el fondo ellos también tengan miedo, miedo a reconocer su verdadero rostro.

DIEGO LARREA
Twitter: 
@larreadiego