La cantidad de información que consumimos a diario, de manera directa o
indirecta, hace trastabillar nuestra capacidad de almacenamiento y más aún de reflexión.
Si a eso le sumamos la gran avenida de los objetivos, las metas, los deberes y anhelos,
lo urgente, lo importante… circulan tantas cosas y
a tanta velocidad en nuestra mente, que si nos detenemos bruscamente en plena
carretera podemos chocar, ocasionando además otras
múltiples colisiones en cadena. A pesar de este torbellino, pensamos en un coche
más potente y más rápido, porque nos lo pide el “circuito”, y la inercia por el
“ser, estar, parecer y semejar” nos lleva a estar en continuo aumento de
nuestra adrenalina y en la búsqueda permanente por rendir al 101% de
nuestras capacidades. Y aunque muchos vibran con esa sensación “Formula 1”, es
el momento donde nuestra inteligencia
emocional debe advertirnos que son muchos/as los que sienten dentro de sí un
vacío importante, a pesar de esa euforia competitiva por llegar, sintiéndolo tanto en su vida personal como en la
profesional, un hueco interior que dificulta avanzar y por ende nunca llegar a
realizar su verdadera metamorfosis de crecimiento, retenidos en arenas
movedizas, sintiendo miedo de ser
una oruga eterna el resto de sus días..
Dentro de esa velocidad, hemos llegado a un punto donde creemos que hablar
de las personas y de sus dificultades o realidades internas, está relacionado
sólo con psicólogos, psiquiatras u otros profesionales, como si cada uno de
nosotros no tuviese una responsabilidad como profesional, familiar o amigo de
esa persona que lo padece y está a nuestro lado, que en cualquier circunstancia
podríamos ser nosotros mismos. Enfocamos todas las tendencias de superación a
un libro bestseller de un gran empresario exitoso, que luego da charlas por
todo el mundo, o bien directamente a un caso de diván. Pero no hace falta ir a
los dos extremos, sólo con detenernos a mirar nuestro día a día, encontramos
innumerables caras tristes, caras de preocupación, caras congeladas en una
mirada abstracta, y si bien la realidad en estos tiempos no acompaña, hay
muchísimos temas relacionados con el interior y la superación, el talento y las
competencias, enfrentados a las oportunidades que producen más desiertos
internos de lo que imaginamos. Por supuesto que el optimismo y la visión
positiva nos ayudarán, pero debemos ser conscientes que esto existe, que
hemos construido un mundo precioso en miles de aspectos, pero lleno de vacíos,
donde cada día caemos, trastabillamos y donde los verdaderos líderes deben dar, como se dice musicalmente, el “Do de
pecho”.
Esperemos no verlo nosotros ni nuestros hijos o nietos, pero probablemente
llegue, en algún siglo, un trabajo donde las maquinas sean el 99% del negocio,
pero mientras tanto (y por suerte) la verdadera batería se
encuentra en el interior de las personas de nuestros equipos, de nuestras
familias y amigos, y es allí donde está la
energía, la diferencia, la capacidad, el toque de distinción, la verdadera
marca de la marca, con un efecto multiplicador increíble. Y seguiremos insistiendo que es nuestra responsabilidad
prepararnos, formarnos, saber observar, escuchar, preguntar, hacer silencio y reflexionar,
analizar y resolver estos temas tanto o
más como analizamos nuestra cuenta de resultados.
La falta de perspectiva, de orientación, estancamiento, el no encontrar el
rumbo dentro de una sociedad cada vez
más movilizada de sus lugares de origen, donde las familias viven cada día más
en la “Ciudad Skype”, donde la organización diaria y conciliación es un dolor de cabeza,
conjuntamente con una inexplicable sensación de culpabilidad, donde la
seguridad y estabilidad en muchos sentidos juega cada día un rol importantísimo
y de diferentes matices, pertenecer al mundo de la hipoacusia relacional y
desentendernos de este nuevo movimiento y reorientación social, puede dejarnos
desactualizados como buenos garantes de nuestro negocio o nuestras relaciones.
La oruga eterna no solo es quien adolece de su metamorfosis, sino también
aquel que es incapaz de verlo.
Todos en diferentes periodos de nuestra vida (y quien diga
lo contrario miente o su ceguera es más grande que su vanidad), nos sentimos
bloqueados, inseguros de nosotros mismos y de nuestras capacidades. No le
ponemos nombre propio a lo que sentimos y crece esa sensación de insatisfacción
con nuestra vida y lo que ocurre alrededor de ella, y a veces no hacemos nada
para remediarlo o no somos capaces o no tenemos la fuerza o bien no encontramos
la respuesta acertada, sea porque nos cuesta mucho salir de nuestra “zona de
confort”, o nos cuesta dejar nuestro coche veloz en boxes en medio de la
carrera infernal, o simplemente nos resulta más cómodo echar la culpa al mundo
de lo que nos pasa y que sean “los otros” los que hagan algo para que
nuestra vida cambie.
Evidentemente las personas no somos conejos que nos movemos por una
zanahoria o delfines que saltamos acrobáticamente por un trozo de pescado. La
animación del idiota la relegamos a las series o películas cómicas, porque
debemos ser capaces de responder a este gran desafío con la altura que se
merece. Y para ello, cada uno de nosotros debe primero asumir esa parte
aletargada que condiciona nuestra capacidad de cambio, negociando con nuestras
estructuras absurdas y con las imantadas costumbres que impiden la metamorfosis
o evolución. Y en segundo lugar y en el rol de los “otros”: ser verdaderos
actores del entendimiento y el acompañamiento, sin paternalismos absurdos,
asumiendo que el estado larval no siempre es por comodidad, muchas veces es por
imposibilidad.
Yo, la oruga eterna, descubro que no basta con cambiar mi piel para burlar
a mis depredadores, porque en el verdadero cambio, evolución
y metamorfosis, es donde puedo comprender que nosotros no somos lo más importante, sino lo que ocurre a través nuestro. Y es allí entonces cuando amamos lo que hacemos y hacemos lo que amamos, a pesar de todo.
DIEGO LARREA
Twitter: @larreadiego
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