El equilibrio dinámico de los contrarios

Desde el primer segundo de vida buscamos ayuda, que complemente nuestras necesidades primarias, abrimos la boca y lloramos reclamando hasta ser consolados por alguien, que a su vez se desvive por materializar ese complejo entramado de sensaciones de responsabilidad y amor, que se ha adueñado de su cuerpo. 

Esa complementariedad o necesidad del otro, la vivenciamos de una forma muy concreta a lo largo de todo nuestro ciclo evolutivo en distintos niveles y escenarios. Entre el yo y "el otro” hay un comportamiento de intercambio, en mayor o menor medida estratégico,cuyas decisiones determinarán los resultados que se obtendrán. Ese resultado será mejor cuando el equilibrio incite a la cooperación entre sí, en lugar de procurar sólo maximizar su propia utilidad.

La ausencia del “otro” en la cadena de correlación puede agigantar la figura del yo a escalas desproporcionadas, provocando cortocircuitos, muchas veces irremediables, en alguno de los eslabones producto de un esperpéntico egocentrismo, incapaz de visualizar su imagen en el mismo espejo, que algún día él mismo supo colocar en su pared.

La armonía no sólo es el descubrimiento de aquello que nos provoca paz, sino la capacidad para lograr el justo equilibrio dinámico de los contrarios. Tanto en nuestra vida personal como en la profesional, a veces nos auto-convencemos que aquel que aparentemente tiene mis mismos gustos, teorías, ideas, incluso tiene una historia compartida, es quien debe formar  parte de mi círculo y por ende ser mi complemento. Para Heráclito esta armonía no es una armonía estática cuyo equilibrio sea un reposo, sino un equilibrio de dos fuerzas opuestas, que no permiten que una se exceda y que la desaparición de una llevaría a la desaparición de su opuesta.

La complementariedad de equipos, grupos, parejas, etc se basa en las distintas competencias adicionales que puedan aportar, aunque la realidad nos indique que el valor de la diferencia es un activo devaluado y difícil de administrar en el mercado de las relaciones.

Dentro de ese modelo armónicamente discordante, pueden generarse y establecerse relaciones de influencia, que serán las responsables de generar nuevos espacios de crecimiento, desarrollo y avance, aniquilando un posible sentido de falsa euritmia que normalmente desencadena en rutinas devastadoras. 

La influencia como motor inspiracional, es uno de los grandes diferenciadores en la relación entre el yo y el “otro”. No hay poder que genere un verdadero cambio, sino el auténtico convencimiento basado en el influjo. Porque detrás de la verdadera influencia para lograr el equilibrio estratégico del intercambio hay escucha, hay aceptación del otro, hay entendimiento e incorporación, no hay ausencias ni grandes espejos, hay una búsqueda y reconocimiento permanente de la diferencia como retorno de la inversión inicial, y un sentido de la armonía que transforma el "equilibrio dinámico de los contrarios" en "la simetría colaborativa del conjunto".

DIEGO LARREA