¿El Otro es aquella sombra desdibujada que pinto a mi manera
o es aquel niño que golpea el cristal de nuestra ventana invitándonos a jugar?
En esa dicotomía permanente que nos enfrentamos a nuestros propios desencantos,
frustraciones, impotencias, nos encontramos con la piedra de la obsesión. Este término procede del latín obsidere que significa cercar, asediar,
rodear, encerrar. En el griego su expresión etimológica es ανανμέ que significa
fatalidad. Porque cercarnos o
rodearnos a nosotros mismos es una tarea de las “más complejas” y el atajo que
solemos elegir es el camino del Otro, y es allí cuando ese Otro se convierte en
la falsa obsesión. Su lista de
cuestionamientos es mi misma lista de escusas. Jugamos al búmeran del “y tu
más”. Históricamente la obsesión por el Otro tuvo muchas formas, pero tal vez
podamos resumirla bajo la pregunta algo paródica: ¿Por qué el Otro es Otro y no
más bien un Otro Yo?
La obsesión nos ha transformado en personas altamente capaces
de conversar acerca de los Otros y altamente incapaces de conversar con los Otros.
Me hago preguntas acerca de los Otros, “profundas” preguntas, “importantes”
preguntas… en lugar de preguntar a los Otros, y más aún, dejar que los Otros
pregunten y me pregunten; y todavía más: abrirme a la pregunta que me plantea la
mera existencia de los Otros.
Nuestro convencimiento obsesivo nos lleva a estrabismos mentales
complejos capaces de hacernos creer que somos los únicos dueños de la realidad.
Esto trasladado a distintos órdenes de la familia, grupos, empresa o sociedad
puede convertirse en un agente altamente peligroso.
Cuando no asumimos la realidad, y necesitamos excusas, el universo puede ser tan amplio y lleno de justificaciones que nos obsesionamos por demostrar nuestra verdad. Niego al Otro cuando lo defino sólo por aquello que no tiene, por lo que no me ha dado, por aquello que le falta, lo que no hizo, lo que no dijo, lo que yo esperaba, siempre he deseado y nunca ha hecho. Y arbitrariamente lo comparo con lo que yo creo poseer, hacer, decir, entregar, etc. La experiencia del Otro es puesta en duda al compararla con mi experiencia. La verdad del Otro es puesta en duda al compararla con mi verdad. Somos impunes al hablar del Otro e inmunes cuando el Otro nos habla.
Cuando no asumimos la realidad, y necesitamos excusas, el universo puede ser tan amplio y lleno de justificaciones que nos obsesionamos por demostrar nuestra verdad. Niego al Otro cuando lo defino sólo por aquello que no tiene, por lo que no me ha dado, por aquello que le falta, lo que no hizo, lo que no dijo, lo que yo esperaba, siempre he deseado y nunca ha hecho. Y arbitrariamente lo comparo con lo que yo creo poseer, hacer, decir, entregar, etc. La experiencia del Otro es puesta en duda al compararla con mi experiencia. La verdad del Otro es puesta en duda al compararla con mi verdad. Somos impunes al hablar del Otro e inmunes cuando el Otro nos habla.
Nos mareamos de dar vueltas en nuestra propia obsesión, nos cuesta
asumir lo que hemos dejado de ser, lo que quisimos ser y no pudimos. La
experiencia de la alteridad sólo ocurre cuando el Otro irrumpe en nuestra
estabilidad y la fractura, cuando la presencia del Otro me plantea una pregunta
sin respuesta posible, cuando la existencia del Otro me hace capaz de
cuestionarme o cuando puedo descubrir a tiempo que la obsesión soy yo.
Un privilegio que hoy, desde mi Buenos Aires querido, un 11 de Diciembre, pueda agradecer a todos los que fueron mis "Otros", acompañándome y enseñándome el sentido de la alteridad durante estos 45 años que hoy celebro.
* Idea original foto principal: Nicola Constantino