El instante decisivo

En un segundo la Tierra recorre 29,8 kilómetros en su órbita alrededor del sol, nacen 4,3 personas y mueren 1,8, se cortan 11 árboles en el Amazonas, se realizan 54.000 búsquedas en Google, se escriben 7.000 tweets, se envían 2.383.625 de emails, Amazon vende por 2.361 dólares, uno de los ordenadores más potentes del mundo puede realizar 33.860 billones de cálculos, en Facebook se realizan 52.083 publicaciones y se envían 312.500 mensajes de Whatsapp.

En este mundo tan vertiginoso, la capacidad de entender y valorar el “instante decisivo” es una de las condiciones indispensables para gestionar de la mejor manera posible nuestra vida personal y profesional. Aquellos momentos que no esperan, que no piden permiso y que no cuestionan, sólo llegan y se marchan en un segundo. Que se transformen en pasado o en oportunidades dependen exclusivamente de nosotros.



Porque carecemos de toda influencia sobre ese pasado, del que no podemos cambiar nada. Cualquier “hubiera" o “debería haber hecho esto o aquello” cae al precipicio de nuestras intenciones. Solo hay dos actos que podamos plantear con respecto a nuestro pasado: aceptarlo y aprender. Y por otro lado, tampoco somos capaces de dominar nuestro futuro: independientemente de las buenas previsiones, planes, objetivos y promesas que hagamos.

Por lo tanto, el instante de esa llamada, de esa palabra, de ese silencio, de esa sonrisa, de esa espera, de esa pregunta o de esa respuesta, es la llave que cierra o abre caminos, posibilidades, proyectos y relaciones. Desde siempre los expertos en marketing nos aconsejan “estar en el lugar y en el momento indicado”. Pues bien, aquí es igual. Y no solamente es un “ser y estar”, sino es dar el paso, actuar, movernos, asumir riesgos, buscar la ocasión o coyuntura para que las cosas sucedan con la paciencia y la habilidad indicada. El «segundo que lo cambia todo» no pide permiso. No lo pidas tú para cambiar las cosas. 


El espíritu de la generosidad tiene mucho que decir dentro del “instante decisivo” porque todo aquello que yo haga por el otro y modifique su vida en un segundo provocará un efecto rebote. Si fuésemos capaces de introducir esta acción de colaboración en nuestra gestión del día a día con nuestras parejas, familiares, amigos, clientes, colaboradores o equipo, veríamos de manera muy concreta como los resultados dejan de ser un anhelo para convertirse en una profunda herramienta de cambios, productividad, valores y rendimiento.

Todo esto evidentemente no se aprende en una formación, ni con un programa ni aplicación, ni con una excelente charla motivadora. Esto se asimila en el día a día con la ejemplaridad, con la humildad, haciendo vivir y viviendo en primera persona los valores, la inteligencia emocional y  la escucha permanente. Porque el otro está más cerca de lo que imaginamos y las oportunidades se encuentran en la buena gestión de esos “instantes decisivos” que nos regala cada día.

Nada se ha gestado solamente con buenas intenciones, con frases que permanentemente chocan en nuestra cabeza hasta convencernos que mañana es mejor que hoy. Abramos las ventanas de nuestro propio éxito y dejemos que ventile y se marche lo que callamos, lo que no hacemos, lo que dejamos pasar y aquello que no vemos o que no queremos ver. 
Dejemos que entren los instantes de aire fresco, que peguen directamente en nuestra cara. Y con esa pasión renovada, miremos a nuestro entorno más inmediato y seamos capaces de contemplar los detalles, porque seguramente donde y cuando menos lo esperemos alguien o algo nos estará esperando con los brazos abiertos.

Descubramos nuestro propio “instante decisivo”, porque como decía el escritor de la antigua Roma, Publilio Siro: “la oportunidad se presenta tarde y se marcha pronto”. Y la vida, amigos míos, es un búmeran que regresa vacío si no hemos hecho nada, o lleno si en “ese segundo” hemos grabado nuestro nombre.


DIEGO LARREA BUCCHI