Confianza sin fianza

Cuando era niño intentaba descubrir, de manera casi desesperada, el gran secreto del mago. Él nos ponía delante de nuestras narices un truco que parecía simple, pero que no podíamos descifrar. A mi alrededor oía los gritos de amiguitos intentando dar con la solución, sin embargo todo era en vano. Pero la sorpresa, la ilusión y la sonrisa desbordaban por nuestros rostros felices. Con unos pocos años más comenzamos a entender algo mejor ese truco infantil, y establecimos una relación no pactada y silenciosa de confianza con el mago de turno. Poníamos ojos picaros de “yo ya lo sé”, y permitíamos que todo fluyese.

Las relaciones se van construyendo con una dosis de buena ingenuidad, observación, sorpresa, ilusión, complicidad y un intangible “convenio de partes” silencioso firmado con letras de confianza. Como la del niño y el mago, la confianza es sin duda uno de los valores más importantes que tenemos, que podemos desarrollar y sobre todo que podemos transmitir.

La economía está basada en la confianza, también la política, las inversiones, incluso las religiones. Confiamos en nuestros padres cuando nos sueltan para dar nuestros primeros pasos, cuando el abuelo nos impulsa la bicicleta sin saber todavía andar, en lo que comemos y bebemos diariamente, en el producto que compramos, en el médico que cuida nuestra salud o en los docentes que comparten horas con nuestros hijos. Confiamos en el pronóstico del tiempo de nuestro teléfono, en el periodista que nos informa cada mañana, en nuestro jefe cuando nos indica los próximos pasos a seguir o en el mecánico cuando nos da el diagnóstico de la reparación del coche. Confiamos, creemos, esperamos, nos ilusionamos y nos entregamos. Somos como pequeños niños extendiendo nuestros brazos para nos sostengan.

Y es una actitud plenamente necesaria para vivir porque es la seguridad o esperanza firme que alguien tiene de otro individuo o de algo. Construimos nuestras vidas en base a ella. Ernest Hemingway decía que “la mejor manera de saber si puedes confiar en alguien es confiando”. Y si lo hacemos, esto ayudará a simplificar y entender las relaciones personales, profesionales y comerciales. Es una acción tan importante en nuestras vidas que es capaz de dejar de lado las dudas firmando un contrato sin fianza. Esto genera una alta exposición y vulnerabilidad de nuestra persona, que es directamente proporcional con la alegría o el dolor de los resultados obtenidos. 

La pérdida de confianza, en cambio, se debe a un agotamiento emocional, causado por la mala intención de la persona o una mala experiencia que no cumple con lo prometido. Las personas y las marcas sabemos perfectamente que en el incumplimiento del “contrato sin fianza” hay una responsabilidad implícita. Y es la que nos lleva a tomar las decisiones de cambiar y marcharnos.

Nos dejamos llevar por el piloto al subir al avión, decidimos poner nuestros datos bancarios en las compras por internet, nos dejamos guiar por los consejos de Google y aceptamos la geolocalización, aceptamos la buena gestión de nuestros datos,  agradecemos la sugerencia del camarero, nos abrimos de par en par con amigos cuando estamos vulnerables. Confiamos a cada segundo de nuestro día, a cada paso, en cada decisión. Porque entendemos que cada uno de estos “actos de fe” nos llevan a tener una vida más llena de libertades, de desarrollo y progreso. Y nos refuerza nuestra capacidad para decir “no” a tiempo cuando ese “pacto” se vulnera, se rompe o se pisotea.  La evolución y transformación de las sociedades se basan en la transparente voluntad de confiar y en la máxima responsabilidad por cumplir. 

En el mundo de las seguridades e inseguridades, fomentemos la confianza sin fianza y seamos capaces de construir relaciones fuertes y transparentes con esa complicidad “del niño y el mago” donde la sorpresa, la ilusión y la sonrisa desborden por nuestros rostros.

DIEGO LARREA BUCCHI