Transformarse para transformar: la clave del cambio del Siglo XXI

Desde el primer segundo de nuestro despertar cada mañana, estamos experimentando, decidiendo, deseando o rechazando. Y todo lo hacemos dentro de una repetición inconsciente llamada hábito. Nuestras neuronas, ávidas de nuevos desafíos, nos “obligan” cada día a generar impulsos. Porque el cerebro no puede parar de aprender y utiliza los conocimientos previos para añadir otros nuevos. Está en permanente movimiento. Por ejemplo, en la práctica repetida de caminar, “colocará” otras habilidades motoras: correr, bailar, trepar, saltar, tocar un instrumento, montar en bicicleta, siempre busca más. Es una innovación vital, que nos lleva a una evolución natural.

Vamos cambiando, transformándonos de manera evolutiva. La mayoría de las veces, cuando hablamos de innovación vital y de creatividad, también en las empresas, hablamos de adaptación. Las organizaciones, al igual que todos los seres vivos, estamos inmersos en un proceso continuo de cambios y estamos obligados de forma natural a adaptarnos al entorno si queremos permanecer en él. Como decía Darwin, “no es la más fuerte de las especies la que sobrevive y tampoco la más inteligente. Sobrevive aquella que más se adapta al cambio. En la larga historia de la humanidad (incluso de la especie animal), son aquellos que aprenden a colaborar y a improvisar los que más probabilidad de prevalecer tendrán”. Las cosas cambian si tú quieres cambiar con ellas.



Si desde que nacemos y despertamos cada mañana estamos en un permanente ejercicio de búsqueda, aprendizaje y logro, ¿por qué nos resulta tan complejo admitir que transformarnos para transformar aquello que deseamos es la clave motora de nuestro éxito personal, profesional o comercial

Ese entrenamiento diario no sólo es una visión introspectiva sino más bien una alta capacidad para saber distinguir, valorar e incorporar de la manera más rápida y eficaz aquellas mutaciones que nos regirán a partir de “mañana”. Esta práctica también debe darse en el ámbito empresarial, ya que las empresas deben abandonar el “sistema heredado” o legacy y atreverse a realizar el cambio que asegurará su supervivencia. ¿Qué tenían ayer en común empresas como Atari, Kodak, Blockbuster, Nokia y Olivetti? Todas creyeron que no había nada que cambiar, que el éxito estaba asegurado y que su producto o estrategia de negocio era imbatible. ¿Qué tienen hoy en común estas empresas? Que han desaparecido o declararon la bancarrota o son franquicias de marca o han sufrido su mayor golpe empresarial.

Animarse a transformarse para transformar no es fácil, es una decisión de valientes. Pero sobre todo debemos entender que es un proceso relacionado directamente con las personas. El ser humano es la clave del verdadero cambio del Siglo XXI. El Homo Sapiens apareció hace medio millón de años. Su aparición, resultado de muchas transformaciones de la biosfera, no estuvo acompañada de toda la tecnología con la que hoy lo asociamos, es decir, la cultura como conjunto de herramientas físicas y simbólicas que ha desarrollado para transformar la realidad y satisfacer así sus necesidades de orden biológico, psicológico y social.

Si tenemos en nuestro ADN el gen de la supervivencia, el conocimiento y la evolución, ¿dónde está el buen modelo de aprendizaje dentro de este aparente complejo escenario digital que sacude nuestro día a día?, ¿cómo romper nuestros miedos? La respuesta la tuvo ayer un gran directivo de retail que decía: la fórmula más sencilla es pensar en ¿qué elementos nos imaginamos nosotros como padres que nos gustaría que nuestros hijos tengan a la hora de ser buenas personas y buenos profesionales? Eso que nos vino a la mente, esa es la clave del éxito. Y no importa el desafío o lo que tengamos por delante, lo importante es tener la humildad, la proactividad, la iniciativa, los valores y la pasión para intentar ser mejores cada día, por nosotros, por nuestra familia, amigos y clientes.


Como decía Heráclito: "lo único constante es el cambio”. Y éste vendrá cada día más deprisa, nos guste o no. Entonces, podemos anticiparlo y liderarlo reconociendo quiénes somos hoy o dejar que venga y tener que gestionarlo. En nuestras manos y desde el primer segundo de nuestro despertar cada mañana está la gran decisión. 


Feliz Semana Santa para tod@s!


DIEGO LARREA BUCCHI 
Twitter: @larreadiego 

El Sr. Supongo y la Sra. Doy por Hecho

Dejando atrás mi entrañable niñez y en un día de esos que se olvidan fácilmente, conocí por casualidad a un matrimonio bastante peculiar. Les gustaba pasearse con vestidos algo extravagantes y de la mano por la avenida de mi barrio. Siempre me llamó la atención que los vecinos decían no conocerlos pero sin embargo ellos saludaban a todos como si ayer hubieran cenado juntos. Eran el Sr. Supongo y la Sra Doy por Hecho. Una pareja singularmente extraña, que miraba de reojo, distantes, desconfiados y muchas veces con un sentido de la frivolidad y narcisismo que, a mi corta edad, me daba un poco de "miedo y escalofrío".

Pasaron los años y ellos siguieron transitando plácidamente por la avenida de mi barrio. Parecían no tener edad y que el tiempo no pasaba para ellos. Dejé atrás mi casa, mi lugar y la vida me llevó por distintas ciudades pero curiosamente ellos seguían caminando por esas nuevas avenidas, junto a otras nuevas personas. Entonces, comencé a entender que quizás dentro de cada uno de nosotros haya un pequeño trozo de esta excéntrica pareja y encontrármelos en cada lugar no era ninguna casualidad sino una auténtica causalidad.



“Un gran número de personas piensan que están pensando cuando no hacen más que reordenar sus prejuicios” dijo el filósofo estadounidense William James. Y ¿por qué nos pasamos la vida reordenando prejuicios, en vez de apilar conocimientos y experiencias?

A los investigadores les cuesta definir lo que es prejuicio pero todos de alguna manera coinciden en que es un sentimiento o actitud negativa hacia alguien basada en información insuficiente. Un “juzgar de antemano” por diferencias de raza, género, peso, idioma, religión, o cualquier concepto que nos lleve a la palabra diferente y nos provoque rechazo. Rechazo muchas veces inconsciente basado en generalizaciones incorrectas o estereotipos. 

Y este automatismo aparentemente involuntario fue investigado por científicos del Centro Médico Cedars-Sinai (California) y del Instituto de Tecnología de California, Caltech (EE.UU.) quienes han descubierto que al menos algunas de las células del cerebro que están especializadas en el reconocimiento de las emociones pueden realizar juicios basados ​​en prejuicios del espectador en lugar de en la verdadera emoción que se observa.

Cuanta más similitud existe entre el estímulo y su receptor más armonía y menos prejuicios. Pero cuando la disonancia se manifiesta, las “suposiciones” y el “dar por hecho que las cosas son de una u otra manera según mi punto de vista”, comienzan los grandes conflictos, rechazos e inconvenientes. Creemos tener el mejor “receptor automático de evaluación y anticipación” de personas y situaciones pero nos cuesta comprender que no todo es cuestión de “buen ojo”, “buen olfato” o tener “experiencia”. Si invirtiéramos más tiempo en el entendimiento real del otro frente a lo que supone la pérdida de una oportunidad o la resolución de un conflicto, entenderíamos el valor significativo del conocimiento.

Dentro del mundo de las empresas también hay ejemplos que pueden ilustrarnos. Un estudio del Foro Económico Mundial (WEF) habla de los 3 grandes prejuicios que padecemos los empleadores a la hora de contratar o de gestionar personas: 1) Nos atraen quienes más se parecen a nosotros, 2) Las decisiones se basan en estereotipos de competencias y 3) Tememos contratar a alguien que podría eventualmente amenazar nuestro puesto en la organización.



Sea en el ámbito que sea el Sr. Supongo y la Sra. Doy por Hecho aparecen indiscriminadamente y nos hacen pegar un golpe contra nuestra propia realidad saludándonos como si ayer hubiéramos cenado juntos. Es por ello que, saber reconocer nuestras “arbitrariedades” y estar dispuestos a utilizar nuestros cinco sentidos no como un arma adivinatoria sino como una poderosa herramienta de empatía, será la mejor de las oportunidades que nos estemos dando a nosotros mismos.

Sr. Supongo y la Sra. Doy por Hecho:
“Espero con estas palabras poder cerrar ese capítulo pendiente de mi infancia que me ha llevado junto a ustedes por tantas y tantas avenidas. Y de alguna manera quiero agradecerles que, sin querer, me hayan hecho comprender que el contagio de los prejuicios, como decía Pío Baroja, hace creer muchas veces en la dificultad de las cosas que no tienen nada de difíciles.

DIEGO LARREA BUCCHI 
Twitter: @larreadiego 

La Suma que Multiplica - Vídeo 21 - Canal Youtube RH&CC

Somos el impacto que causamos en el otro y nuestra actitud marcará la diferencia. Estamos rodeados de personas "serias, correctas y profesionales". Pero el factor diferencial lo marcan aquellas que además de ello, dejan “la buena huella”. Porque la gente en definitiva nos nos valoran por nuestra forma de ser. 

Hay personas que ni siquiera conocemos que con un simple gesto te han hecho ver el día con otros ojos. Personas que saben entender que un mundo cotidiano anárquico y rutinario sólo lleva a la rueda del hámster. Personas con memoria. Personas para las que el detalle es el regalo más preciado. Personas para las que el olvido es un insulto. Persona que regalan coherencia con sus palabras y sus actos. Personas valientes. Personas que saben irse y llegar cuando es necesario. Personas que no regalan palmadas, ni risas histriónicas, ni gritos de guerra, tan sólo aquello que realmente necesitamos.  

El valor de "las personas que nos hacen mejores personas" es la piedra filosofal inquebrantable de toda sociedad civil, familiar o comercial.  

Te invito a ver mi nuevo vídeo de Recursos Humanos & Cultura Colaborativa: LA SUMA QUE MULTIPLICA


Muchas gracias a tod@s por ver y compartir este vídeo y poder reflexionar juntos.
Muy buen fin de semana y hasta la próxima publicación.

DIEGO LARREA BUCCHI 
Twitter: @larreadiego 

El séptimo sentido: la pertenencia

Pertenezco a lo que amo, a lo que soy, a donde he nacido y donde me he criado, donde encontré aquella posibilidad, donde el sonido me identifica y los aromas me acurrucan, donde el futuro es incierto pero mío, donde la emoción me transforma y donde puedo sentirme yo mismo, donde encuentro lugares compartidos y comunes,donde las puertas están abiertas, los valores tienen un valor y donde “el otro” mañana puedo ser yo. Pertenezco al mundo del “Cuídalo como si fuera tuyo” o “Piensa cómo te gustaría que te tratasen a ti”. Al mundo de la osadía del detalle, de la importancia del instante, de la palabra dada, del error asumido, de la oportunidad brindada y la oportunidad buscada, de la escucha sin respuesta y la respuesta con escucha. Donde las excusas nunca sirven de nada y donde los “es que” se dan de cara contra el suelo.

Pertenecer es algo más que un sentimiento o una sensación. Es una actitud, es una decisión y una necesidad psicológica y emocional fundamental. Pero que no sólo requiere de un contexto externo favorable sino también de una gran capacidad de autoliderazgo, de motivación propia, valentía, audacia, deseos de superación y desarrollo. Y es allí donde dejamos de pensar en lo que deben cambiar los demás para pensar en lo que puedo cambiar yo o en lo que puedo dar yo. Porque si nos pasamos la vida esperando que las cosas sucedan, las apatías, frustraciones y abulias comenzarán a rodearnos y seremos autocomplacientes, indolentes naufragando a la deriva en nuestro mundo personal y profesional.

Si no estamos dispuestos a hablar de aquello que nos corresponde a nosotros mismos es imposible hablar de manera efectiva del “sentido de la pertenencia” o “engagement” hacia una empresa, organización, grupo, proyecto, pareja, etc. Es verdad que estamos invadidos de bienintencionados escritos, vídeos y pensamientos reflexionando sobre las mejores técnicas para fomentar el compromiso o implicación. Pero seamos razonables: ¿necesitamos de una técnica para gritar a viva voz que estamos apasionados? o al revés ¿necesitamos de alguna técnica para apasionarnos por algo o por alguien? En tiempos donde el absurdo es una probabilidad, por si acaso las preguntas quedan aquí formuladas.

Ya es hora de hablar sobre lo que yo puedo hacer por mí mismo y por ende por los demás y de abandonar el constante reclamo de lo que el otro puede hacer por mi. En un mundo tan inquieto, desafiante, transformador, disruptor, no podemos quedarnos de brazos cruzados esperando que nuestros padres nos sirvan la comida en la mesa. No podemos quedarnos detrás de un escritorio a esperar que nos digan lo que tenemos que hacer, empujando con nuestra mirada las agujas del reloj para finalizar a tiempo. Porque todo esto es un golpe mortal contra nuestra capacidad, talento y orgullo. No se trata de hacer más o menos horas, o si la responsabilidad es de otro, o si la empresa no es mía. Se trata de vivir cada momento como una oportunidad, con intensidad, como un desafío personal, un aprendizaje constante, una renovación diaria de nuestras capacidades. Por nosotros y por nuestros seres queridos. Se trata de sentarnos en la mesa con nuestros hijos y sentirnos orgullosos de lo que hemos hecho en el día sin importar el rol que ocupemos. 


Tomar decisiones, acertadas o equivocadas, pero nuestras y quedarnos o marchar dependerá exclusivamente de nosotros. Los contextos pueden ser más benévolos o más difíciles pero el permanecer aletargados siempre será parte de nuestra resolución. La vieja y mala costumbre de reclamar siempre al otro, nos ha cegado la posibilidad de ver realmente el cúmulo de ocasiones que tenemos para lograr nuestros éxitos y el potencial que atesoramos en nuestras manos. 

Pertenezco a lo que amo, a lo que soy, a donde he nacido y donde me he criado, donde encontré aquella posibilidad...Entonces, “enganchémonos” a nuestras ganas de aprender, de superarnos, de innovar, de equivocarnos, de compartir, de evolucionar, de soñar despiertos y hagamos que el séptimo sentido sea capaz de transformar a nuestro pequeño entorno y a nosotros mismos.