Reciclando el miedo (El laberíntico YO)

Cuando el monstruo de la obstinación tropieza ante la opinión ajena, se revuelca en su dolor orgulloso y gatea por el suelo de sus propias contradicciones buscando la llave de la justificación, que le abra la puerta que da hacia su laberíntico "YO" de la autocracia relacional.

El monstruo tiene miedo, sabe de su debilidad, pero intenta dar el último zarpazo en la "excusa del Otro" y vuelve a ponerse en pie mostrando su "grandeza".  Pero es en su propia torpeza donde cae nuevamente y desde el suelo mira exhausto los espejos que sólo muestran sus auto-convencimientos, repetidos en múltiples paredes. Con el último aliento reúne las pocas fuerzas que le quedan y logra dar una patada a los espejos provocando que estos caigan uno a uno como piezas de dominó. Asombrado y desconcertado vefinalmente como detrás de estos aparecen  muchas manos abiertas extendidas que se ofrecen para que pueda dar el gran salto,  reciclando sus miedos, dando una oportunidad a lo auténtico, a su verdadero "YO", alejado de esa falta de humildad que lo llevó a convertirse en ese extraño ser, que sólo se alimentaba de sí mismo en su lúgubre castillo de sus verdades.

Uno de los mayores síntomas de la búsqueda de seguridad es la obstinación por tener razón. Sin embargo, el mayor prodigio de nuestra mente no es tener la razón, sino la capacidad de adaptación, de escucha, de cambio y de enfrentamiento abierto a la duda. Tener una mentalidad fija en un mundo cambiante puede darnos grandes dolores de cabeza.

"Todos los necios son obstinados y todos los obstinados son necios" decía Baltasar Gracián. Atrapados en su propia inmediatez, enfundados en mil razones, aprisionado en sus redes emocionales, no son capaces de conectar con el Otro, con el contexto, con lademanda del momento. Cerrados a cal y canto, protegiendo su imperio interior, abruman a sus interlocutores, atemorizan para marcar su territorio evitando empatizar, congeniar, comprender, arropar, mostrarse en definitiva más allá de la razón.

Nos conocemos tanto que sabemos perfectamente como mentirnos. Conocemos las partituras ideales que acompañarán cada baile de nuestras decisiones o de nuestras inacciones. Y al costado de la pista sigue esperando nuestro compañero de baile que dejemos de bailar solos, abrazados a nosotros mismos, y que en algún momento podamos también aceptar su estilo, sus movimientos, incluso que podamos dejarnos llevar por su guía, en definitiva: que hay alguien detrás del auto-espejo del “monstruo de la obstinación”.

Quizá ese “monstruo” pretenda conservar algún tipo de poder. Sus miedos se compensan, reactivamente, a través de un intento incesante de mantener su influencia y control sobre los demás. Sin embargo, no es consciente que ese poder que pretende, su terquedad, es debilidad disfrazada de fuerza. Obstinación no es perseverancia. La diferencia entre perseverancia y obstinación es que una viene de una fuerte voluntad, y el otro de un fuerte NO y ego. ¿Cuál es el coste de conseguir obstinadamente lo que queremos? ¿Adónde nos lleva querer tener siempre la razón? ¿Quién sigue con nosotros tras nuestras obstinaciones?

Reciclamos el miedo a través de la humildad, de la escucha, de la consideración por la opinión ajena, del trabajo colaborativo, de la renuncia a la excusa, del abandono del laberintico YO para caminar por el camino del NOSOTROS.

Gracias a todos/as los/las que me han acompañado durante todo este año 2015 en este espacio llamado “Recursos Humanos y Cultura Colaborativa – El Blog de los Viernes”, deseándoles muy FELICES FIESTAS y un AÑO 2016 inundado de alteridad. Y que la mirada del Otro siempre esté presente en nuestras decisiones.



DIEGO LARREA
Twitter: @larreadiego




Alteridad: cuando la obsesión soy yo

¿El Otro es aquella sombra desdibujada que pinto a mi manera o es aquel niño que golpea el cristal de nuestra ventana invitándonos a jugar? En esa dicotomía permanente que nos enfrentamos a nuestros propios desencantos, frustraciones, impotencias, nos encontramos con la piedra de la obsesión.  Este término procede del latín obsidere que significa cercar, asediar, rodear, encerrar. En el griego su expresión etimológica es ανανμέ que significa fatalidad. Porque cercarnos o rodearnos a nosotros mismos es una tarea de las “más complejas” y el atajo que solemos elegir es el camino del Otro, y es allí cuando ese Otro se convierte en la falsa obsesión. Su lista de cuestionamientos es mi misma lista de escusas. Jugamos al búmeran del “y tu más”. Históricamente la obsesión por el Otro tuvo muchas formas, pero tal vez podamos resumirla bajo la pregunta algo paródica: ¿Por qué el Otro es Otro y no más bien un Otro Yo?

Niego al Otro cuando lo vuelvo un tema, cuando hago teoría acerca del Otro sin el Otro, cuando yo soy la obsesión. Creo dar explicaciones de todo, entender todo, clasificar todo lo que el Otro hace o deja de hacer… y ese “conocimiento” no es sino una forma de mantener al Otro a distancia, como un mero sujeto de investigación y no como alguien real con quien puedo crecer, autorreflejarme, aprender, y ver junto al él mis errores, mis aciertos, mis dudas, sus dudas, mis proyectos, sus proyectos, etc. Pero para ello hace falta mucha valentía, humildad y ganas de escuchar lo que no tenemos ganas de escuchar. Cuando el Otro deja de convertirse en mi excusa del “no ser” comienzo a ser y hacer. Cuando nuestras convicciones nos transforman en murallas, haciendo una escucha displicente porque creemos que tenemos razones fundadas, nos convierten en personas autocráticas y caemos en obsesión por justificarlo todo.

La obsesión nos ha transformado en personas altamente capaces de conversar acerca de los Otros y altamente incapaces de conversar con los Otros. Me hago preguntas acerca de los Otros, “profundas” preguntas, “importantes” preguntas… en lugar de preguntar a los Otros, y más aún, dejar que los Otros pregunten y me pregunten; y todavía más: abrirme a la pregunta que me plantea la mera existencia de los Otros.

Nuestro convencimiento obsesivo nos lleva a estrabismos mentales complejos capaces de hacernos creer que somos los únicos dueños de la realidad. Esto trasladado a distintos órdenes de la familia, grupos, empresa o sociedad puede convertirse en un agente altamente peligroso.

Cuando no asumimos la realidad, y necesitamos excusas, el universo puede ser tan amplio y lleno de justificaciones que nos obsesionamos por demostrar nuestra verdad. Niego al Otro cuando lo defino sólo por aquello que no tiene, por lo que no me ha dado, por aquello que le falta, lo que no hizo, lo que no dijo, lo que yo esperaba, siempre he deseado y nunca ha hecho. Y arbitrariamente lo comparo con lo que yo creo poseer, hacer, decir, entregar, etc. La experiencia del Otro es puesta en duda al compararla con mi experiencia. La verdad del Otro es puesta en duda al compararla con mi verdad. Somos impunes al hablar del Otro e inmunes cuando el Otro nos habla.

Nos mareamos de dar vueltas en nuestra propia obsesión, nos cuesta asumir lo que hemos dejado de ser, lo que quisimos ser y no pudimos. La experiencia de la alteridad sólo ocurre cuando el Otro irrumpe en nuestra estabilidad y la fractura, cuando la presencia del Otro me plantea una pregunta sin respuesta posible, cuando la existencia del Otro me hace capaz de cuestionarme o cuando puedo descubrir a tiempo que la obsesión soy yo.

Un privilegio que hoy, desde mi Buenos Aires querido, un 11 de Diciembre, pueda agradecer a todos los que fueron mis "Otros", acompañándome y enseñándome el sentido de la alteridad durante estos 45 años que hoy celebro.

DIEGO LARREA
Twitter: @larreadiego
Linkedin: es.linkedin.com/in/diegolarrea/

* Idea original foto principal: Nicola Constantino

Jaque mate, este juego es mío

El hombre nace libre, responsable y sin excusas, decía Jean Paul Sastre, y entonces me pregunto: entre todas las vivencias que vamos acumulando ¿cuál es la verdadera esencia que perdemos en el camino para dejar de serlo? ¿Quizá porque nada nos es más desagradable que tomar el camino que conduce a nosotros mismos?

El ajedrecista es libre de elegir sus jugadas, siempre que respete las reglas del juego, obviamente. Lo que le confiere sentido a esta libertad es su capacidad de raciocinio, de valorar de manera inteligente la posición que está a la vista y de decidir con eficacia. Como en la vida, la libertad en el tablero no vale tanto por si misma sino por lo que con ella se pueda lograr. Pero cuando la jugada trastabilla muchas veces dejamos la responsabilidad a un lado monopolizando de excusas “nuestro juego”.

Allí comienza la “estrategia del cuestionamiento”: situaciones, personas y todo lo que se nos ocurra como expiatorio efecto-causa. Que todos y todo influye en nuestro camino es probablemente cierto, y podemos perder muchas en nuestro andar, pero no podemos permitirnos jamás que nada ni nadie nos arrebate la elección de la “actitud personal” que debemos enarbolar frente nuestro propio camino.

Podemos vivir en la mejor de las comedias, elegir el personaje que más nos guste, darle el texto más logrado, tener el aplauso del público en pié en la sala, y sin embargo reconocernos auténticamente infelices por no ser quienes somos. Elegir zona de camerino para continuar la siguiente actuación o elegir la escalera que da al pasillo central del teatro, quitarnos el maquillaje y salir con los hombros en alto. Ambas decisiones son exclusivamente individuales, como un ejercicio de nuestra libertad, responsabilidad y apartando nuestras excusas.

Ciertamente la angustia que provocan los cambios o las decisiones existe, pero debemos distinguir la angustia del mero miedo. El miedo aparece ante un peligro concreto y se relaciona con el daño o supuesto daño que la realidad nos puede infligir; la angustia no es por ningún motivo concreto, ni de ningún objeto externo, es miedo de uno mismo, de nuestras decisiones, de las consecuencias de nuestras decisiones.

El miedo al fracaso es tal vez uno de los más universales, todos lo hemos sentido. Pero que las cosas salgan mal también es parte del crecimiento, de la evolución, de la construcción, incluso en otros campos de tener un espíritu innovador, porque innova quien sabe fracasar. Porque lo importante es reconocernos, es volver constantemente a nosotros mismos, a nuestro propio gen, a nuestro gen natural, es no detenerse, es seguir intentándolo siempre, individualizando nuestras propias fallas, aprendiendo de los errores, poniendo al otro como nuestra verdadera mirada, ejerciendo la humildad de la buena escucha, dejando de actuar en el escenario de los falsos pretextos.

Y tenemos que prepararnos, porque la evolución y los cambios no se producen solos, cuanto menos recursos más vulnerabilidad. Y mirarnos sobre el retrato que nosotros hemos dibujado de nosotros mismos no nos aportará grandes soluciones.

Nunca se ha ganado una partida abandonándola y cada Peón es potencialmente una Reina, por lo tanto, la partida acaba de comenzar y espera nuestro grito final: ¡Jaque mate, este juego es mío!

DIEGO LARREA
Twitter: @larreadiego