Valoramos la inteligencia, le damos uno de los mejores
lugares en las dimensiones de clasificación ajena, pero ignoramos que la
inteligencia también se equivoca, fracasa, porque puede ser incapaz de
ajustarse a la realidad, de comprender lo que pasa o lo que nos pasa, de
solucionar los problemas afectivos o sociales o políticos; cuando se equivoca
sistemáticamente, emprende metas disparatadas, o se empeña en utilizar medios
ineficaces; cuando desaprovecha las ocasiones; cuando decide amargarse la vida;
cuando se despeña por la crueldad, marginación o la violencia. La inteligencia
fracasa cuando no es capaz de ver al ser querido o nuestro propio equipo
reclamarnos tiempo, paciencia, entendimiento, oportunidades. Fracasa cuando se
baña de autosuficiencia, de jerarquía, de endogamia, de aires de superioridad, de
falta de valor, en definitiva, fracasa cuando se encierra en el círculo de la torpeza.
Dentro este círculo existe uno de las mayores condicionantes
que contamina y justifica nuestras causas, nos llena de coartadas, nos muestra
pequeños vericuetos de escape y de auto justificaciones, se llama “La parálisis del hubiera”. Hubiera es la palabra más detestable del
diccionario, felicito a quien la ha llamado un pretérito “imperfecto”,
porque es eso…imperfecta.
Frente a esta “parálisis
del hubiera” la inteligencia pierde la gran batalla, sus teorías se
desvanecen, y todo ese entretejido arácnido se resquebraja. Y aparece el temor, la sustancia más veloz de la
parálisis que de manera irreverente entra en las venas de la inteligencia que
solo por segundos cree que está caminando pero, como es inteligente, también se
da cuenta que lo está haciendo en arenas movedizas.
Ese mismo temor descubre que la inteligencia situó en un lugar las prioridades olvidándose de las
necesidades. Vivimos en nuestro escenario “perfecto”, el escenario
“debido”, aquel que los mandatos nos dictan, que la escuela del “ser, estar, parecer y semejar” nos ha
enseñado. Y es en ese preciso instante que esa falta de visión estratégica,
emocional y situacional nos genera impotencia, frustración, nos altera, nos
parte en pedazos de ínfimos cristales, nos hace reconocer lo finito y lo
ignorante que en realidad somos, nos pone en nuestro lugar de una manera
abrupta. Y seguramente como la inteligencia está infectada por la parálisis del
hubiera, diremos a gritos que no somos nosotros, sino el otro.
La inteligencia
imperfecta probablemente podrá ser uno de los grandes motores de nuestros
puntos de partida si creemos que realmente vivimos en un mundo rodeados de
personas y no en pequeños auto reflejos.
En estos días miles de niños transforman su mundo imaginario
en un escenario de ilusión y personajes navideños vuelan por sus mentes, sueños
e infinitas cartas de promesas a cambio de un juguete. Existen razones obvias
para entender que nuestro escenario anteriormente planteado no está plagado de
esta inocencia, ingenuidad, sencillez o simpleza. El mundo imaginado de un niño
frente al mundo sentenciado por ese
adulto. El circulo de lo simple frente
al círculo de la torpeza.
En estas Fiestas de fin de año, estemos en el lugar del
mundo donde podamos, queramos, o necesitemos estar, de alguna manera sentiremos la sensación del cambio, si
bien es algo meramente estructural y calendario, esa sensación casi es
inevitable. Por lo tanto, no dejemos pasar por alto esta brisa, esa pequeña
llamada, simple, inocente, frágil, pero real. En la soledad de nuestra
habitación o rodeados de nuestros seres queridos, intentemos salir del círculo,
que por el simple esfuerzo de haberlo intentado “la parálisis del hubiera” irá lentamente
disminuyendo, y podremos mirarnos a los ojos a nosotros mismo, a ese ser
querido que olvidamos y teníamos al lado, al compañero de trabajo que esperaba
ese café, a la persona de nuestro equipo que necesitaba de nuestra sonrisa o nuestro
“¿cómo estás?”, al amor que no entendía por qué no… si sabías que era sí, a tus
padres que solo mirabas para explicarles la hora de recoger a tus hijos.
No dejemos pasar esta oportunidad para
apartar nuestra torpeza y enterrar nuestros “hubieras”, porque la inteligencia de lo auténtico es el mayor
coeficiente que un ser humano puede anhelar.
Felices Fiestas y gracias por este año increíble de experiencias y pensamientos compartidos. Luego de Reyes continuamos en este pequeño rincón del Management y la Comunicación.
Felices Fiestas y gracias por este año increíble de experiencias y pensamientos compartidos. Luego de Reyes continuamos en este pequeño rincón del Management y la Comunicación.