Mientras sonaba de fondo una y otra vez la canción infantil de
la gran María Elena Walsh: “El Reino del revés”
que mis hijos bailaban y repetían (seguramente sin entender que detrás de esa
inocente letra puede haber una excelente lectura de nuestra realidad actual),
se entremezclaban de fondo los comentarios deportivos del fin de semana. Y ese
coctel bastante extraño en mi cabeza comenzaba a dar forma a una serie de
confusiones, pensamientos y confrontaciones sobre el éxito que me llevaban como siempre al pasado, con parada en el presente y destino en
el futuro.
“Lo importante es competir no ganar “ nos decían una y otra vez en cada juego cuando nuestra frustración alcanzaba los índices de decibeles más intolerables para aquellos padres y abuelos que intentaban consolarnos. Un modelo de aprendizaje que nunca lo habíamos entendido como consuelo o resignación sino más bien como un gran acto de participación, de esfuerzo, de superación y de enseñanza. Y ellos sin saberlo, con todo su cariño y con pocos libros y redes sociales e internet, construían y fortalecían nuestra futura inteligencia emocional con el deseo que pudiésemos enfrentarnos a los verdaderos desafíos que nos iba a plantear la vida.
Desde el modelo familiar que coordinamos, disfrutamos y también por qué no en cierta forma sufrimos, hasta el modelo empresarial en donde estamos inmersos, vivimos muchas situaciones donde se ven reflejadas estas distancias entre el más sano deseo de crecer, de superarse, de compartir y el mal valor del éxito o la cara oscura de nuestra carrera alocadas por sobrevivir a nuestras propias miserias a las que poco a poco les hemos encendido la luz.
Despedimos entrenadores por haber llevado a un segundo puesto a
su equipo y hablamos entonces de debacles, de frustraciones, de trabajos mal
hechos y arbitrariamente decidimos borrarlos del mapa en apenas unos meses. Nos flagelamos al decir que porque tenemos
los mejores presupuestos debemos alcanzar los mejores resultados, y
probablemente a nivel responsabilidad tengamos razón, pero deberíamos tener más
cuidado al formular este tipo de pensamientos. Porque somos nosotros mismos, en
la creación de nuestros modelos cotidianos, los que estamos generando un mundo
lleno de frustraciones para las generaciones venideras.
Claro está que ser el primero no es nada malo sino todo lo contrario.
El problema es ver a los padres detrás de las vallas de un campo de futbol, básquet
o tenis un sábado por la mañana casi insultando a hijos propios y ajenos por no
llegar a cumplir sus propias expectativas. El problema es escuchar a
ilustres comentaristas deportivos decir
el mejor tenista de todas las épocas no sabe “gerenciar las derrotas” cuándo en
un primer set estaba perdiendo 1-6 y paradójicamente tuvo que callarse cuándo,
como casi siempre, dió vuelta el resultado. Sin darse cuenta que ese “casi” es
lo que lo hace grande, lo que lo convierte en humano y en un ejemplo de
superación a pesar de todas las lesiones o impedimentos que tuvo en el camino y
nunca se sintió mejor o peor si era primero, segundo o tercero. Lo importante
es que en su mente estaba la palabra esfuerzo, ganas de competir, de superarse día
a día aunque desde la valla también tenga gente que le grite desde sus propias frustraciones.
Y si de buenas enseñanzas nos nutrimos decimos a viva voz que
para ganar hay que saber perder y para ganar hay que estar y saber elegir
nuestras mejores armas y
encontrar la felicidad por el logro obtenido más que por los trofeos otorgados.
Ser
primero puede tener un concepto muy amplio. Primeros también son aquellos que a
pesar de estar dos años sin encontrar trabajo siguen día a día buscando nuevas
puertas, formándose, reciclándose a pesar de su tristeza y desesperanza. Primeros
son aquellos que luchan contra enfermedades y cuando vemos ese esfuerzo en sus
ojos se nos hace en el estómago una mezcla de vergüenza y admiración y vergüenza
no de ellos sino por uno mismo. Primeros son aquellas personas con alguna discapacidad
física junto a su entorno familiar que sienten y están convencidos que mañana
podrá ser un mejor día. Primeras también son aquellas empresas coherentes en
sus tomas de decisiones, coherentes con sus valores a pesar de las tormentas,
sin importarle tanto aparecer en una nota de prensa pero si ocupados por destacar
procesos de mejora continua de cara a sus trabajadores y a sus clientes,
entendiendo que los resultados cuantitativos no son la única línea de valoración
de la empresa (que ciertamente son los que nos dan de comer) y que también
existen en igual medida los resultados cualitativos y detrás de ellos existen
personas con capacidad de entrega, pasión y talento .
La felicidad de marcar
un gol es única. Subir a la red con una volea ganadora es apasionante. Levantar
una copa muy emocionante. La clave es saber dónde ponemos al rival si delante
de nosotros o dentro de nosotros mismos. Demos vuelta este “Reino del revés”, demos tiempo a los cambios de hábitos y
conductas de personas o grupos, valoremos
el camino más que el destino y todo lo que podemos aprender, construir y
reconstruir en él, que por más que nos empeñemos en demostrar lo contrario el día
tiene 24 horas, la gestación 9 meses, el período de rotación de la luna es de 27
días, 7 horas y 43,7 minutos, y la
estupidez humana 1 segundo.