En un mundo donde el silencio es sospechoso y la pausa casi
un milagro no tendríamos porque sorprendernos que aquello que no siga los
cánones de la “sociedad estándar happy”
sea visto con miradas de rareza o simplemente ignorado o descartado.
Nos hemos subido a un escenario donde debemos mostrarnos al
cien por cien de nuestras capacidades, de nuestras fortalezas, de nuestras
habilidades, de nuestras sonrisas, de nuestro optimismo, y donde queda
terminantemente prohibido caerse, prohibido la pausa, prohibido la introversión
y prohibido el cuestionamiento o replanteo. El acelerador de los resultados no
concibe un debate en los cómos, y la velocidad a veces hace llegar más rápido
pero otras ocasiona las mayores imprevistas colisiones. Dentro de este contexto no nos importa hacia
dónde vamos pero necesitamos mostrar que estamos activos, que seguimos el
ritmo: subir, bajar, correr y saltar.
Vemos gente en la oficina o en la calle con un teléfono en la mano paseándose a una velocidad de alta competición y levantando la voz como cuando hablábamos por esos aparatos negros hace más de 30 años atrás, solo para irradiar un estado de adrenalina y entrega pura a “la causa”. También vemos correr personas de un despacho a otro como si de un incendio se tratase. No queremos que nos tilden de afligidos, de apenados, de pausados, de reflexivos. Estamos al borde de un colapso de identidad al vernos como un producto publicitario que necesita “venderse” permanentemente en todos los canales mostrando nuestras bondades, la felicidad que produce, la satisfacción que en él se puede encontrar. Algunos podrán sentirse más cómodos en estas pequeñas batallas cotidianas de supervivencia, pero hay muchos otros que no, ya que por suerte nos diferenciamos en nuestra personalidad, en nuestra historia, en nuestra experiencia, etc.
Vemos gente en la oficina o en la calle con un teléfono en la mano paseándose a una velocidad de alta competición y levantando la voz como cuando hablábamos por esos aparatos negros hace más de 30 años atrás, solo para irradiar un estado de adrenalina y entrega pura a “la causa”. También vemos correr personas de un despacho a otro como si de un incendio se tratase. No queremos que nos tilden de afligidos, de apenados, de pausados, de reflexivos. Estamos al borde de un colapso de identidad al vernos como un producto publicitario que necesita “venderse” permanentemente en todos los canales mostrando nuestras bondades, la felicidad que produce, la satisfacción que en él se puede encontrar. Algunos podrán sentirse más cómodos en estas pequeñas batallas cotidianas de supervivencia, pero hay muchos otros que no, ya que por suerte nos diferenciamos en nuestra personalidad, en nuestra historia, en nuestra experiencia, etc.
La batalla es dura, y la extroversión asesina no perdona, no
cuestiona, o te unes o te eliminan, así de duro y así de claro. Nos hemos
sumado a la “drogodependencia de pertenecer” y necesitamos asociarnos al “Club
de los elegidos o de los Divinos Sectarios” (como vimos en un post anterior),
unirnos a los círculos preconcebidos donde existen códigos condicionantes y una
normativa con derecho de admisión. Evidentemente las personas introvertidas
juegan con las peores armas ya que estas “cualidades” de las que hablamos son
un “talento” indispensable para la entrega oficial del carnet.
Dentro de este microclima de relaciones y batallas por el
“ser, estar, parecer y semejar” y en una cultura donde el ser social y la
extroversión son muy apreciados por encima de todo, puede ser difícil, incluso
vergonzoso, para una persona ser introvertida. Pero, los introvertidos pueden
brindar extraordinarios talentos y habilidades para el mundo, e incluso
representan un enorme desafío a la hora de seleccionar personas para un futuro
puesto de trabajo ya que muchas veces descartamos estos perfiles por parecernos
“desabridos”. Estimular y celebrar las
diferencias en los equipos es una carta con fórmulas para el éxito.
La tranquilidad y la contemplación de los introvertidos los
hace ser más creativos y hasta cierto punto logran generar un clima más
favorable como líderes, que también deberían distinguirse por un alto grado de
inteligencia emocional. Por ejemplo, dentro del mundo del management persiste
la idea tan común que los extrovertidos son siempre los mejores líderes porque trasmiten
siempre la imagen de ser más eficaces gracias a un "efecto de aura". Eso
ocurre porque el líder extrovertido encaja en el prototipo del líder
carismático que predomina en nuestra cultura y sobre todo dentro del análisis
que hicimos sobre la “sociedad estándar
happy”. Y, por consecuencia, solemos imaginar que tenemos que ser siempre entusiastas,
desinhibidos y con mucha auto-confianza, buscando transmitir mucha emoción, una
visión clara y dirección.
Pero hay un valor igualmente real en el líder más reservado, más introspectivo y, en algunos casos, incluso silencioso, porque eso da lugar a que los empleados dialoguen con él, se sienten con más autonomía para tomar decisiones por cuenta propia. Uno de los indicadores más tangibles de proactividad se traduce en un sentimiento de responsabilidad en todo el equipo.
Pero hay un valor igualmente real en el líder más reservado, más introspectivo y, en algunos casos, incluso silencioso, porque eso da lugar a que los empleados dialoguen con él, se sienten con más autonomía para tomar decisiones por cuenta propia. Uno de los indicadores más tangibles de proactividad se traduce en un sentimiento de responsabilidad en todo el equipo.
Hoy, de manera impensada, el mundo digital nos presenta una
“red salvadora” para este tipo de perfiles con interacciones en grupos y en
formato digital. Como dice Susan Cain: “La protección de la pantalla mitiga muchos
problemas de trabajo en grupo”. Esta es la razón por la cual Internet ha
producido maravillosas creaciones colectivas, casi un “milagro” de la
comunicación en el medio de la soledad, y eso también es Internet.
Si en las entrevistas de trabajo, en las promociones o en
las defensas de proyectos se hubieran
descartado a líderes innovadores introvertidos como Einstein, Gandhi,
Bill Gates, Steven Spielberg, Van Gogh, Chopin, etc., hoy algunas cosas no
serían iguales.
El “pertenecer” es hacia uno mismo, es hacia el
convencimiento de lo que soy y de lo que puedo hacer, de la diferencia que
puedo marcar por mí mismo, por mi historia, mi cultura, mi experiencia, mis
éxitos y mis fracasos, por ser capaz de romper estructuras, por alejarnos de la
mediocridad cotidiana, del excentricismo de los escenarios como exaltación de
personajes que no existen o no nos representan, de la búsqueda incesante por la
aceptación cueste lo que cueste y ser lo
suficientemente auténticos (extrovertidos o introvertidos) para inspirar amor y
confianza, con la empatía suficiente y ofreciendo nuestras mejores y auténticas
competencias, independientemente del “volumen y las luces” que utilicemos.