De la intención a la acción

Todos en mayor o en menor medida necesitamos de los demás. Desde el minuto uno de nuestras vidas hasta el último de nuestros suspiros finales. Pero cuando estamos corriendo  a toda velocidad y nada detiene nuestra marcha, normalmente, no nos damos cuenta de ello. En cambio, si esa velocidad no hace más que hacernos girar en la rueda del hámster, miramos ahogados alrededor en búsqueda de una mano amiga «salvadora».

Hay veces que esa carrera se torna agotadora. Aunque apliquemos las 5.000 técnicas que hemos estudiado o que nos han recomendado para mejorar nuestra situación o nuestros proyectos, todos los caminos parecen conducir al dibujo de una puerta en la pared. 


Tenemos actitud, coraje, ideas, ganas, y tenemos la humildad de rehacernos, cuestionarnos, o reinventarnos cada día pero ese dibujo de la puerta en la pared sigue deteniéndonos e intentando socavar nuestra ilusión. Y si bien nuestros seres más queridos nos arropan, entienden, animan y aún siguen pensando que somos ese «pequeño superhéroe» que todo lo puede, comenzamos a padecer a un “Mundo Blablablá” que nos lanza discursos en pluscuamperfecto de subjuntivo diariamente, comprobando como efectivamente “del dicho al hecho hay mucho trecho”.

Son intenciones bien intencionadas pero que solamente llenan espacios, convirtiéndose en discursos cada día más vacíos para nosotros y nuestras urgentes necesidades. Y nos descubren y a la vez nos alejan de esas personas que nunca hacen lo suficiente para llevar su “estupenda dialéctica” a la acción oportuna. La palabra es la simbolización que se le da a una percepción, pero lo percibido no es palabra, es un hecho, un suceso, una experiencia real. Cuando se está en medio de una crisis las palabras sobran. Lo importante es la acción racional y concreta para salir de la crisis, propia y ajena. 


Muchas veces los que esperan algo en un momento en particular simplemente esperan detalles, sólo eso. La gente que se encuentra en la rueda imparable no busca soluciones mágicas, sino que aquel que hoy tenga la oportunidad de extender una mano para sacarlo de ese giro alocado, lo haga. Porque quizá el que está dentro de la rueda ya lo haya hecho o lo pueda llegar a hacer en otro momento de la vida con nosotros.

Las llaves de esa puerta dibujada en la pared pueden ser diversas, es cuestión de conocer y observar al otro. No se trata de regalar nada, sino de estar en el momento y en el lugar indicado, teniendo la capacidad empática de gestionar como si de uno mismo se tratase. 

Aún me resisto a pensar que ya «nadie debe esperar nada de nadie». Quizás porque sigo siendo un convencido de que el ser humano tiene una bondad colaborativa por naturaleza y porque la vida es cíclica. Y por supuesto, que el hecho de esperar algo de alguien no debe ser un justificante para no hacer lo que uno tenga que hacer o bien para lograr las metas y objetivos que tanto anhela.


Porque las personas nos influyen, las voces nos conmueven, las palabras nos convencen, pero los hechos nos transforman. Los seres humanos queremos que la realidad se adapte a nuestros sueños, necesidades y expectativas, lo que condiciona y dificulta nuestra interrelación con otras personas. Por eso es tan importante el verdadero conocimiento del otro, y dar testimonio de lo que el otro significa para mí cuando realmente lo necesita y no cuando yo lo creo conveniente. El momento de estar presente no reviste de excusas ni titubeos.”Res non verba”, hechos no palabras. Colaboración e interconectividad sin discursos.

Cada uno de nosotros tiene áreas de mejora, pero, cuando extendemos a tiempo la mano a los demás nos multiplicamos e incluso esas debilidades desaparecen. Dijo Malcolm X: “Cuando el “yo” se reemplaza por el “nosotros”, incluso la enfermedad se convierte en bienestar”. Hagamos de la intención una acción y transformemos nuestros entornos más próximos dando ejemplo concreto de lo que tanto pedimos y deseamos para la sociedad de nuestros hijos.