El ombligo más grande del mundo

Hay personas que pertenecen al clan del solipsismo y ni siquiera son conscientes que pertenecen a él, y sobre todo que significa. Si nos aferramos a nuestro amigo diccionario esa palabra proviene del latín "[ego] solusipse" (traducible de forma aproximada como "solamente yo existo") y es la creencia metafísica que lo único de lo que uno puede estar seguro es de la existencia de sí mismo.

Probablemente no tenga que ver con  tener mejor o peor relación con los demás, sino el lugar que “los demás” ocupan en la toma de mis decisiones, ya que la capacidad de influencia, retroalimentación o de espejo que ellos ejercen en mí, en estos casos, es prácticamente nula.

Hay personas que tienen por costumbre preguntarte: ¿cómo estás? a penas te ven, y uno utilizando la lógica de la comunicación responde de manera inmediata si esa persona se encuentra medianamente dentro del ámbito de nuestros conocidos. Pero por esa “mágica” de las relaciones nos encontramos escuchándolos a ellos en vez de estar contando nosotros lo que pretendíamos responder. Si esto lo hace un compañero o alguien que no tenga una influencia directa en mi persona, evidentemente puede sorprendernos, y hasta incluso molestarnos, pero si esto lo hace con frecuencia un jefe, nuestra pareja, un buen amigo/a, seguramente la incomodidad será mayor.

No confundamos egocentrismo con autonomía, por más que intentemos justificarnos, porque como bien decía Piaget, la autonomía es un procedimiento de educación social que tiende, como todos los demás a enseñar a los individuos a salir de su egocentrismo para colaborar entre si y someterse a las reglas comunes.

Sabemos perfectamente cuando nos están escuchando, cuando están pendientes de nuestro mensaje, y por el contrario cuando no abandonan el tic de mover la cabeza de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo afirmando, con la mirada sostenida en la nada, esperando que demos por finalizado “el discurso”. Oír es un proceso natural que afecta sólo al oído; en cambio la escucha implica el proceso del pensamiento. Un proceso en el que interviene la memoria a corto plazo, la asociación de ideas, el conocimiento del mundo, el conocimiento de la situación y del interlocutor, la propia personalidad del oyente, etc. La clásica teoría de la comunicación, que distingue entre mensaje, destinatario y emisor, hace olvidar un hecho fundamental en la comunicación real cara a cara: que la escucha es recíproca en todo momento, por lo que estamos hablando probablemente de la parte más importante del acto comunicativo.

Los que tienen el ombligo más grande del mundo no pueden ver más allá de eso, su ombligo. Sus preocupaciones son más grandes, su volumen de trabajo es más grande, su cansancio es más grande, su falta de tiempo es más grande, y todo aquello que les puedas decir, sugerir, pedir estará en una órbita fuera de ese ombligo gigante donde él o ella se miran sin perspectiva externa alguna.

Es la enfermedad de no escuchar la que me preocupa decía Shakespeare, porque ese aislamiento que provocan con su hipoacusia comunicativa no sólo afecta a aquellos que de alguna manera dependen o se relacionan con ellos, sino son ellos mismos los que se van aislando, perdiendo credibilidad, dejando de ser referentes, y de alguna manera se alejan del modelo de valores, despreciando al otro con su ignorancia o su lista de prioridades siempre más importantes.

No es fácil ser un modelo de padre, madre, de amigo/a, o de jefe. Nadie dijo que liderar equipos, grupos o familias lo fuera. Si nuestra humildad en la escucha es baja, nuestra oportunidad de aprender, colaborar y crecer también disminuirá. Todos de alguna manera nos enamoramos de nuestras pequeñas reflexiones, discursos y aparentes “genialidades”. Odiamos los silencios que se establecen en las conversaciones porque nos ponen nerviosos, sin darnos cuenta que tenemos dos oídos y una sola boca para recordar que debemos escuchar el doble y hablar la mitad.

"Yo" y "mí" dialogan con demasiada asiduidad, decía mi amigo Nietzsche. ¿Y si intentamos el “tu” y  “yo”  como fórmula de éxito? Probablemente descubramos un  mundo lleno de posibilidades, alternativas, alejado de narcisismos innecesarios, y marginaciones indeseables, y podamos construir uno alejado de grandes ombligos y más cercano a grandes oídos e inmensos corazones.

Buen verano para todos los amigos y lectores europeos y norteamericanos, y mejor invierno para mis amadas tierras latinoamericanas. Nos leemos en Septiembre!

DIEGO LARREA
Twitter: @larreadiego



Intuición: el sentido de las decisiones

¿Qué puede ocurrir en dos segundos? Una sonrisa, un suspiro, un parpadeo. En ese lapso de tiempo tan efímero también es posible tomar decisiones importantes. Son conclusiones instantáneas, perfectamente racionales, y que poco tienen que ver con lo que conocemos como la intuición −algo más emocional y visceral−. Vivimos en un mundo que da por sentado que la calidad de una decisión está directamente relacionada con el tiempo y esfuerzo dedicado a adoptarla. Pero en un mundo sobrecargado de información es frecuente que tomemos determinaciones acertadas sobre situaciones, hechos o personas en cuestión de segundos y con pocas variables, aunque no sepamos dar razones para explicar el por qué. La inteligencia intuitiva golpea nuestras puertas.

Las decisiones tomadas a toda prisa pueden ser tan buenas o a veces incluso mejores que las más prudentes, aun cuando el mundo racional nos encarcele de por vida por haberlo hecho. Existen entrenadores y muchos otros profesionales que son muy buenos en lo suyo y que deben su éxito, al menos en parte, a las cosas que han hecho para controlar y educar sus reacciones inconscientes, pero asumiendo que ese control y esa educación nunca pueden representar un freno, dado que un “segundo” dentro de su ámbito, es vital.

Esta capacidad intuitiva, sin embargo, no está exenta de un margen de error, sobre todo cuando entran en juego los prejuicios. Estos prejuicios son los que en 1999 llevaron a dos policías de Nueva York a disparar sobre Amadou Diallo, un inmigrante de Guinea cuyo único crimen fue llevarse la mano al bolsillo para buscar su cartera. Los agentes, acostumbrados a reaccionar con rapidez en situaciones de peligro, dedujeron que una persona de raza negra que deambulaba por un barrio peligroso de noche y que hurgaba en su bolsillo estaba buscando un arma para atacar.

Dentro del ámbito de una empresa, la responsabilidad que tenemos como managers de no guiarnos simplemente por los prejuicios también es crucial a la hora de construir nuestro modelo de valores, evitando todo tipo de islas privilegiadas o islas de marginados.

Nuestra mente toma decisiones de manera aparentemente inconsciente a cada segundo, no sólo por repetición, experiencia, aprendizaje, sino también por intuición. Son instantes de una fuerte intensidad que conlleva a un sinnúmero de decisiones de magnitudes diversas. ¿Cuántas veces nos recriminamos por aquél acto que no hemos hecho en ese momento especial e irrepetible?, porque si hubiésemos hecho lo que nuestra intuición nos marcaba, quizá hasta nuestra vida habría dado ese cambio que hoy recordamos con nostalgia. O al revés, descubrir que gracias a aquel segundo de “lucidez” hoy podemos estar contando la anécdota con cierta felicidad.

No caigamos en la trampa de pensar que la ciencia sólo se basa en el método científico, analítico y lógico, la intuición es la mayor responsable de su avance. El mismo Einstein fue un defensor de la intuición: "La única cosa realmente valiosa es la intuición". En una entrevista realizada en 1930 explicó que intuía que su teoría de la relatividad era cierta y que por eso no se extrañó cuando otros científicos la confirmaron empíricamente. Einstein afirmaba que intuyó la teoría de la relatividad, pero su cerebro no le regaló esta magnífica intuición de forma gratuita. Antes, él tuvo que dedicarse a estudiar noche y día sobre el tema. No paraba de alimentar su cerebro con datos. Su genialidad brotaba de muchos lugares diferentes, uno de ellos era su mirada. Observaba el mundo sin dejar que las teorías anteriores le obligaran a verlo de una determinada manera. Intentemos emular a Einstein, observemos mucho y sin prejuicios. Así nuestro cerebro tendrá el material que necesita para intuir.

Por otro lado, algunos libros de autoayuda nos venden la intuición como “mágica” y ponen en un lugar privilegiado a los emprendedores que siguieron su “corazonada” y han triunfado, pero se olvidan de los que lo han hecho y no tuvieron la misma suerte. El cerebro va conectando datos, pero en ocasiones lo hace con datos que están relacionados y otras veces asocia los que sólo coinciden en el tiempo, pero que no tienen ningún tipo de relación causa-efecto.

Aunque parece increíble, al conocer a una persona, la primera impresión sólo tarda unos segundos en formarse. Y no tenemos por qué acertar; de hecho, es frecuente cometer errores imperdonables.Cuando un desconocido, de entrada nos cae bien o mal, suele deberse a que un rasgo físico, forma de moverse o de vestir, la tenemos asociada a otra persona. Obviamente, no nos damos cuenta de que nuestra intuición se basa en una asociación inconsciente. Así, si nuestro cerebro conecta datos que se dan juntos por simple azar, todas las predicciones basadas en estas conexiones pueden ser nefastas.

Tomar en serio la cognición rápida, es decir, reconocer el increíble poder que tienen en nuestras vidas, para bien o para mal, las primeras impresiones, exige un importante conocimiento de nosotros mismos,  de nuestra capacidad de gestión y aprendizaje. Vale tanto lo percibido en un abrir y cerrar de ojos como el análisis racional de meses, porque aquella decisiones exitosas que tomemos, residirán en un equilibrio entre pensamiento deliberado e intuitivo.

Los juicios intuitivos son rápidos, inconscientes, involuntarios y con cierta carga emotiva, porque al intuir algo, estamos de alguna manera comprometidos con lo que intuimos. La intuición no sabe dar razones por las que cree lo que intuye. Si supiera darlas ya no sería intuición, sería razonamiento.  Pero no confundamos  intuición con incompetencia.

Y a modo de conclusión Jean Shinoda nos regala una interesante reflexión que envuelven esta idea: "Saber cómo elegir el camino del corazón es aprender a seguir la intuición. La lógica puede decirte adónde podría conducirte un camino, pero no puede juzgar si tu corazón estará en él".

DIEGO LARREA
Twitter: @larreadiego

Cuando digo sí y pienso no (La Ciudad del No Ser)

Una de mis fantasías de niño era imaginarme cómo seríamos los seres humanos con una especie de pantalla de televisión en nuestra frente, que reprodujese en tiempo real lo que pensábamos y sentíamos. En mi inocencia infantil, creía que esto podía ser el mejor descubrimiento o invento para la humanidad, pero no tenía la capacidad para hacerlo realidad y quedaba archivado entre otras tantas ilusiones, una y otra vez.

Casualmente, esta mañana me levanté gratamente sorprendido con una noticia sobre un equipo de investigadores que está desarrollando un sistema que convierte en tiempo real las ondas cerebrales en sonido, y que podría mejorar la comunicación de personas con discapacidad motora e intelectual. Además de la inmensa alegría que me produjo pensando en estas personas y sus familias, me trasladé automáticamente, y por supuesto con el respeto que se merece esta investigación, a mi fantasía infantil. Queda confirmado científicamente, que el lenguaje interior tiene una fuerza increíblemente real, que nos lleva hoy a reflexionar sobre la importancia de lo que pensamos y no decimos, o no podemos decir, o no queremos decir.


Esta comunicación “no verbal”, es tan o más intensa que la comunicación verbal, de hecho, la mayoría de los investigadores están de acuerdo en que la comunicación no verbal es considerablemente más importante que la verbal. Algunos postulan que más del 93% de nuestra información se comunica de forma no verbal.

Es así como, dentro de esa “no comunicación”, muchas veces se tejen matices que pueden decidir caminos y destinos. Caminos que nos pueden llevar a la “Ciudad del No Ser”, donde decimos lo que “debemos decir”, mientras el otro “acepta” escuchar lo que quiere escuchar. Una vez dentro, transitamos por sus calles, siendo quien no somos, experimentando una sensación de “inmigrante de nosotros mismos”. Una ciudad donde las sonrisas, los mensajes,  las miradas, están impregnadas de una alta contaminación de esmog. Y esa polución nos agota, nos enferma, nos deprime, nos adormece  y nos atrapa. Pero aun así, aceptamos vivir allí muchas veces por necesidad y otras por miedo a “romper” esa ambigua o falsa convivencia y abrir espacio a nuestra propia ventana interior que nos permita airearnos, despejarnos y despertar.

Miremos a nuestro alrededor, tanto en el ámbito laboral como en el social, la cantidad de personas que son incapaces de utilizar su  “rostro descubierto”. Tal vez el temor a ser y exponer quienes somos, parezca algo inaudito en este mundo tan digital en el que vivimos, pero es una realidad más profunda e intensa de la que imaginamos, sólo es cuestión de tomarse el tiempo para “saber observar” a nuestro alrededor más próximo. Sin olvidar que, paradójicamente, la era redes sociales nos entrega herramientas espectaculares de acercamiento, de colaboración, pero que sin embargo en muchos casos facilitan el sellado de las compuertas de nuestro “yo verdadero”.

En ciertas empresas podemos detectar fácilmente cuando se vive en la “Ciudad del No Ser”: donde el “siseñorismo” es moneda corriente, donde el deseo por pertenecer al “Club de los selectos” es tan grande, que podemos cambiar de pensamiento o teoría con tal de “recibir la bendición”, donde las risas forzadas son propias de una publicidad televisiva de los años setenta, y donde existen agujeros negros o zonas prohibidas de personas trabajando, a las que no está bien visto acercarse o compartir.

La responsabilidad de aquellos que tenemos la enorme “fortuna” de gestionar personas, como siempre es alta. Detectar el nivel de relación que establecemos con el otro (y no me refiero a establecer vínculos de amistad en el trabajo), debería ser una de las principales misiones de un buen manager. Permitir que determinados códigos de conducta, convivencia y valores reinen o se destierren de un ambiente laboral, es labor de un verdadero líder.

Mirarnos al espejo y tener la humildad de reconocernos, o no, como esos personajes históricos (y no tan históricos), que necesitaban de pequeños bufones, con una flexibilidad cervical extraordinaria (de arriba hacia abajo, y de abajo hacia arriba) y que siempre dijesen “SI”, es un paso de gigante.

El dilema del ser, estar, parecer y semejar no es una simple frase, y quizá sea una de las combinaciones más complejas en el ser humano. Hay que tener tanta capacidad para lograr ser uno mismo, como para aceptar que el otro sea él mismo. Las obviedades que archivamos o ignoramos son las grandes trabas del crecimiento y la superación.

Conocer lo que el otro piensa, siente o espera, ya no es una fantasía de “esos locos bajitos”, ni necesita la confirmación de un estudio científico, es sólo una cuestión de querer o no querer, del ser o no ser. Y como decía nuestro amigo Nietzsche: el individuo ha luchado siempre para no ser absorbido por la tribu. Si lo intentas, a menudo estarás solo, y a veces asustado. Pero ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo.

DIEGO LARREA


La ignorancia de ignorar

No hay nada más descortés que el olvido, esa es la grosería más poderosa que podemos hacerle a una persona, incluso a nosotros mismos.Y menospreciar el poder de la indiferencia y lo que significa ignorar a una persona también es síntoma de no haber asistido a las primeras clases de valores.Todo lo que se ignora se desprecia, decía Antonio Machado. Realmente no conocemos este término hasta no vivirlo en carne propia. Las dimensiones y ejemplos pueden ser tantos como personas y combinaciones de estas pueda existir en este mundo.

Algunos tipos de ignorancia pueden ser:
  • La Ignorancia del Otro: es ese duro golpe a la autoestima, a la confianza de una persona, a la valoración, a las expectativas, generando una indiferencia capaz de ocasionarle un vacío física y psicológicamente destructivos.
  • La Ignorancia del Yo: es aquella donde nos llenamos de falacias cuando una situación límite no nos permite reconocer que estamos trabajando en un ambiente indeseable o estamos conviviendo en un ambiente familiar nocivo. Dado que a nadie le resulta saludable perder su empleo o romper su familia, el ser humano suele ignorar pretendidamente aquellas situaciones que lo afectan fuertemente. Ignoro lo que me da miedo cambiar.
  • La Ignorancia Colectiva: nos encontramos con empresas llenas de gente con actitud abúlica y un tanto ausente, que mantiene con su lugar de trabajo una relación meramente contractual. Y por otro lado, empresas o managers indiferentes y apáticos que olvidan el valor de su principal “materia prima”: las personas. Ambas partes generan el círculo de la ignorancia colectiva.
La raíz de muchos males contemporáneos tiene estrecha relación con esta imposibilidad o ignorancia de reconocer al otro, de saber quién es, qué necesita, por qué actúa de una u otra forma, y son los miedos (en todas sus generalidades) los encargados de hacer que en nuestra cultura cada vez sea menos frecuente la relación yo-tú, y cada vez más frecuente el contacto puramente instrumental del otro, pasando a existir exclusivamente cuando es un obstáculo o cuando lo necesitamos.

Somos capaces de mirar al costado de la carretera, bajar la velocidad, y provocar un atasco de 15 kilómetros para ver que ha sucedido al lado del coche de policía, y no somos capaces de disminuir nuestra velocidad cotidiana para ver lo que le pasa a la persona que tenemos al lado. Comenzamos a pertenecer a la generación que nos molesta ver las líneas de lectura confirmada del Whatssap y que no nos respondan, y tal vez con quien tenemos en frente no tenemos la valentía de invitarlo a un café y preguntarle cómo se siente, sea nuestra pareja, un amigo, un compañero de trabajo o una persona de nuestro equipo.

Muchas veces tendemos a marcar nuestro territorio, a decir quién entra y quién sale. Existe una tendencia feudal en nosotros que levanta puentes y murallas para que nadie acceda a nuestro castillo más que “nuestros privilegiados”, y allí nos manejamos con seguridad, comodidad, y todo transcurre dentro de nuestro códigos, con las personas que siguen nuestros patrones, formando una gran “cofradía” con ciertos matices sectarios. Nos cegamos y no vemos más allá, no somos capaces de asomarnos por la ventana más alta de la torre para ver la cantidad de personas que hemos dejado fuera y dejando fuera en nuestro día a día, y que nos necesitan, nos buscan, nos reclaman, y a los que estamos haciendo un daño inimaginado con esa exclusión consciente o inconsciente.

Solo a manera de homenaje y con mucho cariño a todas aquellas familia que sufren de forma directa la cruda enfermedad del Alzheimer, me permito ponerlo como ejemplo, ya que ellos y nada más que ellos pueden entender la repercusión que pueden tener palabras como: vacío, ignorancia y olvido desde un punto de vista afectivo familiar. Muy distinto son aquellos portadores de un Alzheimer consciente que provocan vacíos,ignorancia y olvido, y dejan en un limbo marginal a personas que por decisión propia u otras circunstancias se encuentran a su lado.


Transpórtate un segundo a tu infancia, toma ese primer vuelo mental y sitúate en aquella escena donde necesitabas que te protegieran, necesitabas que alguien abriera esa puerta real o imaginaria y te diera un fuerte abrazo y te contuviese, que te hiciera sentir real, te hiciera sentir importante y querido. Eso es normal. Y quien diga hoy que no necesita ese reconocimiento o ese “saber que existe”, en algún momento de su semana, que vaya al primer museo de cera de su ciudad y piense seriamente en mudarse allí.

Ignorar la necesidad del Otro (vendando nuestros ojos, tapando nuestros oídos y sellando nuestra boca), ignorar las necesidades del propio Yo o escapar de la Ignorancia Colectiva, nos reduce a nuestro campos más básicos de nuestra personalidad, de nuestro egoísmo y de nuestro conformismo.

En algunas cosas la vida puede ser más fácil, sólo es cuestión de querer, de dar gotas de sabiduría a nuestra ignorancia de ignorar, y aprender que: “podrán olvidar lo que dices, olvidarán lo que haces, pero nunca olvidarán lo que tú les haces sentir”.

DIEGO LARREA
Twitter: @larreadiego