La bicicleta sin ruedas

En un mundo tan zapping, tan click, tan “Enter”, tan “G”, tan wifi, tan de mercados, de bonos, tan de ayustes, de encuestas, de márgenes, de intereses, de “presuntamente”, de reformas, de RO positivos o negativos, de quiebras, fusiones, de autónomos o innovadores, de mundos laborales desequilibrados, perdemos (consciente o inconscientemente) muchas veces la perspectiva de quienes están o estamos detrás de esto: las personas, que somos o deberíamos ser el por qué, el qué y el cómo de todo. Así de sencillo, básico y obvio. Pero pareciera muchas veces que el reiterarlo lo suficiente y en voz alta no es motivo de cambio de rumbo o tendencia.

Dentro de esta carrera de fondo deberíamos, bajo mi punto de vista, tener la competencia, habilidad o talento de detectar tanto a nivel profesional o personal a aquellas personas que subidas a la bicicleta del esfuerzo, del trabajo, de la ilusión, de la superación, del dejarse hasta el último aliento, y haberlo intentado todo, siguen pedaleando pero sin ruedas, sintiendo la sensación que nunca llegan, que los carteles de kilómetros de la carretera de las oportunidades aumentan la distancia en vez de acercarlas,  y que todo lo realizado no tiene ningún valor porque los resultados no aparecen y las culpabilidades nos devoran como El aquelarre de Goya.

Es allí donde las teorías se agotan, donde las palabras sobran, donde los libros best seller solo sirven de apoya cabezas agotadas, donde las palmadas de consuelo ya no se sienten, donde ni siquiera brotan las ganas de compartir lo que me sucede por miedo a aburrir con la misma “película” de siempre, donde no queremos mostrarnos vulnerables en el mundo de los superhéroes porque dejar ver nuestro agotamiento y tristeza es incompatibles con la “sociedad estándar happy” como veíamos en el post anterior.

He escuchado alguna vez (y agradezco que solo fuese alguna vez) dentro del mundo empresarial  determinadas reflexiones sobre la evolución del ser humano y sus dificultades dentro de sus realidades diarias, como: “nosotros no somos una Fundación, esto es una empresa donde se viene a trabajar y punto”. Por suerte el siglo XXI está inundando de profesionales dispuestos a demostrar y a hacer vivir el mundo de los negocios con un prisma moderno y no del mesozoico, donde la persona es la piedra filosofal de cualquier iniciativa sea por quien la realiza (trabajador) o por quien la recibe (cliente), donde los verdaderos valores se viven actuando con sentido común, siendo auténticos tal y como somos en nuestro día a día, con estilo de proximidad y una responsabilidad social creíble con nuestro entorno más cercano porque no hace falta montar grandes proyectos fuera cuando aún quedan responsabilidades internas por descubrir en casa.

Las cuestiones que podemos dominar, demostrar, probar y cambiar rápidamente son las que nos atraen porque siempre son “agradecidas”, y allí no dudamos en estar presentes, pero las circunstancia que requieren de animar sin caer en la estupidez, de escuchar sin desconectar, ni mover la cabeza de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba pronunciando un especie de afirmación indescifrable que hace que ni abramos nuestra boca con el “mmjúm”, o que consolamos con el:  ”y yo más” o “eso que te pasa yo ya lo viví”, son aquellas que menos dominamos, las que más nos incomodan, las menos valoradas y por desgracia las más necesarias.

En este caso que hoy abordamos, las casualidades y las causalidades se estrechan la mano pero no para ayudarnos a subir, sino para no dejarnos pasar, para que nuestra bicicleta sin ruedas siga siempre en el mismo lugar por más que hagamos los que hagamos. Las teorías de las oportunidades y del saber estar en el lugar y en el momento correcto son altamente efectivas pero dejan de tener valor inmediatamente cuando las cruzamos con circunstancias imprevistas que nos dan bofetadas tsunámicas en pleno rostro mientras seguimos pedaleando solo por inercia.


Alguna vez hemos comentado el síndrome de Sísifo, donde la roca pesada al subir la montaña se desplomaba en la cima y retrocedía hasta abajo, y en un interminable y frustrante ir y venir el fundador y rey de Corinto repetía como castigo esta acción una y otra vez. En nuestro caso no es un castigo, pero se vive como tal, con todas sus sensaciones. Y aquí nadie pone en duda que la roca sube y sube día tras día a su cima, o que nuestra bicicleta intenta avanzar, pero la roca cae, y las ruedas no existen.

La vida no es magia aunque ame la magia y ame la vida, y las cosas no suceden ni sucederán bajo su influencia, y ni la roca se quedará en la cima o pasará del otro lado, ni las ruedas aparecerán solas. Como decimos en la calle “nadie nos regala nada” y “nadie hará las cosas por nosotros”, son muy pocos los “afortunados o desafortunados” que tienen la contención permanente de su núcleo cercano para todos los actos que realizan y a veces lo tienen tan asumido que tampoco lo valoran.

No permitamos que sea tarde y que todo nuestro convencimiento, tesón, ilusión quede sumido en nada. Recojamos un segundo de ellos tan solo para replantearnos una manera diferente de hacer las cosas, porque si algo no funciona como queríamos hasta ahora, por más vueltas que le demos o por más esfuerzo que estemos realizando quizás sea el momento (si las circunstancias nos lo permiten) de bajarnos de la bicicleta, darnos cuenta que las ruedas no están, subir esa bici a nuestros hombros y caminando muy lentamente acercarnos al punto más próximo, sentarnos unos minutos y pensar. Que las ganas de pedalear no desaparecerán, nuestro espíritu de superación no desfallecerá,  y que somos los únicos capaces de cambiar las cosas con la humildad de entender que será hasta el límite que la vida nos deje. Y si no somos los que estamos allí sentados pensando en el cambio, pero estamos personal o profesionalmente cerca de esa persona, que tengamos la valentía de sentarnos con él o ella a su lado, porque nunca sabremos cuando en nuestro incesante y seguro pedaleo nuestra bicicleta puede quedarse sin ruedas. Y como decía Baltasar Gracián: "Una habilidad mediana, con esfuerzo, llega más lejos en cualquier arte que un talento sin él."

DIEGO LARREA
Twitter: 
@larreadiego

La extroversión “asesina”

En un mundo donde el silencio es sospechoso y la pausa casi un milagro no tendríamos porque sorprendernos que aquello que no siga los cánones de la “sociedad estándar happy” sea visto con miradas de rareza o simplemente ignorado o descartado.

Nos hemos subido a un escenario donde debemos mostrarnos al cien por cien de nuestras capacidades, de nuestras fortalezas, de nuestras habilidades, de nuestras sonrisas, de nuestro optimismo, y donde queda terminantemente prohibido caerse, prohibido la pausa, prohibido la introversión y prohibido el cuestionamiento o replanteo. El acelerador de los resultados no concibe un debate en los cómos, y la velocidad a veces hace llegar más rápido pero otras ocasiona las mayores imprevistas colisiones. Dentro de este contexto no nos importa hacia dónde vamos pero necesitamos mostrar que estamos activos, que seguimos el ritmo: subir, bajar, correr y saltar. 

Vemos gente en la oficina o en la calle con un teléfono en la mano paseándose a una velocidad de alta competición y levantando la voz como cuando hablábamos por esos aparatos negros hace más de 30 años atrás, solo para irradiar un estado de adrenalina y entrega pura a “la causa”. También vemos correr personas de un despacho a otro como si de un incendio se tratase. No queremos que nos tilden de afligidos, de apenados, de pausados, de reflexivos. Estamos al borde de un colapso de identidad al vernos como un producto publicitario que necesita “venderse” permanentemente en todos los canales mostrando nuestras bondades, la felicidad que produce, la satisfacción que en él se puede encontrar. Algunos podrán sentirse más cómodos en estas pequeñas batallas cotidianas de supervivencia, pero hay muchos otros que no, ya que por suerte nos diferenciamos en nuestra personalidad, en nuestra historia, en nuestra experiencia, etc.

Cuando nos encontramos en esos espacios muertos de un viaje en avión, cuando dejamos nuestra mirada al vacío en un metro/subte, cuando cerramos los ojos unos instantes en nuestro sofá, cuando intentamos conciliar el sueño, cuando nos trasladamos en el coche sin saber cómo hemos llegado a nuestro destino porque no estábamos pensando en el camino, cuando a la segunda semana de las vacaciones (no la primera ni la última) nos sentimos los seres más libres del universo y somos capaces de comprender perfectamente (aunque una vez en nuestra rutina vuelva a ser parte de nuestro “delirio”) que la enfermedad de los últimos años es el stress, ocasionado por esta actitud de estar sobre el escenario permanentemente, sin parar, mostrando al personaje, y hasta incluso llegamos al máximo contrasentido de convertirlo ese stress en un valor. Y los ritmos de la vida y de los procesos son los que son, por más que nos empeñemos en apretar más a fondo el acelerador. Como decía Warren Buffett: “a veces no importa el talento o los esfuerzos, hay cosas que llevan tiempo. No puedes producir un bebé en un mes dejando embarazadas a 9 mujeres”.


La batalla es dura, y la extroversión asesina no perdona, no cuestiona, o te unes o te eliminan, así de duro y así de claro. Nos hemos sumado a la “drogodependencia de pertenecer” y necesitamos asociarnos al “Club de los elegidos o de los Divinos Sectarios” (como vimos en un post anterior), unirnos a los círculos preconcebidos donde existen códigos condicionantes y una normativa con derecho de admisión. Evidentemente las personas introvertidas juegan con las peores armas ya que estas “cualidades” de las que hablamos son un “talento” indispensable para la entrega oficial del carnet. 

Dentro de este microclima de relaciones y batallas por el “ser, estar, parecer y semejar” y en una cultura donde el ser social y la extroversión son muy apreciados por encima de todo, puede ser difícil, incluso vergonzoso, para una persona ser introvertida. Pero, los introvertidos pueden brindar extraordinarios talentos y habilidades para el mundo, e incluso representan un enorme desafío a la hora de seleccionar personas para un futuro puesto de trabajo ya que muchas veces descartamos estos perfiles por parecernos “desabridos”. Estimular y celebrar las diferencias en los equipos es una carta con fórmulas para el éxito.

La tranquilidad y la contemplación de los introvertidos los hace ser más creativos y hasta cierto punto logran generar un clima más favorable como líderes, que también deberían distinguirse por un alto grado de inteligencia emocional. Por ejemplo, dentro del mundo del management persiste la idea tan común que los extrovertidos son siempre los mejores líderes porque trasmiten siempre la imagen de ser más eficaces gracias a un "efecto de aura". Eso ocurre porque el líder extrovertido encaja en el prototipo del líder carismático que predomina en nuestra cultura y sobre todo dentro del análisis que hicimos sobre la “sociedad estándar happy”. Y, por consecuencia, solemos imaginar que tenemos que ser siempre entusiastas, desinhibidos y con mucha auto-confianza, buscando transmitir mucha emoción, una visión clara y dirección. 


Pero hay un valor igualmente real en el líder más reservado, más introspectivo y, en algunos casos, incluso silencioso, porque eso da lugar a que los empleados dialoguen con él, se sienten con más autonomía para tomar decisiones por cuenta propia. Uno de los indicadores más tangibles de proactividad se traduce en un sentimiento de responsabilidad en todo el equipo.

Hoy, de manera impensada, el mundo digital nos presenta una “red salvadora” para este tipo de perfiles con interacciones en grupos y en formato digital.  Como dice Susan Cain: “La protección de la pantalla mitiga muchos problemas de trabajo en grupo”. Esta es la razón por la cual Internet ha producido maravillosas creaciones colectivas, casi un “milagro” de la comunicación en el medio de la soledad, y eso también es Internet.

Si en las entrevistas de trabajo, en las promociones o en las defensas de proyectos se hubieran  descartado a líderes innovadores introvertidos como Einstein, Gandhi, Bill Gates, Steven Spielberg, Van Gogh, Chopin, etc., hoy algunas cosas no serían iguales.

El “pertenecer” es hacia uno mismo, es hacia el convencimiento de lo que soy y de lo que puedo hacer, de la diferencia que puedo marcar por mí mismo, por mi historia, mi cultura, mi experiencia, mis éxitos y mis fracasos, por ser capaz de romper estructuras, por alejarnos de la mediocridad cotidiana, del excentricismo de los escenarios como exaltación de personajes que no existen o no nos representan, de la búsqueda incesante por la aceptación cueste lo que cueste y  ser lo suficientemente auténticos (extrovertidos o introvertidos) para inspirar amor y confianza, con la empatía suficiente y ofreciendo nuestras mejores y auténticas competencias, independientemente del “volumen y las luces” que utilicemos.



DIEGO LARREA
Twitter: 
@larreadiego

Hágase “mi voluntad”

Desde principios de la humanidad el hombre sueña y transporta sus deseos a un contexto etéreo antes de poder transformarlo en una realidad. Y en ese análisis de los cómos, dóndes y cuándos, se producen innumerables “sumideros de la voluntad” donde caen estrepitosamente al vacío muchos kilos de teoría, imaginación, inteligencia y deseos. Esos grandes agujeros gélidos son los que marcan realmente la diferencia entre la acción (voluntad) y la inacción (falta de voluntad).

¿Cuántas veces nos encontramos contemplando emocionados algún video, leyendo algunos mensajes, escuchando alguna reflexión sobre personas que han superado instancias difíciles sea desde su imposibilidad física, emocional, familiar, laboral o social?. Nos sensibiliza y hasta la compartimos con amigos y familiares por distintos medios pero muy en el fondo, y de manera subconsciente, provocamos una cierta distancia entre ese hecho y nosotros mismos transformando ese mensaje en una película donde asumimos un rol de espectadores y no nos atrevemos a acercar la lupa a nuestras propias carencias, a nuestras propias “discapacidades” y por ende perdemos la perspectiva sobre nuestras verdaderas posibilidades.

Hágase mi voluntad y no la del "mañana tal vez", "para qué si así estoy bien", "¿y si no lo logro?", "¡más vale malo conocido que bueno por conocer!", etc.

La voluntad como un ejercicio permanente con orientación al hábito que no se mezcla con la motivación como generadora de una fuerza externa sino de algo arraigado en nuestro interior, que nos impulsa hacia la meta deseada. Un trabajo de hormiga o una tela de araña que abre a golpe de machete el camino entrelazado de los miedos, de la comodidad y de la autojustificación permanente. Somos expertos literatos en destramar centímetro a centímetro nuestra vida como auténticos “mártires de la realidad existente” dando rienda suelta a la teoría del "mundo contra mí", justificando que es por ello mejor quedarme como estoy no vaya a ser que todo empeore. Y lo hacemos con temas de trabajo, de familia, de relaciones personales o profesionales, de salud, de malos hábitos, etc.

Si bien el impulso sin la razón es ciego y la razón sin impulsos es paralítica, vaya a saber uno por qué maravilla del ser humano algunas veces, en determinadas situaciones límites, surge una fuerza interna justo en momentos donde “el todo y la nada se dan la mano”, donde miramos nuestra vida a contrarreloj. Es allí cuando científicos y médicos no pueden justificar la mejora, el cambio o evolución sufridos y tan solo pronuncian esta frase (fuerza de voluntad) como antídoto o remedio milagroso generado desde el laboratorio más perfecto: nuestro ser. Y con igual fuerza pero en sentido inverso, cuando ese gen interno decide matar la voluntad y la fuerza que ella genera, no hay curación ni expertos salvadores que puedan remediarlo. Somos los dueños exclusivos de la receta, de la llave y de nada servirán las bonitas palabras externas. Y como decía Feliciano Franco de Urdinarrain: “El valor no es la ausencia del miedo, sino el miedo junto a la voluntad de seguir”. 

Hay otra realidad con la que se encuentra la voluntad, donde la vida está llena de sinsabores, de grandes obstáculos, de injusticias, y en la que existen escenarios realmente complicados donde aplicar estas palabras puede resultar un tanto discordante porque las excusas se abren paso ante el alud de la realidad y leer decálogos de “la felicidad” puede resultar hasta insultante.  Las perdidas, por ejemplo, nos dejan shockeados, sin respuestas y pueden significar un gran escollo, incluso uno de los más altos y dificultosos para escalar.

Recuerdo a mi abuelo en sus últimos momentos en el hospital, y acercándome a él le hice una broma cómplice entre ambos: "Animo abuelo, que si sales de esta situación cambio de equipo de fútbol y me paso al tuyo"...y él entrelabios me susurró con su última sonrisa hacia mí y me dijo: "Ella se fue y nada tiene ya sentido". Me dolió lo que escuché, pero en el fondo lo entendí. Su voluntad estaba agotada, producto de la ausencia de su gran “motor”.

Pero a pesar de ello, de manera indirecta o directa, en muchas de estas situaciones revive el gen, contra todo pronóstico la supervivencia gana a la indolencia, porque hay un deseo, porque hay una meta, donde a pesar de todo sale a relucir esa pequeña llama interior, esa fuerza.

Juguemos el rol que juguemos como amigos, parejas, padres, hijos, compañeros, jefes, etc., deberíamos aprender a mirar un poco más en el otro, dentro del otro, qué sucede en el otro, “dejar de mirar el móvil (celular) de nuestro ombligo” y generar de manera valiente un simple acto de valoración, desterrando el “dar por hecho que todo lo sabemos, que todo lo conocemos, que ya todo lo hemos hecho y dicho, etc.”. En un mundo autista provocador de miedos, comodidades y falsas estructuras, la voluntad de ejercer esta actitud dignifica y ayuda a crear nuevos espacios de confianza, generando directamente un por qué o una ilusión, abriendo puertas y ventanas inimaginadas en el otro y en uno mismo.

Necesitamos ver la voluntad como un soplo de impulso interior que nos mueva desde las entrañas, haciendo que la coherencia de nuestros deseos se transformen en el mejor de los intentos: “el intentarlo”. Por eso no es un tema de motivación, las teorías de la motivación algunas veces se convierten en la explicación de la conducta, aunque dejan sin explicar el paso del mundo exterior a la cognición, el paso de los deseos a la intención y el paso desde la intención a la acción.

Los “miedos, la comodidad, la zona de confort y los hubieras” rodean de una forma guerrera a la voluntad, la someten, la ridiculizan, la desprecian, la rebajan a la mínima expresión, y terminan por convencerla que su inmovilidad es el éxito, es el acierto, es la mejor de las decisiones. Y la voluntad, muchas veces aturdida y cansada, se deja convencer y repite la frase del “no puedo” una y otra vez, hasta producir el síndrome de la falsa felicidad, a veces eterna, que por tanto repetir se convierte en parte de nuestro convencimiento.

Y  como decía Víctor Hugo: “Creer no constituye más que el segundo poder; querer es el primero. Las montañas proverbiales que la fe mueve no son nada al lado de lo que hace la voluntad”.


DIEGO LARREA
Twitter: 
@larreadiego

La venda de la comodidad

Cuando comenzamos los “años nuevos” nos planteamos intenciones muy interesantes, a veces ni nosotros mismos damos crédito a nuestros propios propósitos, pero son un buen ejercicio de reflexión, que paradójicamente se basa en un estímulo calendario que nos dice donde debemos comenzar y donde tenemos que acabar, pero sea como sea, la intensión en este caso sí que cuenta. En ese repaso de nuestra lista consciente o inconsciente entre brindis, regalos, ruidos, niños y uvas, a veces nos olvidamos de una de las cuestiones más básicas en las relaciones humanas y que muchas veces podrían llevarnos al éxito de esos mismos propósitos y actúan como venda de nuestra comodidad: “el no dar nunca las cosas por hecho”.

El dar por sentado algo nos aleja absolutamente de la posibilidad de ver las virtudes y los defectos que ofrece aquello que consideramos permanente, increíble, porque nada es permanente, y por lo tanto tampoco nada podemos darlo por sentado… y aun así lo damos, con esa especie de soberbia implacable de pensar que todo es igual, cuando nada ni nadie disfruta esa suerte.

Son nuestros propios miedos y nuestros propios “hubieras” (como hemos reflexionado en post anteriores) los que nos llevan a la justificación constante de nuestros actos o no actos. La inactividad de nuestros deseos o convicciones producto de la consolidación de nuestra comodidad, de nuestra zona de confort, de aquello que alguna vez hemos obtenido pero hoy ya no nos representa pero seguimos porque debemos seguir, porque creemos que debe aparecer esa “bendita chispa inicial” que la misma realidad o nosotros mismos nos hemos encargado de apagar con mucha agua pero seguimos, allí, mojados, con frío, confusos, aturdidos, pero seguros en nuestra propia inseguridad creyendo que no dar el paso es dar el mejor de los pasos. La estupidez humana algunas veces se representa con pequeños actos autoreflejos que enmarcan nuestras conductas y no hace falta mucha ciencia sino sentido común y abundante valentía para descubrirlo y reconocerlo. Y a veces hasta reconociéndolo y dando todo esto por hecho, muchas veces la venda sigue cubriendo nuestros ojos de comodidad y asumimos nuestra incapacidad y preferimos ir a tientas en un pasillo oscuro donde al menos podemos tocar a la izquierda y a la derecha y sostenernos sin saber hacia dónde vamos, pero “seguros”.

Viviendo en el mundo de las formas y no de los contenidos, damos por hecho muchas cosas y aplicamos el “IVA”  de esa estupidez humana: Ignorancia, Vagancia y Arrogancia.  Damos por hecho que lo sabemos todo, damos por hecho que  nuestro amor es suficiente,  damos por hecho que si aquella persona no me lo dice por algo será,  damos por hecho que  la gente que nos rodea está bien, damos por hecho que nos entienden, que nos escuchan, que ya lo saben, que se lo hemos repetido veinte veces, damos por hecho que nuestra forma de compartir es suficiente, que nuestra forma de relacionarnos es la correcta, damos por hecho que el otro es el que no ve lo que yo veo, damos por hecho que el otro debe entender nuestras repentinas decisiones, nuestras contradicciones y nuestros tiempos, damos por hecho que nuestra forma de trabajar con nuestro equipo  es la adecuada, damos por hecho que somos incapaces de recomenzar de cero y que unas manos vacías es derrota y no un comienzo, damos por hecho que mañana estará y podremos solucionarlo. Y no, y lo sabemos muy bien sin necesidad de ponernos místicos ni espirituales: nada en la vida es suficientemente permanente o intransigente como para no necesitar modificarse para  seguir existiendo de una mejor manera.

Dar por sentado algo es suponer, y suponer es dar por cierto y existente algo, es conjeturar a través de indicios. El suponer, además anticipa y predice. Y todo en la vida es como la vida misma. No se está vivo por indicio o late el corazón o no, porque la vida no es un indicio y nada de lo que le rodea puede declararse cierto a partir simplemente de indicios. Por eso es tan arriesgado dar por sentado algo y aseverar —a partir de indicios— el resultado final.

Atreviéndonos a considerar el “todo” y el “siempre” como algo no permanente, nos atreveremos a ver el todo como “sólo en algunos casos” y el siempre como un simple “por ahora”.  La valentía no es propiedad de los libros de princesas o de superhéroes , la valentía forma parte de nuestra capacidad del ser, y dentro de nuestro espacio llegamos hasta donde queramos atrevernos.

Dejarnos puestas las vendas de nuestra comodidad es no darnos la oportunidad de crecer, de aprender, de dejarnos sorprender por la vida e incluso por uno mismo. Alejemos los indicios y las verdades absolutas. La resignación, el miedo y la apatía junto a nuestro IVA”  de la estupidez humana (Ignorancia, Vagancia y Arrogancia) pueden ser el equipo que nos gane la final de nuestro partido definitivo si no despertamos a tiempo.

Aquel que desea avanzar en la vida, que desea innovar, romper con rutinas aburridas, quitarse de su mente la frustración constante, el deseo aniquilado, el conformismo, y descubrir nuevos caminos internos y externos, sabe que puede equivocarse, caerse, llorar, volver a ponerse de pie, quitarse las vendas, no dar nunca las cosas por hecho, y comenzar a asumir riesgos  si es que quiere vivir la maravillosa experiencia de crecer, de ser ejemplo para sus hijos, amigos y compañeros, y dejar la “lirica y la poesía” o los “es que” y ser un verdadero generador del CAMBIO con mayúscula.


DIEGO LARREA
Twitter: 
@larreadiego