Yo, el Caballero de la Armadura Oxidada

Mirarse dentro de uno mismo, no es sólo un tema que concierne a los seres humanos. También es un ejercicio que muchas empresas realizan como práctica de mejora continua, de crecimiento, evolución, etc. Y de su sincera autorreflexión y análisis depende en gran medida el éxito que tenga en su anhelada transformación cultural y tecnológica que hoy el mercado, sus clientes y sus propios trabajadores le están “exigiendo”. Si uno analiza el ranking Fortune 500, que lista desde 1955 a las compañías más importantes del planeta en términos de ventas, podremos comprender que este ejercicio no siempre resulta fácil.


Lo mismo nos sucede a las personas. No somos responsables de quienes somos, pero sí de quienes seremos. La gran diferencia con el mundo del comercio es que nosotros tenemos tantas oportunidades como queramos darnos y “la vida” nos permita. Porque siempre existe ese instante de mejora o de superación, aunque nos encontremos en la etapa más fangoso y compleja. La sabiduría de encontrar nuestra llave del cambio en nosotros mismos será la única capaz de encender el verdadero motor que llevamos dentro.

Nadie es la excusa de nadie, nadie es la roca final del precipicio de nadie, nadie es la muleta de nadie. Todos debemos aprender a estar bien con nosotros mismos y a partir de nosotros mismos, además de conocer bien cuáles son nuestras limitaciones, nuestras habilidades y nuestras áreas de mejora. Y entonces sí, ése será el momento más oportuno para comenzar a disfrutar de la verdadera complementariedad del otro.

Decía Nietszche “La prisa es un mal universal porque todo el mundo huye de sí mismo”. Y en esa huida reclamamos responsabilidad al otro. La empresa que no escucha a sus clientes y colaboradores, ni mira su competencia, entorno o necesidades del mercado, no se está mirando a sí misma. No quiere reconocerse o no quiere saber lo que está reflejando, en definitiva, no quiere comprender lo que hoy es ella de verdad. Y la excusa de su fracaso se basará muy probablemente en culpabilizar a los que ha ignorado.


Esta maniobra por delegar nuestra responsabilidad de cambio en los demás es una incoherencia suicida que nos distrae temporalmente pero nos aniquila en nuestra primera distracción. Cuando nos responsabilizamos estamos asumiendo todo aquello que nos pertenece, la propiedad de nuestros sentimientos, pensamientos, acciones y consecuencias. Ponernos las vendas en los ojos sólo retrasará la hora de nuestro imaginario reloj, aunque el tren ya se haya marchado.

Debemos valorar y agradecer a aquellas personas que de alguna u otra manera intentan sostenernos el espejo de nuestra realidad para que, algún día por fin, nos miremos en él. Porque ellas están presente en el momento y lugar indicado a pesar de nuestras negativas y “ceguera introspectiva”. Es un valor inconmensurable, que no nace del reproche sino de una auténtica relación afectiva. La misma relación que un cliente demanda de su marca, de su empresa o producto. Porque también surge de una afinidad, de un compromiso, de un vínculo que si somos capaces de entender, de desafiar a nuestra autoconciencia y generar los cambios que nosotros mismos necesitamos, estaremos ante la puerta de nuestra “gran ocasión”.

Esa autoconciencia emocional nos ayudará a darnos cuenta de la manera en la que se relacionan sentimientos, pensamientos y comportamientos pretéritos y presentes, así como su interrelación con nuestras expectativas y sobre todo las que generamos en los demás.

A veces nos comportamos como el “El Caballero de la Armadura Oxidada” de Robert Fisher, que para defender sus ideales se había construido una armadura. Y lo que le protegía de sus enemigos lo aislaba de sus seres queridos. Así, se quedó solo y atrapado en la vieja armadura comenzando un viaje hacia el único mago que podría liberarlo. Lo que nuestro Caballero no sabía era que, en realidad, estaba a punto de comenzar un viaje al fondo de sí mismo. Casi sin saberlo, como nosotros, él sería el único responsable de “encontrarse” para liberarse de su oxidada coraza y comenzar así su verdadero cambio.


DIEGO LARREA BUCCHI 
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