La venda de la comodidad

Cuando comenzamos los “años nuevos” nos planteamos intenciones muy interesantes, a veces ni nosotros mismos damos crédito a nuestros propios propósitos, pero son un buen ejercicio de reflexión, que paradójicamente se basa en un estímulo calendario que nos dice donde debemos comenzar y donde tenemos que acabar, pero sea como sea, la intensión en este caso sí que cuenta. En ese repaso de nuestra lista consciente o inconsciente entre brindis, regalos, ruidos, niños y uvas, a veces nos olvidamos de una de las cuestiones más básicas en las relaciones humanas y que muchas veces podrían llevarnos al éxito de esos mismos propósitos y actúan como venda de nuestra comodidad: “el no dar nunca las cosas por hecho”.

El dar por sentado algo nos aleja absolutamente de la posibilidad de ver las virtudes y los defectos que ofrece aquello que consideramos permanente, increíble, porque nada es permanente, y por lo tanto tampoco nada podemos darlo por sentado… y aun así lo damos, con esa especie de soberbia implacable de pensar que todo es igual, cuando nada ni nadie disfruta esa suerte.

Son nuestros propios miedos y nuestros propios “hubieras” (como hemos reflexionado en post anteriores) los que nos llevan a la justificación constante de nuestros actos o no actos. La inactividad de nuestros deseos o convicciones producto de la consolidación de nuestra comodidad, de nuestra zona de confort, de aquello que alguna vez hemos obtenido pero hoy ya no nos representa pero seguimos porque debemos seguir, porque creemos que debe aparecer esa “bendita chispa inicial” que la misma realidad o nosotros mismos nos hemos encargado de apagar con mucha agua pero seguimos, allí, mojados, con frío, confusos, aturdidos, pero seguros en nuestra propia inseguridad creyendo que no dar el paso es dar el mejor de los pasos. La estupidez humana algunas veces se representa con pequeños actos autoreflejos que enmarcan nuestras conductas y no hace falta mucha ciencia sino sentido común y abundante valentía para descubrirlo y reconocerlo. Y a veces hasta reconociéndolo y dando todo esto por hecho, muchas veces la venda sigue cubriendo nuestros ojos de comodidad y asumimos nuestra incapacidad y preferimos ir a tientas en un pasillo oscuro donde al menos podemos tocar a la izquierda y a la derecha y sostenernos sin saber hacia dónde vamos, pero “seguros”.

Viviendo en el mundo de las formas y no de los contenidos, damos por hecho muchas cosas y aplicamos el “IVA”  de esa estupidez humana: Ignorancia, Vagancia y Arrogancia.  Damos por hecho que lo sabemos todo, damos por hecho que  nuestro amor es suficiente,  damos por hecho que si aquella persona no me lo dice por algo será,  damos por hecho que  la gente que nos rodea está bien, damos por hecho que nos entienden, que nos escuchan, que ya lo saben, que se lo hemos repetido veinte veces, damos por hecho que nuestra forma de compartir es suficiente, que nuestra forma de relacionarnos es la correcta, damos por hecho que el otro es el que no ve lo que yo veo, damos por hecho que el otro debe entender nuestras repentinas decisiones, nuestras contradicciones y nuestros tiempos, damos por hecho que nuestra forma de trabajar con nuestro equipo  es la adecuada, damos por hecho que somos incapaces de recomenzar de cero y que unas manos vacías es derrota y no un comienzo, damos por hecho que mañana estará y podremos solucionarlo. Y no, y lo sabemos muy bien sin necesidad de ponernos místicos ni espirituales: nada en la vida es suficientemente permanente o intransigente como para no necesitar modificarse para  seguir existiendo de una mejor manera.

Dar por sentado algo es suponer, y suponer es dar por cierto y existente algo, es conjeturar a través de indicios. El suponer, además anticipa y predice. Y todo en la vida es como la vida misma. No se está vivo por indicio o late el corazón o no, porque la vida no es un indicio y nada de lo que le rodea puede declararse cierto a partir simplemente de indicios. Por eso es tan arriesgado dar por sentado algo y aseverar —a partir de indicios— el resultado final.

Atreviéndonos a considerar el “todo” y el “siempre” como algo no permanente, nos atreveremos a ver el todo como “sólo en algunos casos” y el siempre como un simple “por ahora”.  La valentía no es propiedad de los libros de princesas o de superhéroes , la valentía forma parte de nuestra capacidad del ser, y dentro de nuestro espacio llegamos hasta donde queramos atrevernos.

Dejarnos puestas las vendas de nuestra comodidad es no darnos la oportunidad de crecer, de aprender, de dejarnos sorprender por la vida e incluso por uno mismo. Alejemos los indicios y las verdades absolutas. La resignación, el miedo y la apatía junto a nuestro IVA”  de la estupidez humana (Ignorancia, Vagancia y Arrogancia) pueden ser el equipo que nos gane la final de nuestro partido definitivo si no despertamos a tiempo.

Aquel que desea avanzar en la vida, que desea innovar, romper con rutinas aburridas, quitarse de su mente la frustración constante, el deseo aniquilado, el conformismo, y descubrir nuevos caminos internos y externos, sabe que puede equivocarse, caerse, llorar, volver a ponerse de pie, quitarse las vendas, no dar nunca las cosas por hecho, y comenzar a asumir riesgos  si es que quiere vivir la maravillosa experiencia de crecer, de ser ejemplo para sus hijos, amigos y compañeros, y dejar la “lirica y la poesía” o los “es que” y ser un verdadero generador del CAMBIO con mayúscula.


DIEGO LARREA
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@larreadiego