Hola y Adiós (La comunicación inmediata)

Estamos inmersos en la gran paradoja del siglo XXI: “a mayor descubrimiento y avance en la tecnología social menor es la calidad de nuestra comunicación”. Las nuevas herramientas de relación están transformando la forma de conocernos, trabajar  y convivir los unos con los otros. Y con esta gran responsabilidad a cuestas, los sistemas digitales dan un golpe de autoridad en la mesa retándonos día a día a saber quién lleva las riendas de este vertiginoso proceso evolutivo que nos toca vivir.


Inmersos en este nuevo y apasionante mundo que nos plantean, hemos comenzado a correr una carrera alrededor de nosotros mismos, sintiendo que no llegamos nunca donde necesitamos llegar, que jamás  terminamos lo que debemos hacer. Todo está a nuestro alcance pero no lo alcanzamos. “Estoy estresado” o “no tengo tiempo”, son las dos frases que dominan las conversaciones instantáneas. Entonces, hay algo que no cuadra en la ecuación del crecimiento en esta transformación sociocultural y digital en la que estamos inmersos. Y en ese correr circular alocado, bajamos nuestra cabeza para intentar no tropezar, sabiendo que en nuestra órbita suceden cosas, situaciones y por sobre todo personas que esperan y necesitan de nosotros, de nuestra atención y tiempo.

Nos hablan y asentimos con la cabeza pero nuestra mente está en otro sitio. Antes del otro terminar de hablar o explicar superponemos nuestra idea sin escuchar el 100% de su argumento. Cuando nos cuentan algo, necesitamos imperiosamente llegar al final de la frase, necesitamos ir “al grano”, no podemos esperar ni un segundo más de detalles. Estamos invadidos por la urgencia, con la sensación de perder el autobús en cada esquina. Y es allí que el “Hola y Adiós” se transforman en la inmediatez más irrelevante donde día a día se acumulan instantes vacíos, siendo incapaces de escuchar lo que no se dice. Y como dijo Eduardo Galeano: estamos “viviendo en la cultura del envase que desprecia el contenido". Y así, entre envases vacíos, la comunicación es sorda y muda.


Hemos incorporado un órgano más a nuestro cuerpo en esta etapa de desarrollo, y es la conectividad. Da igual el formato, es parte de nosotros y sin ella no podemos vivir. Nos ayuda, nos enseña, nos simplifica, nos abre caminos, y nosotros le correspondemos con dependencia y aislamiento. Utilizamos nuestros teléfonos unas cinco horas al día por término medio. En ese tiempo –más o menos un tercio de todo el que pasamos despiertos–, los consultamos unas 85 veces. ¿Para qué? La mayoría de las veces que lo hacemos ni siquiera somos muy conscientes de ello. El “tic del siglo XXI”.


La comunicación inmediata trastabilla en el precipicio de la ignorancia y es tan importante asumir ahora mismo el liderazgo de esta transformación, porque entre todos estamos estableciendo los nuevos hábitos del futuro, de nuestro hijos y nietos. Ya la hemos conocido, convive a nuestro lado, estamos felices de su aparición en nuestra vida, pero ahora establezcamos nosotros las pautas. La buena comunicación es la competencia esencial de todo buen conocimiento y relación.

Y para que la comunicación inmediata forme parte del olvido, vale la pena recordar aquellos obstáculos a los que nos enfrentamos día a día, por ejemplo: el no escuchar; el prejuzgar, adivinar o suponer; tener actitudes negativas, la subjetividad; la superficialidad;
la rutina de vivir; el engaño o la mentira; el tipo de lenguaje; el miedo; la crítica destructiva;
el no querer escuchar las opiniones ajenas; el convencimiento que sólo existe una realidad (la nuestra, por supuesto); el modo de comunicarnos; la expresión corporal utilizada; el no empatizar; y por supuesto, la prisa o la impaciencia.

La comunicación es experiencia, es oportunidad, es unión, es fusión, es aprendizaje, es conocimiento y es el verdadero alimento que nos une y nos identifica y dignifica. No digamos “Hola y Adiós” tan rápidamente, porque hay instantes que no regresan y pequeños grandes momentos que nos pueden cambiar la vida.

Felices Fiestas a todos mis queridos amigos y lectores, y nos reencontramos en el 2018 con toda la ilusión y pasión por continuar construyendo una sociedad más próxima, más colaborativa, más humana.



DIEGO LARREA BUCCHI 
Twitter: @larreadiego 

Nadie mejor que yo - Vídeo 18 - Canal Youtube RH&CC

Debemos liderar, aunque de momento nadie nos siga. Es tiempo de hacer aquello que creemos que no va a funcionar, aunque nunca nos hayamos animado a hacerlo. Es la oportunidad de fallar y volver a intentarlo sin dar paso al conformismo. 

Es el momento de superar la mediocridad ajena dando un paso adelante. Y de olvidarnos de los que nos han olvidado porque nunca probablemente debiéramos haberlos encontrado. 

Saber lo que nos define y en lo que podemos marcar la diferencia. Dejar las excusas para el 30 de febrero. No podemos vivir esperando que vean lo grandes que somos, sino vivir intentando ser grandes, que ya lo verán. 

Te invito a ver mi nuevo vídeo de Recursos Humanos & Cultura Colaborativa: "NADIE MEJOR QUE YO":

Seremos los verdaderos campeones cuando nos levantemos una y otra vez después de cada caída. Ese será la mejor de las recompensas y el verdadero aprendizaje. Señal que lo hemos logrado.

Y como dijo Séneca: "No hay nadie menos afortunado que el hombre a quien la adversidad olvida, pues no tiene oportunidad de ponerse a prueba".

Muchas gracias a tod@s por ver y compartir este vídeo y poder reflexionar juntos.
Muy buen fin de semana y hasta la próxima publicación.

DIEGO LARREA BUCCHI 
Twitter: @larreadiego 


El timón de la ambición

No es lo que puedes hacer con aquello que deseas, sino lo que has hecho con aquello que tienes. Vivimos permanentemente gestionando lo que vendrá y los hubiera. Una agenda personal vertiginosa, mutante, trémula, impaciente, alarmada e inestable que nos mantiene en un estado de continua gestión de la incertidumbre. En la era de la instantaneidad, la inmediatez representa un gran reto en la asimilación de los nutrientes socioculturales necesarios para una buena evolución. Pensar permanentemente en lo que pudo ser o lo que necesito ser no nos convierte en más pragmáticos, ni más innovadores o garantes de nuestra seguridad.


Hemos descubierto en esta últimas décadas como en el estudio de nuestra alimentación aparecía el diagnóstico de la “intolerancia”. Pero si medimos de la misma manera nuestro “Sistema de la Necesidad”, probablemente los resultados analíticos nos darían un elevado porcentaje de intolerancia a la espera, con llamativos ratios en aceptación y frustración. La buena noticia es que nunca encontraremos, en la receta de nuestro buen profesional de confianza, el remedio del conformismo ante estos casos. Es por ello, que la sola toma de conciencia de la existencia de un gran espacio vacío entre nuestro deseo y lo que realmente tengo, pone de manifiesto la primera aceptación de un “hoy” abandonado. El “querer” y el “quise” se transforman en arena entre los dedos cuando pensamos en lo que “quiero”. Gestionar el presente no es una bonita frase de autoayuda, es un mandamiento obligado a quitarnos el abrigo de las excusas.


La aceptación del presente y la capacidad de autogestionar la frustración nos lleva a un profundo grado de descubrimiento y madurez de nuestras oportunidades concretas de éxito. Lo que tenemos en nuestras manos de manera indirecta o directa lo hemos traído nosotros mismos a nuestras vidas, y escaparnos de ese mandato nos debilitará en las posibles buenas decisiones futuras. Aprender a saborear los buenos instantes o reconvertir los segundos eternos de frustración, son dos de los mejores remedios que nos ayudarán a reducir los elevados índices de ansiedad y a recubrir de vitaminas nuestras áreas vulnerables.

Nacemos con la buena ambición en nuestros ojos, buscando modelos de aprendizaje, espejo y desarrollo. Los padres, hermanos, maestros comienzan siendo nuestro faro en un mar vacilante de incertidumbres. Y dentro del primer barco de verbos copulativos comienzan nuestros primeros pasos por el “ser, estar, parecer y semejar”. Cada milímetro, centímetro o metro que vamos navegando aspiramos el aire del logro, de la conquista, del deseo, del entendimiento y del saber. Alzamos las velas y nos sumergimos en mares cada vez más arriesgados. Y nos dicen que eso es crecer y lo aceptamos. Seguimos buscando y gritando ¡Tierra! desde la cofa del mástil. Cambiamos una y otra vez la orientación y navegamos a través ,o con el viento en popa, de bolina, a sotavento y a barlovento. Avanzamos, retrocedemos, sufrimos y gozamos viendo como “el reloj del ahora” nos marca el verdadero rumbo y desafío. No es mañana, no es ayer, es hoy. Reconocemos el presente, lo asumimos y reconducimos nuestra frustración, porque necesitamos mantenernos a flote, mientras escribimos y timoneamos el mapa de nuestra propia historia.


Y en esa verdadera foto instantánea de nosotros mismos probablemente haya quien ponga sus dedos enturbiando su nitidez, o se empeñe en cruzarnos palos en nuestra navegación. Tengamos en cuenta que hay quienes no entienden aún que ese tipo de ambición va de la mano de la curiosidad, del crecimiento, de la búsqueda de respuestas y oportunidades, de las ganas de innovar, progresar y mejorar y no de una simple ególatra e innecesaria vanidad.


Seamos capaces de establecer el justo equilibrio entre lo que queremos ser, lo que somos y lo que hemos sido. Saber diferenciar y descartar aquello que no nos aporta un valor nos acercará más al verdadero deseo y a nuestra preciada ambición, aprendiendo a valorar y vivir intensamente aquello que tenemos y supimos traer y atraer hoy a nuestras manos. Que la inmediatez no reduzca nuestra capacidad de evolución y reflexión y nos enseñe que lo importante probablemente está demasiado cerca, rozando lo imperceptible.

¡Despertemos ambiciones, que el día ya ha comenzado!.

El talento compartido

Me gustaría que pongamos en perspectiva el impacto que tiene en nuestra vida y en la de los demás decidir usar nuestros talentos. Ya cuando nos despertamos, el destino final de cada una de nuestras acciones, lo contemplemos o no, es la interacción con los demás. Incluso la soledad o la reclusión es una manifestación, en este caso contraria, a esa interacción social.


Los seres humanos tenemos una misión global y es la generación de felicidad y bienestar. Pero la automatización de nuestras tareas diarias nos impide ver con profundidad el verdadero foco de ese objetivo. Incluso son términos tan devastados por la inmediatez comercial que fueron perdiendo su verdadero mensaje. Pero, a pesar de ello, hacemos todo lo que hacemos para lograrlos. Unos lo intentan con caminos largos y sinuosos, otros con caminos cortos y otros con atajos pero todos intentan llegar a ellos. Y en ese intento por llegar a la meta olvidamos que una visión exclusivamente individual debilita el objetivo final. Porque el talento no se concreta con el único apoyo de nuestro “saber”, sino de ser capaces de sumar otros talentos para lograr el verdadero anhelo.

En las empresas pasa exactamente igual. El talento organizacional ya no radica en la inteligencia y el valor aportado individualmente por cada persona, sino en la capacidad que la empresa tenga para fomentar el conocimiento y el talento compartido, creando un modelo de inteligencia colaborativa real generando un beneficio común.

El conocimiento socialmente distribuido se fundamenta en el  hecho de que nadie posee todo el conocimiento necesario, sino que éste se encuentra dentro del conjunto de las personas que formamos parte de una empresa o una sociedad.


Talento es una bonita palabra que a todos nos gusta utilizar y mencionar en nuestras presentaciones o cuando hacemos observaciones deportivas. Y gestionar talento es una misión apasionante pero compleja, que requiere de una gran sentido del liderazgo y una gran visión de futuro. Porque las personas y su conocimiento son uno de los mayores activos que una organización debe cuidar, estimular y saber administrar.


Nos sorprende que en plena transformación cultural, humana y digital algunos managers siguen temiendo por su liderazgo cuando en su equipo comienza a resurgir el talento. En estos casos, el daño puede ser irreversible si no actuamos a tiempo. La alta dirección de una compañía debe asumir la responsabilidad personalmente para evitar estos cortocircuitos y fomentar espacios de conocimiento, interacción y desarrollo más cercanos a lo que demandan hoy los clientes, los trabajadores y sus familias. El líder inspirador es un explorador en busca del talento y de las habilidades que todas las personas llevamos dentro para lograr nuestra mejor versión. Y, por sobre todas las cosas, tiene la capacidad de unir esos talentos en búsqueda de los mejores resultados.


Y no se trata de perder lo maravilloso de la diferencia, o la capacidad individual de progreso, del esfuerzo por superarse día a día, dando lo mejor de sí en cada momento. Se trata de comprender que un talento que comienza y termina en uno mismo, más que talento es un simple eco. Compartir el talento es una de las mayores herramientas de humildad, escucha, integración, visión, colaboración y profesionalidad que tenemos en nuestras manos. Nadie está excluído. Todos tenemos algo que decir en la construcción de esa añorada felicidad y bienestar dentro de cualquier ámbito. En cambio, la pasividad y la apatía sólo se dan la mano con la mediocridad.


Y como dijo Ken Lui: “las circunstancias de un hombre no vienen determinadas por su talento, sino por el lugar donde pone su talento a trabajar”. Y ese talento tendrá una alta probabilidad de acierto cuando entienda que únicamente los que cooperan pueden sobrevivir, y cooperar es llegar a acuerdos. Y para lograrlos, la reciprocidad y la confianza serán claves, haciéndonos entender que el talento compartido es una de las herramientas de comunicación, productividad, evolución y éxito de mayor importancia en este siglo XXI.


Nota: mi más humilde y sentido homenaje a los Maestro del Talento Compartido, mis compatriotas Les Luthiers, que a través de los años, nos han enseñado que la colaboración nos puede llevar a inolvidables instantes de felicidad y bienestar.

DIEGO LARREA BUCCHI 
Twitter: @larreadiego 


La mirada de los otros - Vídeo 17 - Canal Youtube RH&CC


Todos necesitamos la oportunidad de ser escuchados, de ser valorados, de ser conocidos como realmente somos. El conocimiento y la confianza son dos pilares fundamentales en las relaciones humanas.

Te invito a ver mi nuevo vídeo de Recursos Humanos & Cultura Colaborativa: "LA MIRADA DE LOS OTROS"



La gallina de los huevos de oro

¿Por qué solamente pensamos en cambiar de dirección cuando nos acercamos al precipicio? Hay algo dentro de nosotros que nos arropa de justificaciones y seguridades y nos lleva a creer y confiar que la famosa gallina de los huevos de oro, en nuestro caso, sí será eterna. El éxito empresarial es algo admirable, pero muchas veces difícil de sostener en el tiempo. “Nosotros siempre lo hemos hecho así, y tan mal no nos ha ido”, solemos escuchar con bastante frecuencia. Probablemente lo que haya reforzado a las grandes y medianas empresas que llevan muchísimos años vigentes en el mercado, ha sido justamente el no pronunciar esa frase.



Nos sucede lo mismo en nuestra vida personal, creemos que todo es para siempre. Como decía mi abuela en una frase más que sencilla pero cierta: “Diego: a las plantitas hay que mirarlas, hablarles y regarlas todos los días”. Pero por una extraña razón los seres humanos damos por hecho la eternidad de aquello que convertimos en rutina o en nuestro día a día. Y esta reflexión no cuestiona el disfrutar de lo que tenemos, de nuestros logros, de la felicidad que proporcionen o el éxito que nos brinde. Es poder ser capaces de anticiparnos y sorprender a Señora Comodidad replanteándole mejoras y cambios antes que ella nos sorprenda a nosotros. Pongamos un ejemplo: si colocamos una rana en un recipiente con agua hirviendo, saltará y huirá. Pero si lo hacemos con agua tibia y muy lentamente comienza a calentarse el agua, nuestro anfibio se irá adaptando a la temperatura y resistirá el aumento de ésta, dando como resultado su aletargamiento. ¿Resultado? La rana perderá su voluntad para abandonar el agua hirviendo y morirá. Y eso no queremos que suceda.

Los mejores equipos y deportistas de la historia una vez finalizada cada victoria, saben alegrarse por su resultado pero tienen el “gen natural del campeón” y tienen muy claro que la cima no es quietud. Y es por ello, que minutos más tarde del triunfo, con la humildad necesaria y silenciosa, observan todo aquello en lo que pueden evolucionar y progresar. Estudian a su próximo competidor y son capaces de variar su estrategia para no ser tan previsibles. Proactividad y sorpresa constante, siempre con su esencia de estandarte como fuerza motora. Eso los ha llevado a ser los más grandes y ser parte de la historia. Lo mismo con esas “grandes” empresas que hemos mencionado antes. ¿Necesitaban un espíritu de innovación constante siendo las más poderosas del mercado y de mejor facturación? Si la respuesta hubiera sido no, hoy no hablaríamos de ellas.


Son organizaciones que han entendido que el verdadero negocio no sólo está en su cuenta de resultados, sino también en comprender que el crecimiento de la misma puede beneficiarse creando un valor social, tanto de manera interna como externa, con sus colaboradores y con sus clientes. Han cambiado, han evolucionado, se han adaptado, no han permitido que el agua tibia los duerma en la comodidad, han sorprendido y se han sorprendido a ellas mismas centrando su capacidad de crecimiento en las necesidades de la sociedad a la cual pertenece y a la cual ofrecen su servicio. Y luego, el beneficio estará visible a la luz de todos: clientes y trabajadores que sienten el orgullo, pasión y el compromiso por la marca.

No es un tema de edades, de generaciones, de facturación, de tamaños, de sectores, es un tema de oportunidades, de entender que vivimos y trabajamos con y para las personas, y si las personas cambiamos, nada es lo suficientemente eterno y perfecto como para no tener la sabiduría de transformarse a tiempo, y nunca pronunciar la fatídica frase de: “¿Para qué?...Si así estamos bien”.


Innovar no es sólo un término empresarial ni tampoco es únicamente reinventar. Innovar es espíritu de cambio, cuestionamiento positivo, creatividad, asumir los errores, saber preguntar, escuchar a tiempo, tener anticipación, sana percepción, visión y no confundir estabilidad con comodidad. No es un discurso, no es un cuadro en la pared, no es una presentación Power Point. Es un estilo de vida, es una forma de ser y de actuar. Porque si nos relacionamos o trabajamos entendiendo que “nada es para siempre”, evitaremos a tiempo subirnos al barco de la falsa perpetuidad, para vivir intensamente en tierra firme el maravilloso camino del progreso, experiencias y felicidad de las personas.

Las gafas de lo importante

El hombre por su fascinación innata ha mirado hacia el cielo contemplando la vía láctea, se ha detenido en la orilla del mar para dialogar con el horizonte, se ha subido a la cúspide más alta para comprobar la inmensidad. Siempre ha buscado un punto de referencia o una necesidad de futuro y cambio que, de alguna manera, le brinde seguridad, confianza y felicidad.

Pero nos han educado y estamos educando para “alcanzar la meta”, con cronómetro en mano. Vamos como locos corriendo día tras día, cumpliendo, enseñando, aprendiendo, llegando, partiendo, subiendo y bajando. Al vértigo lo llamamos adrenalina y a la calma inseguridad. Y es una carrera que nunca se detiene, porque nada nos satisface por completo o termina por convencer. Estamos en muchos sitios a la vez pero no estamos en ninguno. Queremos escuchar pero estamos respondiendo. Y en esa atropellada carrera por la inmediatez y el “logro”, paradójicamente siempre vamos solos. Aunque lo hagamos por y para otros, hemos entrado en una dinámica de aceleración constante que nos lleva consciente o inconscientemente a sentirnos,una vez más, en la rueda del hamster.

Paremos un instante. En esa esquizofrenia pluriforme tenemos entre manos una nueva oportunidad para cambiar las cosas. Un mundo que se abre de par en par hacia una transformación de un modelo más cercano, más colaborativo, más conciliador, en definitiva más nuestro, más humano. Pero si avanzamos con los viejos esquemas del pasado, tropezando sin tener un claro sentido de hacia dónde nos dirigimos, por qué, cómo y con quién lo hacemos, estaremos condenados a lastimarnos a nosotros y a los demás, dejando pasar un tren que probablemente no regrese. “Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos” decía Eduardo Galeano.


Y en ese cambio podemos ser realmente disruptivos y dar el primer gran paso: sí todas las estrategias empresariales, sociales, educativas, comerciales en el fondo hablan de personas, ¿por qué no optimizamos tiempos y recursos comenzando directamente hablando de ellas? Inteligencia colectiva para una demanda universal de aplicación individual. Todas para una y una para todas, parafraseando a Alejandro Dumas. Por ende, el verdadero conocimiento de la persona y la satisfacción de sus necesidades y expectativas será la más exitosa de las estrategias.


Nos tenemos allí, mirándonos frente a frente, en cada reunión, café, pasillo o charla. Sabemos lo que nos importa y lo que no, lo que queremos y lo que no queremos. Por eso, antes de hacer grandes reflexiones, valoraciones, estudios e inversiones miremos con las gafas de lo importante nuestro alrededor, a nosotros, a nuestros seres queridos. En esta nueva etapa de transformación tecnológica debemos entender que en las cuestiones más sencillas y simples de nuestro día a día están las grandes palancas del cambio y la oportunidad de una verdadera evolución. No busquemos demasiado lejos, lo importante está en nosotros y con nosotros.

Las gafas de lo importante nos tienen que facilitar una mejor visión para discriminar aquello que no aporta valor, que no suma, que no facilita, que no es eslabón, que no une, que no construye, y en paralelo detectar a tiempo las mejores cualidades que sí queremos para nuestra vida, para nuestros proyectos, para nuestros negocios: como el compromiso, sensibilidad, generosidad, consideración, lealtad, responsabilidad, confiabilidad, factores determinantes para una relación duradera, creíble y exitosa. Estamos entre todos diseñando el nuevo modelo económico social de nuestros hijos y nietos. Cada uno desde su lugar tiene una excelente responsabilidad.


Así podremos regalarle a Ortega y Gasset que ahora “somos más que nosotros y nuestras circunstancias” y no nos limitarnos a perseguir nuestros objetivos individuales, sino que encontramos en los objetivos comunes los mejores beneficios recíprocos, trabajando juntos para lograrlos.



Los Matatalentos - Vídeo 16 - Canal Youtube RH&CC

¿Quiénes son los Matatalentos? Personas con responsabilidad organizacional (o no) que, en lugar de aportar emociones positivas y trabajar en torno a un ambiente de colaboración, valores y desarrollo, generan ira, miedo, hartazgo y desmotivación. Sentimientos todos ellos que influyen muy negativamente en el clima laboral y en la productividad de nuestras organizaciones. Pueden ser jefes o compañeros, no importa el status empresarial que tengan. 

Detrás de cada uno de estos Matatalentos está la irresponsabilidad de afectar de una manera directa nuestra cultura, nuestra innovación y crecimiento como empresa. Además de provocar una ruptura "entre lo que somos y decimos ser", capaz de afectar nuestra imagen y credibilidad interna y externa.

Es por ellos que los managers juegan un rol fundamental en la percepción y anticipación de estos casos, a través del conocimiento, acompañamiento, coherencia y muchas veces valentía. El buen liderazgo nace de vivir el talento como un gran Director de Orquesta, provocando que su música sea única, que cada instrumento brille por sí mismo, y todo de espaldas al público.

Porque los Matatalentos no comprenden de rupturas, ni de creatividad ni de innovación, no dejemos que ellos tomen la decisión por nosotros. El "talento de saber cambiar a tiempo" nos regala madurez, experiencia, oportunidades y felicidad. Y todo depende de nosotros.

Súmate a los "REVIVETALENTOS", porque el talento nace de la creatividad y la creatividad de las personas "provocadoras".


Te invito a ver mi nuevo vídeo de Recursos Humanos & Cultura Colaborativa: LOS MATATALENTOS





DIEGO LARREA BUCCHI 
Twitter: @larreadiego 

Ese pequeño gran irreverente llamado Persona

Durante estos últimos meses he tenido la oportunidad de asistir a varios Congresos Empresariales o Fórum sobre Recursos Humanos. Y hay dos cosas que me llamaron poderosamente la atención. La primera es el descubrir como uno de los sectores más importantes de una Organización, cómo es el área de la Gestión de las Personas, se encuentra en un círculo cerrado de “autoflagelación”. Con aspectos llamativamente sorprendentes como el vaticinar en público la propia «muerte» del departamento o de la profesión. 

Contrariamente a lo que pensamos de nosotros mismos, somos probablemente uno de los mayores grupos de reflexión, cambio, innovación, cuestionamiento, etc. Y por supuesto, como todos en la vida debemos tener la humildad para aprender de los errores y cambiar a tiempo. Pero particularmente en este oficio hay una tendencia generalizada a sentirnos «los patitos feos» del mundo de los negocios. Nos autoexcluimos del grupo de los conocedores de la realidad de la empresa siendo muchas veces especialistas de las entrañas de la misma. Y este saber viene de la mano del tratar diariamente con los principales actores: las personas, permitiéndonos tener muchísima más información o experiencia de la que creemos, hacemos creer o simplemente creen de nosotros. 


Un «misterioso miedo» impropio de profesionales tan amantes de los desafíos se apodera de nuestros sentidos y hace que nuestra voz sea casi imperceptible cuando tenemos que opinar de otros eslabones del negocio, cuando nadie pide «permiso» para hablar o decir lo que piensa sobre nuestros proyectos o necesidades. Y tenemos tanto sentido de la integración que procesamos de manera natural que profesionales de otras áreas lideren sin formación ni siquiera experiencia, roles claves en nuestros Departamentos. Me gustaría saber si al revés sería asumido con la misma naturalidad y apertura.  

Tal vez porque históricamente nuestro rol estaba sumergido en un cumplimiento estrictamente reglamentario, con una visión a corto plazo y sin demasiados cuestionamientos ni ambiciones por gestionar los nuevos desafíos que nos fueron demandando estos últimos años las empresas, los clientes y los propios trabajadores. Probablemente esa obligatoria y necesaria transformación de la profesión nos ha dejado con algunos miedos, inseguridades o preconceptos, incluso hasta de nuestros propios colegas de otras áreas.


Y en un abrazo de empatía y reposicionamiento intentamos día a día asumir un papel secundario en la estrategia de la compañía. Cuando paradójicamente en la propia estrategia de nuestras organizaciones las personas comienzan, por suerte, a ser en el centro de los objetivos, o el ADN de todo lo que hacemos, pensamos y deseamos. En definitiva, quitémonos el estigma de ser un «caso de Alfred Adler». Potenciemos, sin dudarlo, la transversalidad del conocimiento, de la experiencia y de los objetivos.

Lo segundo que me ha llamado la atención, y de alguna manera está entrelazado con el punto anterior, es que no terminamos de creernos que el gran paso de transformación y cambio que estamos dando como sociedad no es un tema de equipamientos tecnológicos sino de una gran expedición al fondo del ser humano. Todos estamos de acuerdo que el cambio está en las personas pero volvemos a poner en el centro a los sistemas, a las mediciones o a los procesos sin darnos cuenta que comenzamos a coordinar una Era completamente distinta, de intereses y expectativas diferentes, pero con elementos del pasado disfrazándolos de vanguardistas.

Tenemos una enorme oportunidad como «personas amantes de las personas», para hacer una sana reivindicación de nuestra profesión o vocación y no debemos desaprovecharla. Las personas hemos evolucionado. Naturalmente el ser humano ha comenzado a priorizar otro tipo de aspectos que nuestros padres o abuelos no ponderaban. Y eso poco a poco fue trasladándose a aspectos tan cotidianos e importantes como el trabajo, el consumo, las comunicaciones, las relaciones, el ocio, el desarrollo, etc.

Cambiamos nosotros y por ende requerimos y demandamos otras necesidades. Hoy somos “un todo bajo el mismo paraguas” y es imposible vernos separados en nuestro rol de trabajador o de cliente, por ejemplo. Porque tengo los mismos deseos, valores y expectativas jugando un papel u otro. Somos una perfecta unidad.


Y es por ello, que desde nuestro conocimiento de las personas tenemos que ser capaces de aportar un valor diferencial a las demandas que como sociedad exigimos. El marketing, las finanzas o el producto rodean nuestras decisiones y experiencias pero la variable está en el cliente, en las personas. Y a su vez, en la decisión que esa misma persona hace como trabajador eligiendo o deseando el tipo de empresa donde sienta mayor identificación para poder dar lo mejor de sí.

Porque no puedo dar confianza a mis clientes si mi entorno laboral carece de confianza. No puedo transmitir pasión por mí producto o mi marca cuando mi marca no siente pasión por mí. 

Si realmente queremos trabajar a conciencia y no corriendo tras una moda que sólo emparche situaciones de emergencia, entonces debemos capitalizar todo este actual concepto de transformación y cambio orientándolo hacia acciones y decisiones pragmáticas y rupturistas. ¿Cómo? Mirando a nuestros clientes como integrantes de nuestra organización y mirando a nuestros colaboradores como si fuesen nuestros clientes. 


El sístole y diástole pertenecen a un sólo órgano. Centremos nuestros esfuerzos, inteligencia colaborativa, innovación y cambios en lo importante. Descubramos a ese pequeño gran “irreverente” llamado Persona, porque aún tenemos mucho que aprender y mucho por descubrir. Pongamos en valor nuestra responsabilidad profesional, ya que si estamos convencidos ninguna piedra hará dudar nuestro andar y nuestros resultados. ¡Vale la pena, hablamos de nosotros, hablamos de personas!. Somos el espejo de nuestra marca y el ADN de nuestro equipo. Recursos Humanos: ayer un número, hoy una experiencia.