Tú sí que vales! (Perseverar también es innovar)

“No nos gustan como suenan los grupos de guitarristas, están pasados de moda”: Ejecutivo de Decca Recording Company, al rechazar a los Beatles, 1962. “Creo que existe un mercado mundial para alrededor de cinco ordenadores”: Thomas J. Watson, Presidente de IBM, 1943. “Es imposible fabricar máquinas voladoras más pesadas que el aire”: Lord Kelvin, matemático y físico británico, presidente de la British Royal Society, 1895. “No hay ningún motivo para que alguien tenga un ordenador en su casa”: Ken Olso, Presidente de Digital Equipament Corporation, 1977.

Si cada una de las personas que en su día estaban detrás de estas respuestas recibidas hubiesen abandonado su proyecto, su ilusión, su convicción ¿cómo continuaría hoy la historia en esos temas?

Desde el 2010, Finlandia celebra cada 13 de octubre el Day for Failure, el día del fracaso en el que empresarios, cineastas, deportistas y escritores se van turnando en la tarima y explican las razones por las que su proyecto no llegó a funcionar. El objetivo de esta y otras citas similares que proliferan en una treintena de países es cambiar la cultura del fracaso, de tal modo (según se lee en el manifiesto de la cita finlandesa) que nadie tenga vergüenza de haber fracasado y quede paralizado por el miedo. "Si no has fallado no has probado nada nuevo" dice uno de sus carteles de publicidad.

Ya lo dijo Lenny Leonard, el personaje de Los Simpson que trabaja junto a Homer en el sector 7G de la central nuclear de Springfield: “Todo el mundo puede equivocarse. Por eso los lápices vienen con una goma en el extremo”. Fracasar no es más que intentar algo y que no salga tal como se había previsto. Por lo tanto fracasar es consustancial al ser humano. 

Fracasamos desde que, siendo muy pequeños, intentamos aprender a andar a base de caídas. ¡Pero no por eso dejamos de intentar andar hasta conseguirlo!. Con ese espíritu deberíamos decir (y no estaría bien) que fracasamos al acabar una maratón en un tiempo superior al previsto, al enamorarnos de alguien y no ser correspondidos, etc. Aunque el fracaso por antonomasia sea el empresarial, algo lógico cuando la economía se ha convertido en la nueva religión del siglo XXI.

Cuando semánticamente ordenamos el verbo fracasar, muchas veces nos cuesta ordenar el sujeto, el verbo y el predicado: ¿fracasan los empresarios cuando se enfrentan a un cierre?, ¿los trabajadores que son despedidos?, ¿las personas que son desahuciadas de sus pisos?, ¿fracasan los hijos de muchas familias que no hallan trabajo y pierden la motivación para estudiar?...o ¿o fracasan los políticos que deberían de impedirlo?.


El mundo se está encomendando a que surja una generación de emprendedores, similar a la que apareció en Silicon Valley, en la bahía de San Francisco (EE.UU.), en la segunda mitad del siglo XX. Pero, claro, en medio de esta crisis económica, la primera lección es la posibilidad de fracasar y la necesidad de levantarse y empezar de nuevo, en vez de persistir en el error.

Aunque la suerte cumple una inestimable función terapéutica, la culpa fue mía. Normalmente, cuando tenemos éxito, por lo general pensamos que la suerte no ha intervenido, que la causa de ese éxito hemos sido nosotros, nuestro buen hacer. Sin embargo, cuando fracasamos pensamos que nosotros no hemos tenido nada que ver y nos inventamos un cabeza de turco, un fantasma al que llamamos suerte –o mala suerte– y al que no le importa cargar con las culpas.

Fracasado es quien se aferra a cosas que no funcionan. No se puede aprender nada de ningún libro sobre el fracaso, si siquiera de este post que estoy escribiendo, porque lo único que sirve es la praxis.

La clave estará en pasar a la acción, probar cosas y ver qué pasa, en lugar de hablar y hablar. Planificar, investigar, contrastar, proyectar pensando en aquellos detalles que nos pueden dar indicios de un paso en falso. Se trata de deshacerse de lo que no funciona.

Un ejemplo son las fiestas japonesas: para celebrar un divorcio las parejas celebran su ruptura como si de una boda se tratara, aunque en vez de ponerse el anillo, lo machacan con un martillo en forma de cabeza de rana, animal sinónimo de cambio en la cultura nipona.

Hacer un buen plan de negocio es importante y, no sólo eso, sino ir reexaminando la evolución del negocio para ir aprendiendo. También es básico entender las necesidades del cliente: en general, el emprendedor suele enamorarse mucho de su producto y descuida la parte comercial. Por ejemplo los artistas son muy apegados a sus obras que acaban de concebir y necesitan en el caso de los músicos el asesoramiento final de su equipo de trabajo o especialista en marketing discográfico para que hagan la mejor selección de 12 de sus 50 composiciones más reciente para lanzar su próximo CD. No todos dejan que sus “pequeños tesoros” sean cuestionados por otros.

Por otro lado, existe una cierta burbuja en torno al emprendedor como salvador de la situación económica, cuando lo cierto es que cada vez hay más fracasos debido a que en países en crisis financiera se decide emprender más por necesidad (en un 60% de los casos en España por ejemplo) que por auténtica vocación.

Hay muchísima bibliografía sobre la necesidad de intentarlo en cualquier ámbito de la vida, pues la historia de la humanidad está repleta de fracasos que han permitido mejorar lo que había antes. “El fracaso es una ocasión para empezar otra vez con más inteligencia”, observó Henry Ford, dando a entender que equivocarse puede ser un buen punto de partida para empezar a construir en la dirección correcta (en el terreno económico, en el sentimental y en cualquier otro).

En cuanto a Thomas Edison, repetía a menudo que cada error que dejaba atrás, era un paso adelante. De hecho, la bombilla de filamentos por la que es famoso no le salió a la primera, sino que realizó más de mil intentos, lo que llevó a uno de sus discípulos a preguntarle si no se desanimaba con tantos fracasos. “¿Fracasos? No sé de qué me habla. En cada descubrimiento me enteré de un motivo por el cual una bombilla no funcionaba. Ahora ya sé mil maneras de no hacer una bombilla”, se cuenta que respondió Edison tras ensayar durante ochocientos días con hasta 6.000 fibras: vegetales, animales e incluso con un pelo de la barba rojiza de uno de sus colaboradores.

Perseverar también es innovar, porque simplemente fracasa quien persiste en el error y el que no extrae lecciones provechosas de sus fallos. Algo que cualquiera podría aplicarse también a su vida privada, pero que también harían bien en recordar quienes en su momento no supieron observar que la crisis que azota al mundo entero era completamente predecible, en función de los errores que se habían cometido…¿O quizás estaba en su business plan? Si es así, entonces es otro tipo de fracaso que mejor debatirlo en post relacionados con “dignidad y valores”.

Resiliencia si, reverencia no (El compromiso compartido)

Cuando el management deja de ser un discurso para convertirse en un acto compartido de dos.

Los que trabajamos en el área de recursos humanos “sufrimos” una bipolaridad conceptual que nos hace entrar en distintos contrasentidos a la hora de analizar en profundidad algunas temáticas claves de nuestra área.

Estamos muy orgullosos, y con justa razón, cuándo vemos la evolución de los estilos de management que nuestras empresas han vivido a lo largo de estas últimas décadas. 

Compartimos como una victoria que las personas sean el epicentro de las empresas, el corazón, tanto en interno como externo (trabajadores y clientes). A partir de ese cambio de paradigma o de esta nueva línea de pensamiento comenzaron a surgir, como en todos los casos, desde grandes pensadores modernos, los mediáticos "expertos o gurus" en la materia y hasta nuestros conocidos mercaderes del templo.

Y nacieron las "grandes Biblias" que predicaban lo que debíamos hacer o cómo debíamos enfrentar esta nueva etapa. Y fueron grandes BestSeller y a ser texto "indiscutido" en nuestras presentaciones PowerPoint . Y tanto comenzamos a repetir y repetir las palabras o frases y conceptos aprendidos, como si estuviésemos en los primeros años del colegio, que empezamos a distanciarnos del "sujeto origen real" que dio sentido a esta evolución. Inexplicablemente (o no) la brújula dejó de apuntar hacia el norte.

Cuando en alguna de esas madrugadas nos despertamos, una y otra vez, por diferentes motivos familiares, personales o profesionales queda un espacio en nuestra mente nocturna para reflexionar sobre nuestra verdadera postura ante estos conceptos, que de cara a la galería suenan muy bien, pero repetidos de una manera sistemática pueden llegar a convertirse en verdaderos enemigos de nuestras propias teorías.

Sobre la relación personas- empresas elijo para mi ejemplo este de manera totalmente aleatoria de un reportaje en una revista empresarial: “Hoy en día el gran desafío es contar con el capital humano, que tenga las competencias adecuadas y la motivación que nos permita cumplir con nuestros objetivos”.

Si traducimos este mensaje a un lenguaje de hace 30 años atrás, podríamos decirlo de esta manera: “Hoy en día, nuestro objetivo es contar con buenos trabajadores que den el 101% y nos permita ganas más dinero”.  ¿Qué hay de malo hasta aquí? Podríamos decir que nada, que evidentemente las empresas no son una sociedad de beneficencia, y se acude a cada centro de trabajo con un fin evidente lucrativo tanto por el empleado por el empleador. El dilema no está en este gran detalle sino en el “discurso” aplicado (y una vez más la comunicación por valores jugando un rol esencial).

Cuando nuestra filosofía y estrategia carece de contenido o realmente no se ha adaptado a conciencia a las nuevas necesidades de los tiempos que corren y peligrosamente adoptamos este nuevo lenguaje sólo para maquillar esa carencia, se produce un gran vacío dentro de un gran volcán que esperará impaciente la hora de drenar su lava y llevarse todo lo que encuentre en su camino.

Dentro de los miles de ejemplos que seguramente vosotros asociaréis con facilidad, podemos poner el de la resiliencia, tan de moda en estos últimos tiempos. Según la RAE es la capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas.Y además se dice que es uno de los rasgos del carácter emprendedor.

El mundo de las empresas es muy dinámico, plantea múltiples oportunidades, nos pone en situaciones muchas veces limite, obliga a múltiples decisiones y acciones y en consecuencia, golpea figurativamente a emprendedores y managers, quienes sufren la deformación emocional del impacto de lo que no sale bien. Si no fueran resilientes, a cada fracaso seguiría un período de aplanamiento: no tomarían decisiones, no emprenderían cosas, no mirarían afanosamente el entorno en busca de oportunidades.

La resiliencia es pues un rasgo valioso, puesto que el manager que así quedara postrado después de un suceso adverso, sería menos eficaz que aquéllos que pronto, después de un evento desafortunado, están de nuevo en forma, aceptando nuevos retos.  Ese espíritu resiliente es el que transmitimos a nuestros colaboradores como ejemplo, como modelo a seguir.

Hasta aquí podemos estar más o menos de acuerdo en el planteo global. Pero la resiliencia es de carácter compartido? Si solo miramos una cara del cubo, el mensaje se vuelve adoctrinador, sectario y directivo. “Tú debes ser resiliente, esa es una de las puerta de tu éxito”. Pero ¿cuándo la empresa debe ser resiliente con el colaborador?, ¿cuándo es la empresa quien debe adaptarse también a determinadas necesidades de las personas porque el mundo global tiene hoy códigos diferentes, necesidades diferentes, estilos, ritmos y formatos diferentes? ¿Puede la empresa hacer ese ejercicio resiliente y dar la respuesta como ejemplo? Si la respuesta es no, deberíamos ser lo suficientemente valientes para no poner ejemplos en los cuales no podamos ser actores. Y así, en muchos ejemplos que los buenos manuales nos guían.

Hablamos de compromiso compartido, de objetivos comunes, de trabajo colaborativo, y soy un defensor de estos términos, pero tenemos que transmitir nuestra experiencia y nuestro conocimiento basado en realidades comprometidas, no en discursos banales de moda. El contrato no debería ser lo único que une a las personas y la empresa, porque si las reglas del juego están claras, incluido una buena política de reparto, los mensajes serán entendidos no solo con la obediencia por necesidad sino por el convencimiento de estar en un barco que además de conocer el mapa de ruta puedo decir que también es mío.

Sigamos trabajando por y para las personas, que será su verdadera evolución el éxito de nuestro negocio sin necesidad de reverencias ni de recetas sin médico y enfermo.

DIEGO LARREA
Twitter: 
@larreadiego


De las soledades 2.0 al Trabajo Colaborativo

Quizás alguno no se enterado aún, pero estamos viviendo en la era de la colaboración y una nueva revolución ha llegado para quedarse. Es la revolución que se dio en llamar 2.0. La escuchamos por todos sitios, TV, radios, publicidades, redes sociales, etc. Esta nueva cultura sacude hoy los escritorios empolvados de muchas organizaciones para levantar la voz y alertarlas que  existe una nueva forma de trabajar diferente a  lo que veníamos haciendo hasta ahora que suma automáticamente sentido de la pertenencia, productividad,  innovación y creatividad.  Con una fórmula muy sencilla: “cuanto mayor sea el compartir del saber hacer de nuestros trabajadores aflorará la creatividad general y mejorarán los resultados”. Esta necesidad por crear y por hacer partícipes a los demás del propio conocimiento es una de las motivaciones más potentes en el ser humano y una de las mejores maneras de conseguir rendimientos por encima del mínimo. Este es el verdadero desafío.

Aun en un escenario de crisis, atracción y retención del talento son palabras clave en la era digital, una era en la que la competencia obliga a la eficacia y a la innovación constante. Las personas son las que crean y las que consiguen que las organizaciones avancen, y esto sigue siendo válido aún para los periodos más críticos. Conseguir una fuerza laboral comprometida con el negocio y su proyecto es tan difícil como necesario. De ahí que las empresas se vean obligadas a poner en marcha medidas innovadoras, incluso a replantearse las nuevas tareas, funciones y competencias de muchos de sus puestos vigentes y necesidades futuras.

El cambio de paradigma en el ámbito social, laboral y empresarial, anunciado ya por diferentes autores durante las últimas décadas del siglo XX, se está contemplando en la actualidad en toda su magnitud. Este nuevo paradigma está siendo impulsado por una nueva evolución de las TIC (tecnologías de la información y comunicaciones) hacia herramientas que se denominan colaborativas, tecnologías sociales o 2.0. En palabras de Sáez, estamos pasando de las TIC a las TVIC, es decir, “tecnologías para la vida cotidiana” (Sáez, 2007). De hecho, podría añadirse que los términos TIC y TVIC dejarán de ser usados por las generaciones venideras. Dichas tecnologías estarán integradas de tal forma en su forma de vida que emplear estos términos será tan irrisorio como lo sería hoy hablar de una sociedad con energía eléctrica.

Vivimos y trabajamos en una sociedad que cambia con la tecnología y una tecnología que cambia gracias a la interacción de los que la utilizan. Todo ello a una velocidad de vértigo.

Es por ello que será nuestra responsabilidad facilitar el acompañamiento a aquellos que en nuestro entorno caminen a un ritmo diferente. No se trata de entender cómo funciona una App, como funciona un entorno web, o un móvil, tablet o un ordenador de ultimísima generación.

Necesitamos que la gente comprenda que hoy lo que se facilitan son los medios, pero el “hambre de interrelacionarnos” está vigente, y es imprescindible no provocar el aislamiento 2.0  o las soledades 2.0, sino todo lo contrario, salir de las cavernas para establecer sociedades de trabajo colaborativo que trasciendan fronteras, que interrelacionen edades y experiencias, y que por conciencia generen un valor añadido. Que la frase del poeta “A mis soledades voy, de mis soledades vengo” no se haga esta vez realidad.


Que la sociedad cambia con la tecnología no es una novedad y ha sido citada por diferentes pensadores pero si es una novedad, que la tecnología cambia con la colaboración del usuario.

Este cambio es el que nos lleva a hablar de conceptos como: 1) Web 2.0 (O’Reilly, 2005) o entorno 2.0, que facilita la interacción: colaborar y compartir información, añadir contenido, etc.; 2) “inteligencia colectiva” (Lévy, 1999); 3) “nativos digitales” (Piscitelli, 2009); 4) era de la colaboración; 5) “generación Einstein” (Boschma, 2008), conceptos que ponen de manifiesto que una nueva revolución, que tiene que ver con la manera de trabajar y de relacionarse de las personas, ha llegado para quedarse (Li, 2007).

Sabemos que los jóvenes son permeables ante las nuevas tecnologías colaborativas y las acogen con entusiasmo. Entre ellos, hay más early adopters que entre personas de mayor edad. La generación que se está incorporando a las empresas es digital y asume los valores de la red: apertura, agilidad, participación, horizontalidad, transparencia, colaboración, creatividad, etc. Siendo así, las políticas empresariales no puede quedar al margen de la cultura que respiran los jóvenes y de lo que acontece a nivel social.

Incluso, el cliente interactúa con la empresa de forma “colaborativa” y, dado que es atendido por empleados de la empresa, empieza a ser importante que éstos aprovechen los medios sociales para ser más efectivos en su trabajo. Otro de los desafíos será la atención a ese cliente social que compara, comparte información, demanda atención, pide soluciones y publica lo que piensa con un impacto y viralidad muy alta. Para ello, empleados y directivos tienen que zambullirse lo antes posible al mundo 2.0, entendiendo las reglas del juego, el cambio cultural y el nuevo lenguaje, y no observarlo como un mero cambio de “programa informático de moda”.


El ser humano es un ser social y ello implica que es capaz de crear con mayor avidez en colaboración con otros. La cocreación (creación a partir de ideas de otros) será cada vez más frecuente gracias a las tecnologías sociales.

La formación de comunidades en redes sociales generales o profesionales y el uso de las redes sociales colaborativas, consiguen que salten por los aires las estructuras formales y las jerarquías; que se colabore más teniendo en cuenta los conocimientos de la persona con la que se interactúa que su cargo; consiguen que las personas se comuniquen de manera natural en los temas de trabajo que son de su interés. Asimismo favorecen que las personas puedan demostrar sus competencias al resto de la comunidad. De ahí que es crucial la gestión del talento.

¿Estamos todos preparados para dar el gran salto y no caer al vacío? Hoy parece que todo lo sabemos sobre estos temas y que estamos empapados de lo que sucede y sale como novedad, pero… ¿realmente entendemos esto como un cambio de hábito, un cambio de modelo, de paradigma, donde se necesita muchísimo acompañamiento, formación, vencer las barreras de los miedos y de las soledades para enfrentarnos a un estilo de gestión más cercano, más humano a pesar de la frialdad de las herramientas? Los programas no mejoran los procesos. Somos nosotros, las personas, quienes lo hacemos.


DIEGO LARREA
Twitter: 
@larreadiego


Igualdad: "Los cromosomas de las competencias y las oportunidades".

Quería reflexionar sobre el  rol de la mujer en este nuevo mundo que estamos viviendo y se vinieron a mi cabeza innumerables clichés que coordinaban inexplicablemente (o no) mi cabeza automáticamente a textos preestablecidos, a frases ya leídas, a símbolos, signos, publicidades, días internacionales y siendo hombre, encaré las primeras palabras en el teclado con miedos absurdos a fantasmas como machismo, feminismo, y demás ismos que suelen encarcelarnos en la celdas del individualismo colectivo. Pensé sinceramente en varias ocasiones abandonarlo pero a la vez había una necesidad de expresar estos contrasentidos que estoy seguro que mujeres y hombres tenemos cuando pensamos en voz baja sobre este tema.

¿Y por qué sentimos esto? Ya dicho y hecho lo bueno y lo malo, avanzamos muchas veces en lo conceptual, en la legalidad, incluso en las empresas comienzan a circular los manuales del buen uso de la ley, pero me sigo sintiendo vacio. Somos muy proclives a poner “Días de” y hacer reconocimientos, pero hasta esto mismo me parece bastante discriminatorio, si bien estoy en un 100% con los contenidos, ¿por qué tengo que reconocer algo qué es, algo que existe y es lo qué es? No somos ilusos y sabemos que esas menciones o reconocimientos existen por las grandes atrocidades, desigualdades e injusticias de siglos y siglos vividas por las mujeres. Hasta allí estamos todos de acuerdo, y si no es así, no deberías estar leyendo esto. Entre todos podemos dar un paso más a nuestra línea de pensamiento y ser capaces de hacer añicos contra esa pared de la cuevas de cromañón la palabra roles, y restablecer aquellos papeles y funciones colectivas en un simple y justo proceso de desarrollo de nuestras mismas competencias y no por la arbitrariedad de la justicia divina y el poder de la historia y la genética.

El discurso patriarcal, tan impregnado en el discurso público, asocia el feminismo como lo contrario al machismo, o su versión femenina. Se entiende el feminismo como el machismo en las mujeres. Esto es una gran tergiversación del concepto y sentido político del feminismo.  Lo sabemos, y sabemos que la estrategia que adoptaron muchas instituciones hace años fue dejar de hablar de feminismo y hablar de “enfoque de género”, como si éste no se hubiera basado en la teoría feminista. Y que a la categoría de género se le quita el contenido político y sobre todo el sentido cuestionador de las relaciones de poder, que es lo que sí hace el feminismo. Pero aquí es donde me gustaría hacer el corte, y decir, que en nuestros propios  discursos o alegatos están las mismas discriminaciones, las mismas separaciones.
Vivimos en un mundo que deja la vida por estar conectado, estar cada día más cerca del otro, saber más de él y de lo que pasa a su alrededor  y contradictoriamente donde existen los mayores discursos de separación tanto familiar, territorial, conceptual de los últimos tiempos. La individualidad teje su tela con la paciencia de una araña hasta que logre atraparnos.


¿Qué hacemos en este afán de reconocer lo que es legítimo y que no es solo un derecho sino una razón de ser, algo natural, un valor compartido? ¿Qué hacemos desde nuestros lugares para aportar ese granito de arena?  ¿Nuestros modelos de comunicación en las empresas solo deben basarse en discursos integradores y en decir si tenemos que llenar nuestros textos de lo/la, suyo/suya, trabajador/a porque si no estamos fuera de la nueva normativa?

Si perdemos tiempo en batallas individuales nunca ganaremos la verdadera Guerra y seguirán diciendo desde Bruselas, sentados en un cómodo sofá, que el objetivo ahora es un 30% de mujeres entre consejeras y presidentas en  2015, y un 40% en 2020.
Hoy debemos más que nunca buscar los puntos de encuentro, ser capaces de establecer reglas claras del juego por competencias, habilidades y no por cromosomas. 

El espejo de nuestras casas nos dará muchas pautas y realidades. Todos desde nuestros rincones tenemos el granito de arena en la mano para poder cambiar, hombres y mujeres, abandonando todo tipo de comodidades (a buen entendedor pocas palabras), abandonando las convencionalidades, los estereotipos,  las individualidades, los roles arbitrariamente establecidos, los preconceptos, y reivindicar a las personas en general, a los seres humanos en su globalidad. Los discursos electoralistas no solo se hacen desde un Congreso, sino desde cualquier ámbito social o familiar, y cada uno tiene  la palabra. No quiero un manual que me enseñe donde está el equilibrio de la balanza, quiero voluntades de todos lados para dignificar al ser humano en su globalidad, y hacer que su desarrollo como persona y como profesional no tenga “genitales” sino cerebro y corazón.

Mi pequeño homenaje a todas las grandes personas,  que desde su rincón han dejado y dejan hasta la vida luchando por los valores universales, el derecho y la auténtica felicidad del ser humano sin slogans ni oportunismos.