El
hombre nace libre, responsable y sin excusas, decía
Jean Paul Sastre, y entonces me pregunto: entre todas las vivencias que vamos
acumulando ¿cuál es la verdadera esencia que perdemos en el camino para dejar
de serlo? ¿Quizá porque nada nos es más desagradable que tomar el camino que
conduce a nosotros mismos?
El ajedrecista es libre de elegir sus
jugadas, siempre que respete las reglas del juego, obviamente. Lo que le
confiere sentido a esta libertad es su capacidad de raciocinio, de valorar de
manera inteligente la posición que está a la vista y de decidir con eficacia.
Como en la vida, la libertad en el tablero no vale tanto por si misma sino por
lo que con ella se pueda lograr. Pero cuando la jugada trastabilla muchas veces
dejamos la responsabilidad a un lado monopolizando de excusas “nuestro juego”.
Allí comienza la “estrategia del
cuestionamiento”: situaciones, personas y todo lo que se nos ocurra como expiatorio
efecto-causa. Que todos y todo influye en nuestro camino es probablemente
cierto, y podemos perder muchas en nuestro andar, pero no podemos permitirnos jamás que nada ni nadie nos arrebate la elección
de la “actitud personal” que debemos enarbolar frente nuestro propio camino.
Podemos vivir en la mejor de las comedias,
elegir el personaje que más nos guste, darle el texto más logrado, tener el
aplauso del público en pié en la sala, y sin embargo reconocernos
auténticamente infelices por no ser quienes somos. Elegir zona de camerino para
continuar la siguiente actuación o elegir la escalera que da al pasillo central
del teatro, quitarnos el maquillaje y salir con los hombros en alto. Ambas
decisiones son exclusivamente individuales, como un ejercicio de nuestra
libertad, responsabilidad y apartando nuestras excusas.
Ciertamente la angustia que provocan los
cambios o las decisiones existe, pero debemos distinguir la angustia del mero
miedo. El miedo aparece ante un peligro concreto y se relaciona con el daño o
supuesto daño que la realidad nos puede infligir; la angustia no es por ningún
motivo concreto, ni de ningún objeto externo, es miedo de uno mismo, de
nuestras decisiones, de las consecuencias de nuestras decisiones.
El miedo al fracaso es tal vez uno de los
más universales, todos lo hemos sentido. Pero que las cosas salgan mal también
es parte del crecimiento, de la evolución, de la construcción, incluso en otros
campos de tener un espíritu innovador, porque innova quien sabe fracasar. Porque
lo importante es reconocernos, es volver constantemente a nosotros mismos, a
nuestro propio gen, a nuestro gen natural, es no detenerse, es seguir intentándolo
siempre, individualizando nuestras propias fallas, aprendiendo de los errores,
poniendo al otro como nuestra verdadera mirada, ejerciendo la humildad de la
buena escucha, dejando de actuar en el escenario de los falsos pretextos.
Y tenemos que prepararnos, porque la evolución y los cambios no se producen
solos, cuanto menos recursos más vulnerabilidad. Y mirarnos sobre el
retrato que nosotros hemos dibujado de nosotros mismos no nos aportará grandes
soluciones.
Nunca
se ha ganado una partida abandonándola y cada Peón es potencialmente una Reina, por lo tanto, la partida acaba de comenzar y espera nuestro grito
final: ¡Jaque mate, este juego es mío!