Factor “D”  (La analogía exitosa de la diferencia)

Nos resulta tan marketiniano hablar de “marcar la diferencia” que nos perdemos en la profundidad que sugiere realmente esta actitud, tanto en nuestra vida personal, social, como en la profesional. Hacer las cosas diferentes, pero ¿para qué? En tiempos de bonanzas hasta puede llegar a ser un “pecado capital” hablar de cambios cuando las cosas funcionan. 

El pensar en cambios en «momentos positivos» no significa no valorar o no potenciar lo que hoy nos da satisfacciones. Es poseer un sentido de la anticipación que sólo audaces visionarios pueden llegar a tenerlo, y la buena noticia es que no es una tarea compleja sumarnos a este grupo, tan sólo es cuestión de proponérnoslo. 

Por más que nos empeñemos en trabajar distintas técnicas, desde las más racionales hasta las más espirituales, el futuro es impredecible. Y mira que lo intentamos, pero no, nadie tiene la famosa «bola de cristal». Entonces, todo puede girar en dirección contraria en una milésima de segundo porque nadie domina esta ecuación, ni siquiera esos audaces visionarios. Porque incluso ellos son conscientes de su “debilidad” y buscan «la diferencia» replanteándose hasta sus más estruendosos aplausos y gloriosos éxitos.

Una empresa se autocondena si no ve como piedra filosofal de su misión el reinventarse permanentemente. Porque esa transformación o ese cambio está en nosotros y cada segundo que pasa como sociedad aprendemos, experimentamos, valoramos y exigimos de manera diferente. Por eso, esta constante actividad diaria no puede ser ignorada. Es parte de la propia evolución. Cuestionarnos cómo hacemos las cosas es una de las mejores técnicas de innovación y creatividad, además de ser lo que nos “distinga”. La humildad, la visión transversal, y la capacidad de empatía serán las grandes claves que nos abrirán o cerrarán la puerta de nuestro éxito.

Poner en práctica la «analogía exitosa de la diferencia» nos da la oportunidad cada día de lograr el verdadero equilibrio entre lo que somos, podemos ser y debemos ser. Y en nuestra vida personal también es bueno preguntarnos: ¿estoy dispuesto a cuestionar mis comportamientos diarios con mis hijos, pareja, amigos o familia para marcar más diferencias positivas e intencionales? o ¿tengo la humildad, la visión transversal y la capacidad de empatía para comprender las verdaderas demandas de los demás? ¿De verdad lo entiendo? ¿Estoy dispuesto?


La «proteína» del Factor D nos debe ayudar a marcar la “diferencia”, para salir de la abúlica rutina marcada por nuestros objetivos cortoplacistas y mirar realmente lo que tenemos a nuestro alrededor. Anticipar las señales de alerta y ser capaces de dar un paso hacia adelante dentro de nosotros mismos es crucial. Pero…¡Atención! Somos nosotros los que participamos de manera directa en el guión de nuestra película. No somos espectadores de lo propio y de lo ajeno. El tibio, el pasivo, el indiferente, el abandonado, el desidioso normalmente no acepta esa imagen en su espejo. Pero el día que la contrariedad golpea sus puertas, el cristal absorbe el vapor inoportuno y pone de manifiesto una dura realidad que probablemente con un “hoy no tengo tiempo” menos, se hubiera solucionado.

La diferencia la marcamos con nosotros mismos, y ella es la mejor escala de valor con la que podemos medir. No dejemos que los minutos pasen de largo. Hoy podemos ser capaces de levantar la cabeza y salir por un instante del mapa agendado que guía nuestras conductas y acciones diarias. El «yo pongo todos los días lo mejor de mi», a veces no es suficiente. Mirar a nuestro alrededor, simplemente escuchar, estar y observar a través de los ojos de los demás quizás nos ayude a ser mucho más efectivo y «diferente» de lo que hasta hoy hayamos intentado. Si sólo miramos nuestro ombligo, además del dolor cervical, no encontraremos más que nuestro ombligo.


Los grandes cambios en la humanidad se han producido por la observación. Por lo tanto, podemos ser como esos audaces visionarios, capaces de anticipar lo propio y lo ajeno, lo que ayer no vimos, lo que otros no supieron, y lo que muchos desearon. Y no hace falta irse muy lejos. Al lado de cada uno de nosotros tenemos el campo de estas misiones. Somos personas de valores, buenas personas que buscamos buenas personas, en un fluctuoso mundo apáticamente exigente. El Factor X puede ser talento, pero el Factor D nos da la oportunidad de transformar y romper con nuestros propios prejuicios, rutinas, hábitos y automatismos, dándonos la oportunidad de poner en práctica el verdadero «Factor Diferencial». De esta manera, estaremos más cerca de conseguir los cambios, la felicidad, el compromiso que buscamos y los éxitos que tanto deseamos.

«Solamente haciendo el bien se puede realmente ser feliz», decía Aristóteles. En un mundo de gestión de expectativas a corto plazo, donde pensamos que sólo tenemos que adaptarnos a las consecuencias del «botón de la transformación que alguien apretó mágicamente», quizás la auténtica diferencia sea provocar felicidad en nuestros equipos, clientes, familia, amigos, pareja, etc. 

Entonces ¿estamos dispuestos a formar parte del Factor D?