Desde el primer haz de luz, el hombre no es en sí mismo si
no tiene enfrente otra persona. Este es el principio básico de las relaciones humanas, el mayor centro de
atención de las Ciencias Sociales y por ende de la Comunicación y los Recursos
Humanos. Las personas y su interacción, su supervivencia, sus roles, etc. Nuestros
comportamientos más automáticos y naturales están normalizados, sometidos a
reglas impensadas, y nos atrapan y nos
ponen en jaque mate diariamente porque descrubrimos, una y otra vez, que del otro lado hay personas que tienen sus lógicos intereses.
Este ejercicio de negociación constante al que nos
enfrentamos todos los días desde que suena nuestra alarma despertador hasta
volver a sincronizarla para el día siguiente,
es el ABC de nuestra
interactividad cotidiana. Dentro de esa negociación, evidentemente los
factores de poder ejercen una gran influencia, y muchas veces ejercen como
disparador positivo permitiendo retroalimentar la capacidad creativa y
cognitiva del otro y otras por el contrario terminan dominando conductas hasta
encerarlo en una habitación oscura sin puertas ni ventanas. Muchas veces no
somos conscientes de lo que irradiamos con nuestros mensajes verbales o no
verbales en los “encuentros”, y reitero, máxime cuando somos padres, managers,
o ejercemos algún tipo de “tutoría”.
Dentro de la relaciones de status, como puede ser una matriz
jerárquica empresarial, este tipo de vínculos naturales se ejercen
permanentemente sin que por ello tengamos que entrar en este exhaustivo
análisis de situación. Pero la realidad es que desde ese simple elemento
compartido de “naturales encuentros diarios” surgen los grandes análisis y
temas de debates sobre el comportamiento de las personas en el ámbito laboral,
el management, y su fuerte incidencia en la actividad productiva. De nuevo, como la vida misma, en las
relaciones personales los pequeños detalles de “ese encuentro cotidiano” hacen
que el vínculo sea cada día más solido o más vulnerable.
Y como somos humanos, y el ego no solo pertenece al Rio de
la Plata, hacemos propia la frase de Jean-Paul- Sartre cuando escribía: “El infierno
son los otros” y yo agrego: “yo no”. Y es que los demás representan la
diferencia, lo temible, la codicia, el miedo, la envidia o la incomprensión. ¿Y
yo? Entonces, me pregunto, ¿por qué no
conseguimos prescindir de ellos? Bajo esta teoría la mirada del otro nos obliga
a tener en cuenta su presencia. Aunque
también es verdad que hay muchas personas que en apariencia le da lo mismo
tener una persona delante, que un muro o un animal rabioso. Digo en apariencia
porque no son ajenos a ese microsistema social llamado encuentro, solo que su
autorreflejo les impide ver que hay a 3 cm de sus narices aunque las
consecuencias a mediano plazo sean devastadoras.
Las mirada del otro es un juez omnipresente que nos
transforma en sujetos que pueden ser juzgados en cualquier instante, en
cualquier lugar, aquí y ahora.
Algunos afirman que nos pasamos toda nuestra vida representando un papel (nuestro personaje
público) como si estuviéramos en el escenario de un teatro, donde los otros son
los espectadores. Las relaciones con los demás descifra las actitudes (disposición a actuar) y aptitudes (habilidades y recursos) de cada uno de nosotros para corresponder a la imagen
social que queremos dar de nosotros mismos. Así pues, las interacciones con los
otros (interacciones sociales) se
someten al juego evaluativo de la mirada de los demás, de la mirada de los
otros, juego cuyo objetivo final es la aprobación de los demás.
Necesitamos al "otro" en la construcción de nuestra
identidad individual, ya que gracias a ese "otro" aprendemos a realizarnos
completamente. Lo necesitamos para construir nuestros proyectos, aunque
seamos el “Llanero Solitario”. Necesitamos del aplauso del público, del cliente
que dice si sí o si no, en definitiva: necesitamos. Con el prójimo todo es más
difícil, sin embargo, sin él la existencia pierde su sabor. La vergüenza es un
buen ejemplo para explicar las relaciones humanas. No se descubre al prójimo
observándolo, sino sintiéndonos observados por él, pero no desde el punto de
vista narcisista sino desde la pura humildad y aprendizaje. Gracias a dicha
mirada, podemos descubrir cómo nos percibe otra conciencia, cómo esa mirada se
convierte en un muy buen profesor, aunque nos cuestione. Y ser capaces, en cada
encuentro con nuestros equipos, de tener la modestia necesaria para escuchar y
mirarnos a nosotros mismos, esa sabiduría solo la tienen los grandes líderes.
Es por ello, que cuando hablamos de buenos manager no
hablamos de los grandes lectores de formulas mágicas de los Recursos Humanos ni
grandes Best Sellers, no. Hablamos de una persona que tenga la competencia, más
allá de su conocimiento y experiencia técnica,
de la sensibilidad perceptiva capaz de acercar al sujeto a la zona de
juego, a la zona de experimentación, a la zona de realización y productividad,
venciendo los miedos, venciendo las sombras o posibles tormentas, invitándola a
ese cuestionamiento y llegando a resultados positivos.
Por más que nos guste jugar al espíritu solitario, nuestra esencia es la relación. No
somos buenos managers sino tenemos buenos equipos. No somos buenos managers
sino aprendemos de nuestros equipos. No somos buenos managers sino escuchamos a
nuestros equipos. La cara es el primer estímulo que se percibe de nosotros,
donde pone el acento la mirada del otro, el barco que alumbra el faro del
prójimo. Desde que nacemos ponemos la atención en la cara del otro o de los
otros y éstos en nosotros. Existimos porque nos miran y de esta conciencia de
ser mirados nace nuestro existir.
Por todo lo comentado hasta el momento, cuando hablamos de mobbing,
o hablamos de desplantes y hacer vacios en las empresas o en distintos
estamentos sociales, es cuando se produce uno de los mayores daños que pueden
hacerle al ser humano: hundirlo en su soledad. Y la persona que lleva a ese ser
humano a esa condición no merece ningún tipo de calificativo más que la
ignorancia del propio ser, porque altera las reglas del juego, las reglas
básicas del “encuentro”.
La inmensa mayoría de los seres humanos que disfrutan de
trabajar con equipos y hacen disfrutar a sus equipos, saben ver la fragilidad,
saben gestionar este tipo de “infiernos”, saben ver estas condiciones humanas
como un agente clave dentro del negocio y son quizá los que tienen la mayor
sensibilidad para dar la mejor respuesta al cliente. Sienten la responsabilidad
del "otro", reconociéndolo en su individualidad y singularidad, y lo colocan
en el centro de nuestra relación con el mundo comercial-laboral. La visión de los demás, si que importa, porque
en esta ocasión detrás de la palabra “demás”, como decía Joan Manuel
Serrat, “detrás… detrás está la gente”.