Pensamos muchas veces que el liderazgo corresponde solamente
a personas que tienen como misión llevar adelante un equipo o grupo bajo su
mando, y en realidad el liderazgo
también corresponde a actitudes individuales que podemos desarrollar en
distintos momentos de nuestra vida por acción o reacción. Cuando hablamos
de los grandes temas en recursos humanos y comunicación y nos tomamos el tiempo
de bajar a la verdadera simplicidad de
las palabras (entre tanta vorágine de buenas ideas que compartimos), estamos
hablando en definitiva de las relaciones humanas, del ser humano en sí, de sus miedos, sus dudas, sus logros, sus
intereses, por lo tanto de nuestros propios miedos, dudas, logros e
intereses.
Cuando hablamos de un líder (termino históricamente
vapuleado) no solo lo hacemos observándolo en su don de mando y decisiones
diarias formales, sino también en los momentos difíciles, en aquellos que para
tomar una gran decisión debe enfrentarse quizás con aquellos que lo han puesto
en el lugar donde está actualmente o enfrentarse al menospreciado “qué dirán”.
En definitiva, como la vida misma. A las
personas no solo las medimos en nuestras alegrías o momentos dulces, sino que
cobran una dimensión especial cuando comprobamos que están en “ese momento” tan
difícil de nuestras vidas. Esa persona para nosotros ha sido un líder en
esa situación, ha estado en el momento y en el lugar indicado, sin importar el
entorno. Ha tenido visibilidad, sensibilidad, empatía, y por sobre todas las cosas
que con su palabra o su acción ha dado una inmensa gota de agua en nuestra
pequeño desierto. Y si hacemos memoria, nunca olvidamos esos grandes-pequeños
detalles.
Eso trasladado a la empresa es exactamente igual. Pero quizás no lo
leemos en los libros, no está en los grandes manuales o seminarios, pero si son actitudes capaces de encumbrar o tirar
por tierra la credibilidad a un líder, de un manager.
El poder es otra de las palabras que depende donde la
utilicemos nos puede sonar a un acto de “querer hacer” o bien a una “tener cierta
autoridad” sobre otras personas. Esta
última se convierte muchas veces en “un arma de destrucción masiva” de las
relaciones humanas: y hace, como dice Robert I. Sutton, que tendemos a “sacar
por defecto una especie de estúpido que llevamos dentro” y que acaba
mermando de forma muy seria a las organizaciones y su capacidad para progresar,
además de empeorar nuestro bienestar personal.
Cuando Steve Jobs contrató a Brad Bird, el director de Pixar,
diciéndole: “Adelante, vuélvanos locos,
sorpréndanos” (cuando estaban creando Los Increíbles), Bird lo primero que pidió frente a una sala repleta
de postulantes fue: “Darme a las ovejas
negras, a los artistas que se sientan frustrados, a los que hacen las cosas de
otra manera, a quienes nadie escucha y les han dado la patada”.
Liderar es asumir
riesgos, es ser creíble, coherente con nuestros actos y convicciones, y no
convertirnos (parafraseando nuevamente a Sutton) en “estupijefes” a quienes
solo les gusta la jerarquía, establecer quién es quién, fijar el poder que
ejerce y sobre quiénes, el cómo se tienen que comportar sus subordinados con
ellos. Preguntan a su equipo antes de tomar una decisión, aunque ya la tienen
tomada. Marcan territorio como si tuviesen una especie de ADN distinto a los
demás. A muchos les gusta generar esa tensión, mostrar y ostentar que tienen el
poder y que deciden hasta el punto de poder anular a los miembros de su equipo.
La vida debería ser más simple y aunque pensemos en la criogenización,
la vida también es corta, nos guste o no. Tenemos tantas oportunidades como
actos diarios para demostrar quienes somos. Y por supuesto que todos cometemos
errores y aprendemos de ellos, lo
importante es tener un liderazgo con visibilidad, sensibilidad, empatía y
anticipación para ser no solo “el jefe” sino el referente, aquel que nadie
olvida aunque pasen los años por su ejemplaridad y proximidad y que ha sabido
demostrar grandeza profesional y sabiduría en la conducción como “gran timonel” entre las olas gigantes
de un mar revuelto.