¿Por qué solamente pensamos en cambiar de dirección cuando nos acercamos al precipicio? Hay algo dentro de nosotros que nos arropa de justificaciones y seguridades y nos lleva a creer y confiar que la famosa gallina de los huevos de oro, en nuestro caso, sí será eterna. El éxito empresarial es algo admirable, pero muchas veces difícil de sostener en el tiempo. “Nosotros siempre lo hemos hecho así, y tan mal no nos ha ido”, solemos escuchar con bastante frecuencia. Probablemente lo que haya reforzado a las grandes y medianas empresas que llevan muchísimos años vigentes en el mercado, ha sido justamente el no pronunciar esa frase.
Nos sucede lo mismo en nuestra vida personal, creemos que todo es para siempre. Como decía mi abuela en una frase más que sencilla pero cierta: “Diego: a las plantitas hay que mirarlas, hablarles y regarlas todos los días”. Pero por una extraña razón los seres humanos damos por hecho la eternidad de aquello que convertimos en rutina o en nuestro día a día. Y esta reflexión no cuestiona el disfrutar de lo que tenemos, de nuestros logros, de la felicidad que proporcionen o el éxito que nos brinde. Es poder ser capaces de anticiparnos y sorprender a Señora Comodidad replanteándole mejoras y cambios antes que ella nos sorprenda a nosotros. Pongamos un ejemplo: si colocamos una rana en un recipiente con agua hirviendo, saltará y huirá. Pero si lo hacemos con agua tibia y muy lentamente comienza a calentarse el agua, nuestro anfibio se irá adaptando a la temperatura y resistirá el aumento de ésta, dando como resultado su aletargamiento. ¿Resultado? La rana perderá su voluntad para abandonar el agua hirviendo y morirá. Y eso no queremos que suceda.
Los mejores equipos y deportistas de la historia una vez finalizada cada victoria, saben alegrarse por su resultado pero tienen el “gen natural del campeón” y tienen muy claro que la cima no es quietud. Y es por ello, que minutos más tarde del triunfo, con la humildad necesaria y silenciosa, observan todo aquello en lo que pueden evolucionar y progresar. Estudian a su próximo competidor y son capaces de variar su estrategia para no ser tan previsibles. Proactividad y sorpresa constante, siempre con su esencia de estandarte como fuerza motora. Eso los ha llevado a ser los más grandes y ser parte de la historia. Lo mismo con esas “grandes” empresas que hemos mencionado antes. ¿Necesitaban un espíritu de innovación constante siendo las más poderosas del mercado y de mejor facturación? Si la respuesta hubiera sido no, hoy no hablaríamos de ellas.
Son organizaciones que han entendido que el verdadero negocio no sólo está en su cuenta de resultados, sino también en comprender que el crecimiento de la misma puede beneficiarse creando un valor social, tanto de manera interna como externa, con sus colaboradores y con sus clientes. Han cambiado, han evolucionado, se han adaptado, no han permitido que el agua tibia los duerma en la comodidad, han sorprendido y se han sorprendido a ellas mismas centrando su capacidad de crecimiento en las necesidades de la sociedad a la cual pertenece y a la cual ofrecen su servicio. Y luego, el beneficio estará visible a la luz de todos: clientes y trabajadores que sienten el orgullo, pasión y el compromiso por la marca.
No es un tema de edades, de generaciones, de facturación, de tamaños, de sectores, es un tema de oportunidades, de entender que vivimos y trabajamos con y para las personas, y si las personas cambiamos, nada es lo suficientemente eterno y perfecto como para no tener la sabiduría de transformarse a tiempo, y nunca pronunciar la fatídica frase de: “¿Para qué?...Si así estamos bien”.
Innovar no es sólo un término empresarial ni tampoco es únicamente reinventar. Innovar es espíritu de cambio, cuestionamiento positivo, creatividad, asumir los errores, saber preguntar, escuchar a tiempo, tener anticipación, sana percepción, visión y no confundir estabilidad con comodidad. No es un discurso, no es un cuadro en la pared, no es una presentación Power Point. Es un estilo de vida, es una forma de ser y de actuar. Porque si nos relacionamos o trabajamos entendiendo que “nada es para siempre”, evitaremos a tiempo subirnos al barco de la falsa perpetuidad, para vivir intensamente en tierra firme el maravilloso camino del progreso, experiencias y felicidad de las personas.
DIEGO LARREA BUCCHI
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