“No hay peor error en el liderazgo público que esgrimir
falsas esperanzas que pronto se esfumarán”. Esta frase la pronunció Winston
Churchill en los duros años de la Segunda Guerra Mundial, cuando nadie,
empezando por quienes luego serían sus aliados, confiaba en que Inglaterra
soportaría la embestida de las tropas alemanas. Él estaba entonces al frente
del país. La confianza dentro del ámbito empresarial, como en otras esferas de
la vida, es una realidad que no se advierte cuando se disfruta de ella. Somos
torpes y desagradecidos con la confianza, ya que la consideramos algo natural,
obvio y debido; sólo caemos en la cuenta de su importancia cuando ya es tarde.
La confianza nos permite respirar aire libre en nuestras
empresas, porque podemos ofrecer nuestra opinión sin necesidad de pensar en
sucesivas derivadas, descontando previsibles manipulaciones y poniéndonos a
resguardo de efectos colaterales. La confianza nos ayuda a ser nosotros mismos
en vez de una máscara patética. Nos anima a emprender acciones cuyo resultado
exitoso no está asegurado. Es uno de los progenitores de la innovación.
Sólo un necio reclama
confianza, porque «el cogollo del meollo del bollo» de esta poderosa y
sutil realidad estriba en que se otorga
libremente. Nos fiamos de unas personas y no de otras. Y a veces utilizamos
un criterio un poco sectario o jugamos a “percepciones e intuiciones”, que
decimos no tener, pero que escondemos bien detrás de nuestra propia mirada de
las intenciones. A menudo nos
equivocamos; tras caer en la cuenta del error, unas veces nos sentimos
defraudados, engañados, estafados o traicionados; otras nos sorprendemos de
nuestra mala fe, lo que nos causa vergüenza e impulsa a cambiar de actitud, o
una tercera y posible vía, la de la indiferencia total. La confianza es una
actitud, y como tal, nace en nuestro interior, como el amor y el miedo.
A veces, y más en estas épocas social y económicamente
conflictivas, nos planteamos también el tipo de confianza que tenemos con
nuestros gobernantes, otro tipo de relación-confianza,
y se produce un vacio preocupante con aquellas personas que nosotros decidimos
lleven la economía, la educación, la salud de nuestra gran familia que es
nuestra sociedad. Cuando no confiamos en aquel que nosotros mismos hemos
colocado allí para que lleve con diligencia, profesionalidad y honestidad estos
ítems (que por nuestras ocupaciones no podemos hacerlo nosotros mismos) tenemos
un grandísimo problema. ¿Te doy la
confianza y qué haces con ella?. Y
cuando vemos que estos mismos “grandes padres de la gran familia” anteponen el establishment
, por ejemplo de los bancos antes las necesidades, estamos en el borde del
abismo, y ante esta gran falta de confianza, la solución siempre estará en
nuestras manos. Un valor que se otorga, que se gana, que se cuida y se respeta.
¿SE PUEDE VIVIR SIN
CONFIANZA?
¿Por qué otorgamos o negamos confianza a quien nos dirige o
a quien dirigimos en el ámbito empresarial? Quizá la razón esté en una mezcla
singular de las intenciones y las capacidades que apreciamos en esa persona. Si
consideramos que tiene buenas intenciones y además juzgamos que sabe lo que
hace (conoce el negocio, pondera los riesgos, es magnánimo ante las
oportunidades) solemos otorgarle nuestra confianza y le seguimos persuadidos o
le abrimos el camino dentro de su carrera profesional. Cuando un equipo confía
en su líder, trabajar se convierte en una experiencia gozosa, instructiva, que
llega a trascender las barreras de lo estrictamente laboral, porque nos aporta
en un nivel personal y por ende merece la pena. Y cuando uno confía en su
equipo, la satisfacción del buen líder es enorme, el barco navega en todas las
aguas y el capitán orgulloso aporta la estrategia.
Si el manager, careciendo de capacidad, es honesto, le
distinguimos con «en el fondo es una buena persona», pero no llegaremos muy
lejos con él. Si a la inversa, su fuerte es su experiencia profesional y su
eficacia y le distinguimos con una suerte de respeto profesional que suele
pronunciarse miedo. El miedo es una pasión intensa pero de corto alcance y lleva
al fracaso. Y en un tercer caso, si el que dirige carece de capacidad y además
sus motivos nos parecen espurios, sencillamente desconfiamos de él.
Curiosamente, se puede malvivir sin confianza. Empresas, parejas, familias y
países lo demuestran.
Las empresas de cara a sus clientes también tienen un rol
importante y en idénticas circunstancias que las planteadas anteriormente, un error en la relación de confianza y seguramente
no habrá nada ni nadie que pueda repararla.
Aspiramos a la felicidad, aunque no siempre acertemos en la
apuesta, por eso preferimos las noticias positivas y huimos de los pájaros de
mal agüero. A los líderes se les reconoce en los momentos críticos porque
inspiran verdadera confianza; no la predican. Saben que varias razones
convencen menos que una sola.