En el año 95 AC, Catón decía que “la primera virtud es la de frenar la lengua; y es casi un dios quien
teniendo razón sabe callarse”. En toda conversación existe una brecha entre
lo que las personas piensan y lo que dicen, o lo que no dicen. Porque no
decimos todo lo que pensamos y ello no es necesariamente un problema. Sin
embargo, cuando esta brecha se acrecienta, sucede que aspectos muy importantes
de lo que pensamos, aspectos que comprometen el quehacer conjunto del equipo,
son callados. Es entonces que se convierte en un “equipo enfermo”. La palabra es la moneda dura de todo equipo
y el elemento básico de su cohesión interna y efectividad. Pues bien, en
los equipos de bajo desempeño esta brecha entre el pensar y el decir suele ser
crítica y sus miembros pronto aprenden a desconfiar de lo que se dice. Dejan,
en rigor, de escucharse; dejan de conectarse.
Es importante descubrir qué conduce a un equipo a
desarrollar estas rutinas defensivas del callar, qué lleva a sus miembros a no
revelar aspectos importantes de lo que piensan, qué temores, qué experiencias
del pasado que todavía se mantienen abiertas, sin cerrar, y hasta sin
cicatrizar.
El problema de estos
hábitos defensivos del silencio es que suelen hacerse invisibles. Los
miembros del equipo no sólo callan lo que piensan, también callan el hecho de
que callan. Grupos de trabajo, amigos, vecinos, familia, parejas, cambian los
condimentos pero la comida es la misma. Es allí que nuestra intervención
requiere que seamos capaces de identificar esos hábitos defensivos del
silencio, disolverlos y enseñarle, por ejemplo, a los miembros del equipo a
tomar medidas para que ellas no vuelvan a surgir. Y en el ámbito familiar, ser
capaces de enfrentar aquello que no somos capaces de enfrentar por miedo, o por
la razón que sea, pero sabemos que es la piedra en medio del camino. Todo esto
es materia de aprendizaje. Un aprendizaje que requiere mucho de nosotros y de abandonar tibiezas y comodidades.
Es menos frecuente hablar en Comunicación sobre lo que “no se dice” o de los “silencios
activos”. Este estilo de proceder si se instala como un hábito de
comportamiento, deja de ser percibido, y se “actúa” sin que nadie lo desee a
propósito y poco a poco comienza a formar parte de la cultura de la empresa
(familia, comunidad, organización).
Es entonces cuando las interacciones se vuelven desconfiadas
y paranoicas y a medida que los participantes propagan y perpetúan esos hábitos
defensivos, las inconsistencias, los artificios y la ceguera para con el propio
ejercicio de esos hábitos, se vuelven parte de la trama de la cultura
organizacional.
Tener la capacidad de liderazgo para poner bajo la lupa este
fenómeno sistémico permitirá descubrir los factores que ejercen una influencia
negativa en el logro de los resultados deseados, alterando no sólo la
performance de las personas sino también su calidad de vida.
La propuesta es tomar
en consideración la desconexión existente entre: lo que uno piensa, lo que uno dice
y lo que uno hace, ya que, cuanto más grande es la brecha, mayores serán
las alteraciones en las conductas de las personas.
Si en un comienzo pensamos que hablar es peligroso, con el
tiempo nos “olvidamos” cómo y cuándo esto empezó, simplemente obramos en consecuencia
ya que quedamos “ciegos” al mecanismo según el cual actuamos.
Este proceder se refleja en la vida de las empresas y como
dijimos incluso de las familias, amigos o parejas, con graves consecuencias para la calidad de
vida de las mismas con falta de toma de
decisiones, acentuando el factor costumbre, el bajo aporte de iniciativas, la mala
gestión del tiempo, entre otros efectos negativos.
El “callar” así entendido, a cualquier nivel, es un
mecanismo perverso que no sólo cuesta mucho dinero a las empresas o muchos
dolores de cabeza en el ámbito personal, sino también favorece a crear un clima
emocional altamente pernicioso.
Es de manual que si uno de los dos no quiere, la
comunicación deja de funcionar, por lo tanto la responsabilidad es compartida
independientemente del nivel que ocupe o del grado de responsabilidad que se
ejerza en esa relación. Aceptada esta base, debemos ser capaces de asumir con
valentía el:
- Reflexionar para hablar sobre lo “indiscutible”.
- Revisar críticamente las interpretaciones, puntos de vista, valoraciones.
- Vencer los miedos a las posibles consecuencias sobre nuestra posición o idea.
- Reconocer y manifestar las inconsistencias observadas.
- Escuchar y legitimar al otro.
- Dar participación en las decisiones (Visión Compartida, Participación Operativa).
- Respetar las diferencias, cuidando el clima emocional.
- Responsabilizarse (no culparse) por las situaciones insatisfactorias.
La capacidad de detectar el silencio y darle un protagonismo
inolvidable entre las grandes partituras es una habilidad de los grandes
músicos. La capacidad de detectar el silencio y darle protagonismo entre
nuestros equipos o nuestros afectos es una habilidad de los grandes líderes y
de las “grandes personas”.
Existe una forma de conversar que no significa escuchar o
pronunciar palabras sino detectar silencios
activos. Escuchemos los silencios,
siempre tienen algo que decirnos.
Nota: si me permites, y sin que ésto cree precedentes, te invito que en algún momento de tu día, o noche, o después de esta lectura, a hacer un poco de silencio, una pausa, y si tienes la posibilidad incluso cierra los ojos y escucha esta melodía de Marisa Monte - Para ver as meninas
Nota: si me permites, y sin que ésto cree precedentes, te invito que en algún momento de tu día, o noche, o después de esta lectura, a hacer un poco de silencio, una pausa, y si tienes la posibilidad incluso cierra los ojos y escucha esta melodía de Marisa Monte - Para ver as meninas