Vivimos en un mundo desparejo, imperfecto, presuroso, lleno de contradicciones, de sinsentidos, fragmentado, disociado, confuso y hasta ciclotímico, que sin proponérselo nos obliga a estar en alerta máxima, a mirar a nuestro alrededor y querer instintivamente proteger lo que más queremos. Nos cuestionamos, dudamos, a veces tenemos miedo pero a pesar de todo ello nos entregamos a la vida, a nuestras creencias, deseos, proyectos, familia y trabajo. Porque hay algo que nos da la fuerza necesaria para sobrellevar todo ello con decisión y es el gen de la alegría o como lo llaman algunos científicos el gen 5-HTTLPR.

No hay nada más pragmático en estos casos que asomarse a estudios como Gini Coefficient u otros índices de medición y automáticamente veremos una luz roja de alerta ante nuestros ojos. Los datos son datos. Pero detrás de cada uno de ellos hay personas y también estamos tú y yo y el esquema de sociedad que entre todos diseñamos. Y por supuesto, la vida continúa y nos debemos a las obligaciones diarias pero, ¿en qué punto vamos a reflexionar y tomar las medidas correspondientes para que esta sangría deje de producirse y comencemos a trabajar desde el lugar que nos corresponda por un cambio real? Cambio de hábitos, de comportamientos, de intereses comunes, de colaboración, de escucha, de aprendizaje, de compromiso, etc.
Y esto no es una película de Steven Spielberg. Los datos son datos decíamos y las Naciones Unidas nos advierten que detrás de una proyección del crecimiento demográfico, con el continente africano como el que más crece en natalidad, la disminución de la población en Europa (bajas tasas de fecundidad y aumento de la longevidad) y las brechas sociales cada vez más pronunciadas en América Latina, nos encontraremos con una sociedad mundial altamente en riesgo. Y el problema no es detectar el cómo llegamos hasta aquí, porque habrá innumerable razones y sería interminable sino el cómo empezamos a gestionar una sociedad a nuestra medida dejándonos generación tras generación un buen legado de regalo y no un mal legado regalado.
El ser humano es magnífico, con unas oportunidades que ya muchos seres vivos del planeta quisieran tener. Debemos comenzar por lo más sencillo: en casa, en nuestro día a día, en nuestro trabajo, en la calle, en el supermercado, con los vecinos, con nuestros clientes, proveedores y nuestros equipos. Comencemos a dibujar esa “casa ideal”, aún estamos a tiempo. No vendamos “humo”. Ya todos sabemos que si el objetivo, el esfuerzo y los resultados son compartidos la construcción de los pilares serán sólidos y permanentes.
Tenemos el gen de la alegría que también nos impulsa para cambiar, para levantarnos, para tomar las mejores decisiones y para aprender de los errores. Ese gen que nos contagia, que posibilita que las neuronas hablen entre sí y que regula y transmite mensajes emocionales nos activa y facilita el cambio. Si como decía Friedrich Koenig “tendemos a olvidar que la felicidad no viene como resultado de obtener algo que no tenemos sino más bien de reconocer y apreciar lo que tenemos”, podemos lograrlo.
Trabajemos juntos la innovación más relevante del siglo XXI y hagamos entre todos, de este imperfecto mundo, nuestra mejor herencia libre de impuestos sobre sucesiones y donaciones, obsequiando a nuestros descendientes una sociedad generosa, sensiblemente humana, empática, creativa y solidaria.
DIEGO LARREA BUCCHI
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