Una de las palabras que más escuchamos en distintos sectores o foros es la palabra cambio. Alejándonos un poco del ruido cotidiano nos preguntamos ¿qué es lo que realmente tenemos que cambiar? Hemos llegado, queriendo o sin querer, a un acuerdo implícito entre todos y es que todo está cambiando: la sociedad, el clima, la economía, el comercio, el trabajo, etc. A partir del momento en que las comunicaciones comenzaron a transformar nuestra vida cotidiana, empezamos a transitar caminos desconocidos hasta el momento y a incorporar ciertos hábitos impensados. En nuestro día a día se abrió una gran caja de sorpresas, retos, incertidumbres, desconocimientos y fascinaciones. Ahí, dentro de esa sudestada de acontecimientos comprendimos poco a poco que algo de nuestra vida ya no era como antes, ni como nos habían contado que sería. Y en el descubrimiento de un “nuevo escenario” comenzaron las lógicas dudas, interrogantes, miedos y un nuevo aprendizaje hasta hoy no experimentado.
Pero ¿qué es lo que realmente debe cambiar en nosotros para que seamos capaces de adaptarnos a esta transformación? ¿Debemos aceptar todo cambio sin cuestionarlo por el mero hecho de encontrarnos en plena ola de actualización? ¿El “cambiar por cambiar” es una inteligente estrategia para impulsar la siempre querida pero temida innovación o es un renegar de todo lo que nos ha traído hasta aquí?
A veces la velocidad juega roles tremendamente importantes aunque no siempre son afortunados. La evolución también es saber hacia dónde vamos y lo que queremos ser como sociedad, familia, empresa u organización con una visión compartida. Porque las cosas no cambian; cambiamos nosotros.
Y entonces ¿sabemos lo que queremos ser? ¿o estamos dejando que los impresionantes descubrimientos tecnológicos guíen nuestro camino? “Robots capaces de ganarse la confianza de humanos” o “Los robots ya superan a los humanos en comprensión lectora” son hoy titulares de prensa que nos hacen sonreír. Pero si no orientamos el cambio hacia una verdadera evolución intelectual, cognitiva, emocional y colaborativa le estaremos “entregando” las llaves de nuestras decisiones y nuestro futuro.
"Sorprenderse, extrañarse, es comenzar a entender" decía Ortega y Gasset. Aunque nos digan que debemos dar el paso, adaptarnos y ser parte de la transformación, conocer y comprender hacia dónde nos estamos transformando es única y exclusivamente nuestra responsabilidad. Descubrirnos a nosotros mismos y saber lo que queremos y necesitamos siempre ha sido y será la base elemental de todo éxito futuro. En cambio, encomendar a los demás que cambien para que yo me adapte, es la peor táctica marketiniana que podemos elegir.
Saber adaptarse a los cambios que vienen del entorno en lugar de pretender transformarlo todo, también es una opción válida e inteligente. Pero, siempre y cuando seamos nosotros los que decidimos esa adecuación propia, por necesidad o por búsqueda de mayores logros y satisfacciones. Comprender cada paso que hemos dado, estamos dando o nos falta alcanzar, será fundamental en nuestro crecimiento personal, profesional, comercial y hasta espiritual.
La necesidad busca la oportunidad y la oportunidad al cambio. La inacción es parte del letargo y el letargo la cuna de los mediocres. La base de esta transformación no está en los grandes procesos de cambio sino dentro de cada uno de nosotros. Porque atrevernos a innovar es traspasar las fronteras que uno mismo tuvo y tiene. Es llegar donde queremos llegar para superarnos y donde nadie ha llegado. Por lo tanto los dos factores diferenciales son: entender y querer.
“Nos deleitamos con la belleza de la mariposa pero raramente admitimos los cambios por los que ha pasado para conseguir esa belleza”, decía Maya Angelou. Sepamos disfrutar, aprender y valorar esta gran transición que tenemos la dicha de vivir. Y que la esquizofrenia colectiva de lo ordinario no nos robe la ilusión de un equilibrado futuro de verdadero bienestar y prosperidad.
Pero ¿qué es lo que realmente debe cambiar en nosotros para que seamos capaces de adaptarnos a esta transformación? ¿Debemos aceptar todo cambio sin cuestionarlo por el mero hecho de encontrarnos en plena ola de actualización? ¿El “cambiar por cambiar” es una inteligente estrategia para impulsar la siempre querida pero temida innovación o es un renegar de todo lo que nos ha traído hasta aquí?
A veces la velocidad juega roles tremendamente importantes aunque no siempre son afortunados. La evolución también es saber hacia dónde vamos y lo que queremos ser como sociedad, familia, empresa u organización con una visión compartida. Porque las cosas no cambian; cambiamos nosotros.
Y entonces ¿sabemos lo que queremos ser? ¿o estamos dejando que los impresionantes descubrimientos tecnológicos guíen nuestro camino? “Robots capaces de ganarse la confianza de humanos” o “Los robots ya superan a los humanos en comprensión lectora” son hoy titulares de prensa que nos hacen sonreír. Pero si no orientamos el cambio hacia una verdadera evolución intelectual, cognitiva, emocional y colaborativa le estaremos “entregando” las llaves de nuestras decisiones y nuestro futuro.
"Sorprenderse, extrañarse, es comenzar a entender" decía Ortega y Gasset. Aunque nos digan que debemos dar el paso, adaptarnos y ser parte de la transformación, conocer y comprender hacia dónde nos estamos transformando es única y exclusivamente nuestra responsabilidad. Descubrirnos a nosotros mismos y saber lo que queremos y necesitamos siempre ha sido y será la base elemental de todo éxito futuro. En cambio, encomendar a los demás que cambien para que yo me adapte, es la peor táctica marketiniana que podemos elegir.
Saber adaptarse a los cambios que vienen del entorno en lugar de pretender transformarlo todo, también es una opción válida e inteligente. Pero, siempre y cuando seamos nosotros los que decidimos esa adecuación propia, por necesidad o por búsqueda de mayores logros y satisfacciones. Comprender cada paso que hemos dado, estamos dando o nos falta alcanzar, será fundamental en nuestro crecimiento personal, profesional, comercial y hasta espiritual.
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