El juego más perfecto: “El defecto”

Uno es lo que es también por sus defectos y limitaciones, y hay que aprender a jugar con ellos. Y no me refiero a los defectos físicos, porque entraríamos en un escenario de discriminación entre lo que es una “imperfección” o es simplemente un gran diferenciador de nuestra persona. Me refiero al verdadero conocimiento de uno mismo, la buena aceptación de nuestras carencias y la sabiduría para cambiar aquello que genere daños propios y ajenos.

Tales de Mileto, aquel pensador de la antigua Grecia, que es considerado como el primer filósofo conocido de todos los tiempos, escribió hace 2.600 años que la cosa más difícil del mundo es conocernos a nosotros mismos, y la más fácil es hablar mal de los demás. Y en el templo de Delfos podía leerse aquella famosa inscripción socrática: gnóthi seautón (conócete a ti mismo), que recuerda una idea parecida.

Conocerse bien a uno mismo, no es tarea sencilla porque pone en juego directamente nuestra racionalidad, también miedos y pasiones, y a su vez representa  un primer e importante paso para lograr ser artífice de la propia vida, y quizá por eso se ha planteado como un gran reto para el hombre a lo largo de los siglos. El autoconocimiento, nos permite desenvolvernos de buena manera en la vida (resolviendo problemas de manera eficaz y tomando decisiones), afrontando nuestro día a día de manera óptima, y adicionalmente, facilita la comprensión de los demás y la realidad que los rodea.

Jugar es una de las acciones más terapéuticas que podemos imaginar, y si lo hacemos dentro de nuestro “patio interior” recreándonos hábilmente con nuestras propias carencias, quiere decir que hemos sorteado la primera gran instancia: el reconocimiento de nuestras propias debilidades, y en segundo lugar la disposición por querer superarlas.

Hay una sensación prácticamente indescriptible que nos embarga cuando nos contradicen, cuando alteran nuestra estructura interior, cuando vulneran nuestras convicciones, refutan nuestras teorías, un vacío emocional que nos trastoca y perturba poniéndonos contra nuestras propias cuerdas,dándonos golpes de frustración, agobio, malestar, y nuestras manos no llegan a cubrir cada impacto y necesitamos huir inmediatamente de esa situación de la manera más rápida posible antes de caer al suelo. En definitiva, nos han enfrentado a nuestras discordancias con las que hemos sido incapaces de jugar.

Casi siempre somos absueltos en el tribunal de nuestro propio corazón, “mirándonos el ombligo” y aplicando la ley de nuestros puntos de vista, dejando la exigencia para los demás. Incluso en los errores más evidentes, encontramos fácilmente multitud de atenuantes, de eximentes, de disculpas y de justificaciones.

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La mejor escucha comienza con nosotros mismos. Ejercer el reconocimiento y no el reacondicionamiento de nuestras carencias. Creemos que damos pasos en firme, que hemos tomado grandes decisiones, que estamos cambiando lo que necesitábamos cambiar, pero nunca lo hacemos con nosotros sino con las circunstancias. Y es verdad que “Yo soy yo y mi circunstancias”, por eso si mi circunstancia es una marioneta de mis propios dedos jamás el “Yo” podrás ser verdadero. Cambiar la habilidad del titiritero de mis excusas, de mis defectos, y tener la capacidad de sentarnos a reírnos de nosotros mismos, porque esa capacidad, humildemente lúdica, será el gran motor para movilizar todo lo que nos propongamos mejorar teniendo al otro y a nosotros mismos como espejo del impacto.

Uno de los vicios capitales es la búsqueda permanente de la comodidad, un defecto que normalmente no nos gusta reconocer, y lo pintamos, reformamos y  decoramos pero no cambiamos. Buscamos la calma y estabilidad por el camino inverso. El malo conocido que bueno por conocer, se actualiza en nuestro GPS, aunque el camino sea el que nos conduce siempre al mismo sitio, lleno de baches, barrancos, curvas y contracurvas y estemos al borde de nuestra propia superficialidad y frivolidad evolutiva.

Decía Confucio que observando los defectos conoceremos las virtudes, porque es el propio descubrimiento de nuestras carencias lo que nos hace más talentosos. Es preferible tener piernas que raíces; las piernas nos permiten viajar, fuera y dentro de nosotros mismos, y las raíces nos enrocan en un sitio, nos obsesionan, y las defendemos a ultranza, incluso hasta podríamos sentirnos sobrecogidos y atrapados por el aburrimiento y el miedo.

Juguemos al juego más perfecto: juguemos con nuestros defectos y limitaciones, desarrollemos parte de nuestra inteligencia emocional, y seamos capaces de reconstruir la torre más perfecta con las piezas más sólidas y preciadas, blindándola del viento del autoengaño y cualquier otro falso adorno, que pueda convertir en un monumento inclinado nuestra obra más perfecta.

DIEGO LARREA
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