La sobreproducción de información y la moda de lo inmediato le están ganando la batalla a la capacidad de comprensión, análisis, discernimiento y valoración que tiene el ser humano. Vivimos en el “mundo clic” donde nuestros dedos, como el viejo trilero de la feria, van más rápido que nuestra vista y que nuestra posibilidad de entendimiento. No es una cuestión de falta de talento o una necesidad de fortalecer las conexiones neuronales implicadas en la memoria ni de establecer nuevas sinapsis capaces de reorganizar y/o recuperar funciones cognitivas más débiles o dañadas. Pero sí deberíamos tomarnos unos segundos para reflexionar cómo este tema tiene relación directa con nuestra vida.
Puede ser un interesante debate pero también puede suceder que quede relegado a las millones de palabras, algoritmos, selfies, micro informaciones que nuestro vertiginoso y exigente "dedo dictador digital" nos autocensure. Por ello, no nos daremos por vencidos y lo intentaremos, una vez más.
Una de las primeras cuestiones que podemos preguntarnos es ¿mientras disfrutamos de las bondades de la Red estamos sacrificando nuestra capacidad para leer, crear, interpretar, comparar y pensar con profundidad? La tercera parte de la población mundial ya es internauta, la revolución digital crece velozmente, entonces ¿hacia qué tipo de modelo de desarrollo cognitivo e intelectual estamos acercándonos?
Nuestro cerebro cambia en respuesta a nuestras experiencias. La tecnología que utilizamos para encontrar, almacenar y compartir esa información no es ajena a nuestro progreso evolutivo y puede alterar nuestros procesos neuronales.
Los sistemas actuales de comunicación basados en las nuevas tecnologías y redes sociales nos están "reconfigurando" de alguna manera, a su propia imagen. Nos vuelven más multitareas, productivos y hábiles en el manejo superficial de la información pero están aletargado nuestra capacidad de concentración, contemplación, análisis, creación y reflexión.
Esa multitarea nos abre un gran abanico a nivel laboral o productivo, incluso amplía nuestra telaraña social gracias a las nuevas plataformas pero sus algoritmos nos están alejando de formas de pensamiento que requieren reflexión y contemplación. Eso nos convierte en seres más eficientes procesando datos y dando respuestas rápidas pero menos capaces para profundizar en esa información o situación planteada. Lo inmediato se transforma en algo adictamente necesario. Se aleja de dar verdaderas soluciones para nuestra inteligencia emocional, colaborativa, creativa y existencial. En definitiva, nos desvincula de la capacidad de aprendizaje, que es la que nos ayuda a una buena evolución personal y profesional. Estamos más obsesionados con los indicadores claves de rendimiento que en la medición de nuestra propia transformación, progreso y crecimiento.
Hay un frenesí por la premura que estimula muchas veces el propio Internet, las redes y todo tipo de comunicación social cuando nos incitan, inconscientemente, a buscar lo breve y lo rápido. Hoy y ya. Resultados sin procesar. Lo quiero ahora. La posibilidad de concentrarnos en una sola cosa, de reflexionar, de comparar y de hacer la buena pausa se transforma en una quimera “pasada de moda”.
Dentro de ese nuevo esquema de pensamiento que alienta lo urgente, la multitarea y subidos como siempre a la rueda del hámster, indirectamente está provocando grandes abismos en nuestro sentido de la concentración. Esto no solo lo estamos experimentando las generaciones activas en el mundo laboral sino algo mucho más importante y digno de atención: nuestros hijos.
La Era Digital nos permite mostrar nuestras creaciones, compartir nuestros pensamientos, estar en contacto con los amigos o familiares y hasta nos ofrece oportunidades laborales o de reinventarnos. No hay que olvidar que la única razón por lo que las nuevas comunicaciones tecnológicas están teniendo tanto efecto en nuestra forma de pensar es porque son útiles, entretenidas y divertidas. Si no lo fueran no nos sentiríamos tan atraídos por ellas y no tendrían efecto sobre nuestra forma de pensar, de procesar y hasta de actuar. Paradójicamente, nadie nos obliga a utilizarlas.
Es por ello que el análisis sobre su impacto en nuestro día a día, en las competencias sociales y emocionales, en nuestra misión profesional y en nuestro propio desarrollo psicofísico se transforma en un debate fundamental.
Sabemos que los nativos digitales tienen menos conexiones en la zona de gestión de la memoria del cerebro porque parte de esta función la han externalizado hacia los aparatos digitales. Hay una mayor robustez de enlaces en las zonas de integración del cerebro, lo que permite incorporar muchos datos diferentes en un mismo trabajo. Síntomas claros que el estímulo de la tecnología va alterando nuestro proceso de evolución y reorganización estructural de tejidos y circuitos en segmentos y regiones específicas de nuestra inteligencia psíquica y emocional.
Ayer los padres o la escuela eran los únicos responsables de estimular el cerebro y las emociones del niño, previendo que a más conexiones recibidas mayor sería el provecho de sus conocimientos, habilidades, talento, actitudes y aptitudes. Hoy nos encontramos con un sistema tecnológico de comunicación que juega casi en silencio, y en muchos ámbitos, ese rol. Pero nadie nos garantiza que el objetivo sea el mismo que el de nuestros padres o la escuela. Porque al igual que con ellos, un aprendizaje incorrecto genera déficits en nuestra estructura neuronal que provoca que los aprendizajes posteriores sean mucho más difíciles de asimilar. Y si esto lo traducimos a nuestro aprendizaje digital recobra unas dimensiones inimaginables donde el pilar de nuestro futuro se está reescribiendo sin pedir permiso.
La “Tecnosofía” como un equilibrio real entre la tecnología y la sabiduría evolutiva, puede transformarse así en la clave de nuestro genuino desarrollo humano. Porque si la habilidad de concentrarse en una sola cosa es clave en la memoria a largo plazo, en el pensamiento crítico y conceptual, y en muchas formas de creatividad, en algo tendremos que reorientar el timón de este gran barco tecnológico en el que estamos navegando. Incluso las emociones y la empatía precisan de tiempo para ser procesadas. Si no invertimos en crear ese espacio, donde la aceleración, la inmediatez y la multiactividad estén a nuestro servicio y no al revés, estaremos perdiendo esta gran oportunidad que nos da este Siglo para que el auténtico reaprendizaje sea la clave para estar cada día más cerca de la auténtica felicidad.
Miembro de DCH – Autor de “La Era de las Personas”.