Hola y Adiós (La comunicación inmediata)

Estamos inmersos en la gran paradoja del siglo XXI: “a mayor descubrimiento y avance en la tecnología social menor es la calidad de nuestra comunicación”. Las nuevas herramientas de relación están transformando la forma de conocernos, trabajar  y convivir los unos con los otros. Y con esta gran responsabilidad a cuestas, los sistemas digitales dan un golpe de autoridad en la mesa retándonos día a día a saber quién lleva las riendas de este vertiginoso proceso evolutivo que nos toca vivir.


Inmersos en este nuevo y apasionante mundo que nos plantean, hemos comenzado a correr una carrera alrededor de nosotros mismos, sintiendo que no llegamos nunca donde necesitamos llegar, que jamás  terminamos lo que debemos hacer. Todo está a nuestro alcance pero no lo alcanzamos. “Estoy estresado” o “no tengo tiempo”, son las dos frases que dominan las conversaciones instantáneas. Entonces, hay algo que no cuadra en la ecuación del crecimiento en esta transformación sociocultural y digital en la que estamos inmersos. Y en ese correr circular alocado, bajamos nuestra cabeza para intentar no tropezar, sabiendo que en nuestra órbita suceden cosas, situaciones y por sobre todo personas que esperan y necesitan de nosotros, de nuestra atención y tiempo.

Nos hablan y asentimos con la cabeza pero nuestra mente está en otro sitio. Antes del otro terminar de hablar o explicar superponemos nuestra idea sin escuchar el 100% de su argumento. Cuando nos cuentan algo, necesitamos imperiosamente llegar al final de la frase, necesitamos ir “al grano”, no podemos esperar ni un segundo más de detalles. Estamos invadidos por la urgencia, con la sensación de perder el autobús en cada esquina. Y es allí que el “Hola y Adiós” se transforman en la inmediatez más irrelevante donde día a día se acumulan instantes vacíos, siendo incapaces de escuchar lo que no se dice. Y como dijo Eduardo Galeano: estamos “viviendo en la cultura del envase que desprecia el contenido". Y así, entre envases vacíos, la comunicación es sorda y muda.


Hemos incorporado un órgano más a nuestro cuerpo en esta etapa de desarrollo, y es la conectividad. Da igual el formato, es parte de nosotros y sin ella no podemos vivir. Nos ayuda, nos enseña, nos simplifica, nos abre caminos, y nosotros le correspondemos con dependencia y aislamiento. Utilizamos nuestros teléfonos unas cinco horas al día por término medio. En ese tiempo –más o menos un tercio de todo el que pasamos despiertos–, los consultamos unas 85 veces. ¿Para qué? La mayoría de las veces que lo hacemos ni siquiera somos muy conscientes de ello. El “tic del siglo XXI”.


La comunicación inmediata trastabilla en el precipicio de la ignorancia y es tan importante asumir ahora mismo el liderazgo de esta transformación, porque entre todos estamos estableciendo los nuevos hábitos del futuro, de nuestro hijos y nietos. Ya la hemos conocido, convive a nuestro lado, estamos felices de su aparición en nuestra vida, pero ahora establezcamos nosotros las pautas. La buena comunicación es la competencia esencial de todo buen conocimiento y relación.

Y para que la comunicación inmediata forme parte del olvido, vale la pena recordar aquellos obstáculos a los que nos enfrentamos día a día, por ejemplo: el no escuchar; el prejuzgar, adivinar o suponer; tener actitudes negativas, la subjetividad; la superficialidad;
la rutina de vivir; el engaño o la mentira; el tipo de lenguaje; el miedo; la crítica destructiva;
el no querer escuchar las opiniones ajenas; el convencimiento que sólo existe una realidad (la nuestra, por supuesto); el modo de comunicarnos; la expresión corporal utilizada; el no empatizar; y por supuesto, la prisa o la impaciencia.

La comunicación es experiencia, es oportunidad, es unión, es fusión, es aprendizaje, es conocimiento y es el verdadero alimento que nos une y nos identifica y dignifica. No digamos “Hola y Adiós” tan rápidamente, porque hay instantes que no regresan y pequeños grandes momentos que nos pueden cambiar la vida.

Felices Fiestas a todos mis queridos amigos y lectores, y nos reencontramos en el 2018 con toda la ilusión y pasión por continuar construyendo una sociedad más próxima, más colaborativa, más humana.



DIEGO LARREA BUCCHI 
Twitter: @larreadiego 

Nadie mejor que yo - Vídeo 18 - Canal Youtube RH&CC

Debemos liderar, aunque de momento nadie nos siga. Es tiempo de hacer aquello que creemos que no va a funcionar, aunque nunca nos hayamos animado a hacerlo. Es la oportunidad de fallar y volver a intentarlo sin dar paso al conformismo. 

Es el momento de superar la mediocridad ajena dando un paso adelante. Y de olvidarnos de los que nos han olvidado porque nunca probablemente debiéramos haberlos encontrado. 

Saber lo que nos define y en lo que podemos marcar la diferencia. Dejar las excusas para el 30 de febrero. No podemos vivir esperando que vean lo grandes que somos, sino vivir intentando ser grandes, que ya lo verán. 

Te invito a ver mi nuevo vídeo de Recursos Humanos & Cultura Colaborativa: "NADIE MEJOR QUE YO":

Seremos los verdaderos campeones cuando nos levantemos una y otra vez después de cada caída. Ese será la mejor de las recompensas y el verdadero aprendizaje. Señal que lo hemos logrado.

Y como dijo Séneca: "No hay nadie menos afortunado que el hombre a quien la adversidad olvida, pues no tiene oportunidad de ponerse a prueba".

Muchas gracias a tod@s por ver y compartir este vídeo y poder reflexionar juntos.
Muy buen fin de semana y hasta la próxima publicación.

DIEGO LARREA BUCCHI 
Twitter: @larreadiego 


El timón de la ambición

No es lo que puedes hacer con aquello que deseas, sino lo que has hecho con aquello que tienes. Vivimos permanentemente gestionando lo que vendrá y los hubiera. Una agenda personal vertiginosa, mutante, trémula, impaciente, alarmada e inestable que nos mantiene en un estado de continua gestión de la incertidumbre. En la era de la instantaneidad, la inmediatez representa un gran reto en la asimilación de los nutrientes socioculturales necesarios para una buena evolución. Pensar permanentemente en lo que pudo ser o lo que necesito ser no nos convierte en más pragmáticos, ni más innovadores o garantes de nuestra seguridad.


Hemos descubierto en esta últimas décadas como en el estudio de nuestra alimentación aparecía el diagnóstico de la “intolerancia”. Pero si medimos de la misma manera nuestro “Sistema de la Necesidad”, probablemente los resultados analíticos nos darían un elevado porcentaje de intolerancia a la espera, con llamativos ratios en aceptación y frustración. La buena noticia es que nunca encontraremos, en la receta de nuestro buen profesional de confianza, el remedio del conformismo ante estos casos. Es por ello, que la sola toma de conciencia de la existencia de un gran espacio vacío entre nuestro deseo y lo que realmente tengo, pone de manifiesto la primera aceptación de un “hoy” abandonado. El “querer” y el “quise” se transforman en arena entre los dedos cuando pensamos en lo que “quiero”. Gestionar el presente no es una bonita frase de autoayuda, es un mandamiento obligado a quitarnos el abrigo de las excusas.


La aceptación del presente y la capacidad de autogestionar la frustración nos lleva a un profundo grado de descubrimiento y madurez de nuestras oportunidades concretas de éxito. Lo que tenemos en nuestras manos de manera indirecta o directa lo hemos traído nosotros mismos a nuestras vidas, y escaparnos de ese mandato nos debilitará en las posibles buenas decisiones futuras. Aprender a saborear los buenos instantes o reconvertir los segundos eternos de frustración, son dos de los mejores remedios que nos ayudarán a reducir los elevados índices de ansiedad y a recubrir de vitaminas nuestras áreas vulnerables.

Nacemos con la buena ambición en nuestros ojos, buscando modelos de aprendizaje, espejo y desarrollo. Los padres, hermanos, maestros comienzan siendo nuestro faro en un mar vacilante de incertidumbres. Y dentro del primer barco de verbos copulativos comienzan nuestros primeros pasos por el “ser, estar, parecer y semejar”. Cada milímetro, centímetro o metro que vamos navegando aspiramos el aire del logro, de la conquista, del deseo, del entendimiento y del saber. Alzamos las velas y nos sumergimos en mares cada vez más arriesgados. Y nos dicen que eso es crecer y lo aceptamos. Seguimos buscando y gritando ¡Tierra! desde la cofa del mástil. Cambiamos una y otra vez la orientación y navegamos a través ,o con el viento en popa, de bolina, a sotavento y a barlovento. Avanzamos, retrocedemos, sufrimos y gozamos viendo como “el reloj del ahora” nos marca el verdadero rumbo y desafío. No es mañana, no es ayer, es hoy. Reconocemos el presente, lo asumimos y reconducimos nuestra frustración, porque necesitamos mantenernos a flote, mientras escribimos y timoneamos el mapa de nuestra propia historia.


Y en esa verdadera foto instantánea de nosotros mismos probablemente haya quien ponga sus dedos enturbiando su nitidez, o se empeñe en cruzarnos palos en nuestra navegación. Tengamos en cuenta que hay quienes no entienden aún que ese tipo de ambición va de la mano de la curiosidad, del crecimiento, de la búsqueda de respuestas y oportunidades, de las ganas de innovar, progresar y mejorar y no de una simple ególatra e innecesaria vanidad.


Seamos capaces de establecer el justo equilibrio entre lo que queremos ser, lo que somos y lo que hemos sido. Saber diferenciar y descartar aquello que no nos aporta un valor nos acercará más al verdadero deseo y a nuestra preciada ambición, aprendiendo a valorar y vivir intensamente aquello que tenemos y supimos traer y atraer hoy a nuestras manos. Que la inmediatez no reduzca nuestra capacidad de evolución y reflexión y nos enseñe que lo importante probablemente está demasiado cerca, rozando lo imperceptible.

¡Despertemos ambiciones, que el día ya ha comenzado!.

El talento compartido

Me gustaría que pongamos en perspectiva el impacto que tiene en nuestra vida y en la de los demás decidir usar nuestros talentos. Ya cuando nos despertamos, el destino final de cada una de nuestras acciones, lo contemplemos o no, es la interacción con los demás. Incluso la soledad o la reclusión es una manifestación, en este caso contraria, a esa interacción social.


Los seres humanos tenemos una misión global y es la generación de felicidad y bienestar. Pero la automatización de nuestras tareas diarias nos impide ver con profundidad el verdadero foco de ese objetivo. Incluso son términos tan devastados por la inmediatez comercial que fueron perdiendo su verdadero mensaje. Pero, a pesar de ello, hacemos todo lo que hacemos para lograrlos. Unos lo intentan con caminos largos y sinuosos, otros con caminos cortos y otros con atajos pero todos intentan llegar a ellos. Y en ese intento por llegar a la meta olvidamos que una visión exclusivamente individual debilita el objetivo final. Porque el talento no se concreta con el único apoyo de nuestro “saber”, sino de ser capaces de sumar otros talentos para lograr el verdadero anhelo.

En las empresas pasa exactamente igual. El talento organizacional ya no radica en la inteligencia y el valor aportado individualmente por cada persona, sino en la capacidad que la empresa tenga para fomentar el conocimiento y el talento compartido, creando un modelo de inteligencia colaborativa real generando un beneficio común.

El conocimiento socialmente distribuido se fundamenta en el  hecho de que nadie posee todo el conocimiento necesario, sino que éste se encuentra dentro del conjunto de las personas que formamos parte de una empresa o una sociedad.


Talento es una bonita palabra que a todos nos gusta utilizar y mencionar en nuestras presentaciones o cuando hacemos observaciones deportivas. Y gestionar talento es una misión apasionante pero compleja, que requiere de una gran sentido del liderazgo y una gran visión de futuro. Porque las personas y su conocimiento son uno de los mayores activos que una organización debe cuidar, estimular y saber administrar.


Nos sorprende que en plena transformación cultural, humana y digital algunos managers siguen temiendo por su liderazgo cuando en su equipo comienza a resurgir el talento. En estos casos, el daño puede ser irreversible si no actuamos a tiempo. La alta dirección de una compañía debe asumir la responsabilidad personalmente para evitar estos cortocircuitos y fomentar espacios de conocimiento, interacción y desarrollo más cercanos a lo que demandan hoy los clientes, los trabajadores y sus familias. El líder inspirador es un explorador en busca del talento y de las habilidades que todas las personas llevamos dentro para lograr nuestra mejor versión. Y, por sobre todas las cosas, tiene la capacidad de unir esos talentos en búsqueda de los mejores resultados.


Y no se trata de perder lo maravilloso de la diferencia, o la capacidad individual de progreso, del esfuerzo por superarse día a día, dando lo mejor de sí en cada momento. Se trata de comprender que un talento que comienza y termina en uno mismo, más que talento es un simple eco. Compartir el talento es una de las mayores herramientas de humildad, escucha, integración, visión, colaboración y profesionalidad que tenemos en nuestras manos. Nadie está excluído. Todos tenemos algo que decir en la construcción de esa añorada felicidad y bienestar dentro de cualquier ámbito. En cambio, la pasividad y la apatía sólo se dan la mano con la mediocridad.


Y como dijo Ken Lui: “las circunstancias de un hombre no vienen determinadas por su talento, sino por el lugar donde pone su talento a trabajar”. Y ese talento tendrá una alta probabilidad de acierto cuando entienda que únicamente los que cooperan pueden sobrevivir, y cooperar es llegar a acuerdos. Y para lograrlos, la reciprocidad y la confianza serán claves, haciéndonos entender que el talento compartido es una de las herramientas de comunicación, productividad, evolución y éxito de mayor importancia en este siglo XXI.


Nota: mi más humilde y sentido homenaje a los Maestro del Talento Compartido, mis compatriotas Les Luthiers, que a través de los años, nos han enseñado que la colaboración nos puede llevar a inolvidables instantes de felicidad y bienestar.

DIEGO LARREA BUCCHI 
Twitter: @larreadiego