Detrás de las barbaries e injusticias que sacuden nuestras
pantallas diariamente, hay personas que multiplican, que hacen que este mundo
deje de ser una isla endogámica individualista para convertirse en un conjunto
colaborativo, donde «el valor de las personas
que nos hacen mejores personas» sea la piedra filosofal inquebrantable de
toda sociedad civil, familiar o comercial.
Desde la infancia y a lo largo de todos los procesos de
formación, la imitación tiene un rol
fundamental en la transmisión de conocimientos, emociones, hábitos, conductas,
etc. En el niño y en el adolescente esta imitación se torna natural y en el
adulto posee un papel destacado e influyente. Lo relevante de ese aprendizaje
cognitivo social es que tiene como elemento fundamental y transversal, los
valores. Y, por ende, la responsabilidad de la posterior adquisición de la
conducta observada.
Somos el impacto que
causamos en el otro. Por eso, tenemos la oportunidad en nuestras manos de
generar una cadena mimética de bienestar a distintas escalas y sectores de
nuestra vida. Hemos copiado de nuestros padres, ellos lo han hecho de los suyos
y hoy somos espejo de nuestros hijos. Por lo tanto, la simple pero compleja responsabilidad de crear ambientes de felicidad
depende única y exclusivamente de nosotros. Incluso, más allá de las circunstancias momentáneas que nos toque vivir,
el cómo gestionemos nuestra realidad también podrá ser imitado.
Como sociedad, vamos experimentando un sentimiento de vacío
e individualismo producto de la adaptación a las circunstancias que nos rodean
y atemorizan. Eso lo transmitimos, día tras día, a nuestro entorno y de manera
consciente o inconsciente. Entonces el círculo se agranda y cada día restamos
para continuar dividiendo.
Tal vez sea la hora
de imitar y poner en valor la suma que multiplica. Una suma que está en
manos de personas que se encuentran probablemente muy cerca o lejos de
nosotros, pero que viven y contagian valores sin necesidad de grandes discursos
ni intereses particulares.
Son personas que nos
hacen mejores personas. Personas de
acero inolvidable. Y sí, existen, y probablemente no nos hayamos dado ni
cuenta que los tenemos al lado. Porque hay personas que te cambian la vida en
un instante. Personas que saben estar en el momento y el lugar indicado.
Personas que sin saberlo han modificado el ritmo de tu respiración. Personas
que con tres palabras han terminado de escribir tu eterna frase. Personas que
con el buen silencio han sabido darte el refugio que estabas buscando.
Hay personas que ni siquiera conocemos que con un simple
gesto te han hecho ver el día con otros ojos. Personas que saben entender que
un mundo cotidiano anárquico y rutinario sólo lleva a la rueda del hámster.
Personas con memoria. Personas para las que el detalle es el regalo más
preciado. Personas para las que el olvido es un insulto. Persona que regalan
coherencia con sus palabras y sus actos. Personas valientes. Personas que saben
irse y llegar cuando es necesario. Personas que no regalan palmadas, ni risas
histriónicas, ni gritos de guerra, tan sólo aquello que realmente necesitamos.
No miremos hacia un lado. Ahora es un buen momento.
Sumémonos a ese proceso de aprendizaje que busca el contagio de manera
deliberada. Que el factor imitación
comience por cada uno de nosotros. ¿O queremos seguir con gripe en un ambiente
de griposos? Podemos reconstruir nuestra sociedad civil, familiar o
comercial si entendemos que nuestro comportamiento hacia los demás es a menudo
un reflejo de cómo nos tratamos a nosotros mismos.
En la suma que
multiplica ya lo decía Aristóteles, "somos
lo que somos repetidamente". Y será nuestro desafío elegir qué quiero
repetir. La elección es creación y en cada momento puedo hacer uso de mi
decisión. Por ello, comparto el deseo de que el hábito de aquellos que
transforman nuestra vida nos impulse a imitar y contagiar buenos modelos que
nos cambien la vida de verdad. Puede que lo que hagamos no traiga lo que anhelamos,
pero, si no hacemos nada, nunca lo sabremos.
¡A contagiar!
DIEGO LARREA BUCCHI
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