Estamos surfeando la ola de la comunicación incomunicada. Un espacio experimental y de aprendizaje en la evolución humana que tenemos el privilegio de vivir y participar. Somos la gran generación del cambio. Vivimos con gran entusiasmo esta mutación tecnológica de nuestras vidas y hasta límites interminables nos dejamos seducir por la arrasadora innovación sin entender a ciencia cierta los para qué.
Asimismo, compartimos el desafío de una sociedad donde la única certeza es la certeza de la incertidumbre. Y sin embargo, estamos convencidos que el arte de la buena comunicación sigue basándose únicamente en la transmisión de nuestro razonamiento o mensaje. Que son los demás los que deben realizar el esfuerzo por entendernos y adivinar nuestras intenciones y objetivos. Las palabras deben germinar de la escucha, nunca al revés, porque la necesidad de transmitir requiere la capacidad primaria de comprender. El “gran cambio” evolutivo de esta Era no es responsabilidad de las Organizaciones ni de la tecnología, el “gran cambio” está en nosotros.
No hay nada en este mundo que se interponga más entre dos personas que la comunicación. Un elemento clave y ancestral de entendimiento y evolución que hemos sabido desgranar, estudiar, teorizar, ejemplificar, etc y que paradójicamente continúa siendo la gran llave o el peor candado para el logro o fracaso de nuestros objetivos.
Me tomo el atrevimiento de reformular la famosa frase de Mahatma Gandhi diciendo que: somos “dueños” de nuestras palabras pero también de nuestros silencios. Y en cambio somos “esclavos” de nuestro absoluto convencimiento en creer que ambas forman parte del entendimiento.
No hay ninguna duda de que nuestro conocimiento comienza por la experiencia y la experiencia nace de las necesidades. Es en esta estrecha relación, donde se fundamenta la importancia del Otro como eje de nuestro mensaje. Pensémoslo fríamente y sin egos: sin el Otro nuestro mensaje no existe. La indiferencia, ausencia o contrariedad del Otro en nuestra comunicación la altera, la deroga, la invalida provocando tensión, confusión, disgusto, aumentando el desinterés, la ausencia y la contrariedad. Por lo tanto, ese mensaje debe partir desde la observación inteligente tejiendo lentamente un círculo de confianza, salvo que no se trate de una comunicación sino de un dictamen, sentencia o veredicto.
La comunicación sin palabras probablemente mutaría pero sin escucha moriría. Las grandes verdades se refugian en los mayores silencios y la capacidad para entrar en ellos y descubrirlas se transforma en talento si somos capaces de anteponer nuestros intereses al interés común. El conocimiento muere en manos del mudo erudito porque la sabiduría que no se comparte, que no permite ser cuestionada, que no se integra, que no se debate, se escabulle entre los dedos como arena de absurda ignorancia.
La velocidad en la que vivimos día a día no nos permite muchas veces reencontrarnos en esos ambientes generadores de buena comunicación que necesitamos para el óptimo entendimiento. Y si a eso le sumamos el cansancio, la rutina y las obligaciones...por más buena voluntad que antepongamos, el caos y el ruido comunicacional arrasa todo como un casero tsunami.
Pero tenemos todo en nuestras manos para que la comunicación deje de ser un instrumento y pase a ser un estilo de vida. La simple pero compleja responsabilidad de crear ambientes de felicidad y también de comunicación y entendimiento depende única y exclusivamente de nosotros. Y para ello, la “transformación” o el “cambio” deben hacerse desde lo auténtico, desde la humildad y desde la empatía para hacer, cada uno desde su lugar y responsabilidad, que esta sociedad sea un escenario como alguna vez nos hemos atrevido a soñar.
La sorda inmediatez del “Mundo Whatsapp” no es un excusa. Abramos un espacio real que comience por nosotros, por nuestra casa, por nuestros hijos, pareja, amigos y continúe en nuestro trabajo con nuestros equipos, proveedores y clientes. Un espacio donde la mayor riqueza sea la capacidad de dialogar, de escuchar y la facultad de comprender. Donde el “no tengo tiempo” sea la peor inversión que podamos realizar. Donde ya no importa quién tiene la razón sino que la razón sea con quién. Y así, descubrir lo imperceptible. Porque lo que no se dice es lo importante y ese es nuestro gran desafío.
DIEGO LARREA BUCCHI
Twitter: @larreadiego
Linkedin: es.linkedin.com/in/diegolarrea/
Canal Youtube: https://www.youtube.com/diegolarreabucchi