Aristóteles definía al tiempo como el número, o la medida del movimiento
según antes y después. El tiempo es entonces la dimensión del cambio. Ya que si
nada cambiara, no habría tiempo. Y evidentemente el tiempo no existe en sí
mismo, no existe porque es una simple medida. No existe el tiempo como no
existe ni el kilómetro ni el litro, sino únicamente las cosas que son medidas
por tales patrones convencionales. Pero hoy quiero quedarme con esta
definición: “El tiempo es vida”. Es la vida que se procesa
y que se construye, se despliega y hacia el final se repliega. El valor del
tiempo y del no tiempo, del escuchar y no escuchar, del ruido y del silencio.
En la GENERACIÓN CLICK…generación de las comunicaciones, comunidades y redes sociales, de la
participación, de la respuesta inmediata, del todos conectados, del todo en un
mismo lugar, “el tiempo, la escucha y el silencio” son la clave y en nosotros está
el desafío.
Y en el camino del tiempo, la manera más moderna de ver el futuro es
aprender también del pasado. Escuchamos a Nietzsche cuando habla que la vida tiene necesidad del servicio de la
historia y le pertenece al ser vivo en la medida en que preserva y venera lo
que ha hecho.
Y no por un afán nostálgico melancólico valoramos
el pasado sino por su forma de ver la vida, relaciones diferentes, un comercio
diferente, y un valor en los "tiempos, la escucha y el silencio" que deberíamos ser capaces nosotros,
esa GENERACIÓN CLICK, de estudiar un instante antes
de continuar nuestro apasionante pero vertiginoso camino en el mundo 4G. Y surgieron en mi estas las preguntas: ¿Quién se ha encargado de
darle cuerda por demás al reloj? ¿Quién ha alterado el ritmo lógico de la
cultura de la proximidad? ¿Identidad vs. Velocidad?
El tiempo, el ritmo, el compás acelerando la marcha, la melodía,
hasta convertirse en un estrepitoso, absurdo y confuso ruido que nos
agobia y nos hace replantearnos el por qué de las cosas. Como la situación
vivida por ese instructor de paracaidismo que estaba contestando a las
preguntas de sus nuevos estudiantes, hasta que uno de ellos hizo la pregunta
habitual: Si el paracaídas principal no se abre, y el de reserva
tampoco... ¿Cuánto tiempo tengo antes de chocar contra el suelo? El
instructor le miró y le contestó con voz profunda: El resto de tu vida.
Ese remplateo sobre el tiempo, el agotamiento, el agobio en esta carrera justamente contra el tiempo hizo que me fuese a escuchar a los que saben, y no dudé un segundo en asistir a una formación
sobre la Gestión del Tiempo. Algo debía
cambiar en mi, y ahora era el momento, no se si esto era la solución, pero soy parte de esa generación y algo no
estaba cuadrando en mi. Una vez finalizado, salí de allí con la mente
llena de ideas, entusiasta, con el espíritu ilusionado o al menos eso creía yo
y me detuve, no mucho tiempo (para “no perder el tiempo”) a realizar mi lista
de buenos propósitos. Con el correr de los días (no muchos para no
“excederme”) intenté seguir el listado de cosas que me habían propuesto
en el curso: ser un hombre productivo, restablecer de manera metódica mis
espacios perdidos, desterrar mis momentos “muertos”, reactivar mi lista de
tareas pendientes, mis objetivos, fue allí que reforcé las planificaciones que
meses atrás construí, analicé las diferencias y similitudes entre ser eficaz y
eficiente, compré libros “best sellers” que pudieran gestionar mis emociones y
ser un mejor profesional, abandoné mis “malas” ambiciones y me dispuse a
actualizar mi vida comprándome además un teléfono móvil con todos los elementos
necesarios y gestionar de una manera actualizada eficazmente mi vida. O al
menos eso creía yo, porque el tiempo, la escucha y el silencio no aparecian nunca en mis prioridades. Comencé sin darme cuenta a estar permanentemente conectado
(si era fines de semana mejor) para que todos comprobasen el "amor"
que tengo por mis responsabilidades, ser el primero en saberlo todo, en
contestar lo antes posible, en definitiva ser el numero uno y mejor auto
gestionado de todos. Aunque los medios y los métodos se fueron
descarrilando y yo casi sin saberlo.
Con el tiempo (valga el juego de palabras) empecé a creer que era visible
para los que era invisible hasta el momento, a ver como esos patrones de
conducta que habían compartido conmigo en el curso y esos ejemplos de mejora
me estaban ayudando, pero había algo que en mi seguía sin estar bien.
Debia centrarme en lo que verdaderamente me estaba ocurriendo.
Di vueltas en mil pensamientos y entendí que estaba incorporando a mi vida
personal y profesional millones de elementos que facilitaran la vida, la forma
de relacionarme, de gestionarme, y la teoría indica que es una evolución y
revolución material y organizacional que aporta de manera directa en nuestro
confort, pero la realidad es que estamos cada día más metidos en las soledades
infinitas, en los espacios indiferentes y en las barreras más cercanas que son
realmente un freno a la hora de lograr los verdaderos objetivos por ese afan de llegar, de llegar y nunca llegar.
Mi duda no se detuvo y navegando por mi nuevo internet encontré como
en distintos medios hoy en día grandes existen debates sobre la incorporación
de las redes sociales en conjunción con
los sistemas móviles de telefónica y el cambio de paradigmas que ya afectan
tanto en nuestro entorno más íntimo familiar como en nuestra vida laboral.
Descubrir cómo incluso tenemos un tecnicismo llamado PHUBBING (del
inglés, desairar con el teléfono) donde prensa, blogs, debates ya hablan de lo
que seguramente mucho tiempo antes nos ha sucedido a varios de nosotros como
usuarios, teniendo que enfrentar una discusión o bien un mal momento. Se llama
así al acto de desairar a alguien en un entorno común mirando el teléfono
en vez de prestarle atención. Y no es una conducta exclusiva de los más jóvenes
sino que compromete a todas las edades y géneros.
Y siendo un convencido que las tecnologías nos están llevando a un cambio
en nuestra forma de relacionarnos, en nuestra forma de trabajar, en nuestra
forma de compartir, y que daremos un salto cuantitativo y cualitativo si
sabemos hacerlo, es necesario que al margen de estas cuestiones anteriormente
planteadas que están muy bien para una revista y darle un color especial a su
número, nos planteemos de verdad hasta
donde tenemos que ser nosotros, la GENERACION CLICK los verdaderos dueños de
las formas, los tiempos, la escucha y también los silencios.
Hace unos años comencé a sentir como la gente evitaba tener conversaciones
muy largas por más que el tiempo no fuese un problema, pero estamos tan
“aleccionados” que el tiempo es oro, y que debemos ser productivos que se nos
escapan los verdaderos pilares de la esencia del conocimiento y la
comunicación, incluso en nuestro negocio, cuando no escuchamos realmente lo que
le sucede a nuestro cliente, lo oímos,
le sonreímos, le acompañamos, le volvemos a sonreír, seguimos el manual de
Atención al Cliente a rajatabla y quizás le damos una solución inmediata, pero
¿realmente lo hemos comprendido? ¿lo hemos conocido? ¿lo hemos valorado?
Entonces algunas luces empezaron a descubrir mi camino oscuro de
pensamiento y bloqueado por el que yo llamé “culpable” al curso de Gestión del
tiempo y preguntarme: ¿sabemos tomarnos
el tiempo, el verdadero sabor del tiempo con la gente que realmente nos
importa? en nuestra casa…en nuestro trabajo con nuestra gente, con nuestros
equipos, en nuestra relación comercial con ese mencionado cliente que espera
mucho de nosotros.
La clave de la comunicación
muchas veces no está en la palabra, ni en la gestión del tiempo, sino simplemente en un buen silencio y en
el saber escuchar. En estas épocas donde el que llega primero gana, regalémonos espacios, tiempos, y escuchas
verdaderas que las actualizaciones ya se descargarán solas.