Llega un momento en nuestra vida donde intentamos sujetarnos
bien fuerte de aquellas estructuras que nosotros mismos hemos construido,
nuestros propios muros, estructuras basadas en nuestra experiencia, en nuestros
anhelos, nuestros miedos, nuestra formación, nuestros éxitos y fracasos,
nuestras incertidumbres, nuestra genética y nuestra propia historia. Estructuras
que nos fuimos convenciendo diariamente, que son infranqueables, que no hay
nada ni nadie que pueda destruirlas.
Pero un día llega esa noticia, llega esa sorpresa, ese replanteo o
básicamente ese golpe en medio de la cara que nos tumba hacia atrás sin
entender absolutamente nada, creyendo que todo pertenece a un sueño, que eso no
está sucediendo, y la máquina de la estructura comienza a desvanecerse delante nuestra con cara burlesca y nos abandona sentados en el suelo sin saber
nosotros como reaccionar mirando como el muro cayó.
Estas mismas estructuras que comentamos no solo pertenecen
al ámbito personal sino que dentro de las mismas organizaciones podemos vivir
de primera mano ese tipo de muros sostenidos en años de trabajo, experiencia,
management, incluso valores y estilos de gestión. Suelen ser muros altísimos,
donde cada integrante ha sumado su ladrillo, y fue construyendo consciente o
inconscientemente un “fuerte sin
puertas”. Cuando nos encerramos descubrimos cosas maravillosas sobre
nuestras posibilidades y gestionamos en base a nuestras fortalezas pero muy
rara vez lo hacemos trabajando nuestras debilidades, porque el muro nos protege, nos “cuida”, nos da
seguridad, nos equilibra y nos tranquiliza, pero si no sabemos gestionarlo nos
aletarga con su incienso hasta quedarnos dormidos e inmóviles.
Y como en nuestra propia vida, un día puede llega el tsunami, inesperado y arrebatador, que no
pregunta absolutamente nada y destruye las puertas del fuerte y arrasa con todo
lo que encuentra en su camino, dejando una situación desoladora que muchas
veces es más difícil, costosa y larga de reconstruir que si nos hubiésemos
replanteado la posibilidad de mirar más allá.
Ninguno de nosotros/as queremos trabajar sobre nuestros
miedos, nos da miedo. Paradójico pero cierto. Somos un bebé dentro de los miles
de años de civilización y tenemos las experiencias que tenemos dentro de
nuestro ADN, pero nuestro ego nos lleva a ocultar nuestras falencias, y
hacernos fuertes sin serlo. El reconocer nuestras áreas de debilidad no siempre
es gratificante y escuchar consejos, leer libros o publicaciones, o hacer
cursos no siempre es lo que más nos motiva. Tenemos una gran indefensión frente a estos miedos y las paredes del
muro suelen ser muy altas.
Las empresas también tienen miedos, miedos añadidos a su
historia, a sus sistemas de organización, a su propio management, etc. El miedo
al cambio implica un desafío, si primeramente lo detectamos y lo reconocemos.
A partir de allí podemos trabajar muchísimos caminos pero siempre comprendiendo
los motivos y aceptándolos no por imposición sino por convencimiento. Las empresas que logran ver los tsunamis
con antelación normalmente tienen una capacidad de reacción que les permite
tomar las decisiones en tiempo y forma para poder enfrentarlos. Hoy un
claro ejemplo es la digitalización, el mundo online y las nuevas tecnologías
junto a la interacción de los clientes, entre clientes y los trabajadores, y
entre los propios trabajadores. Un tipo de tsunami que llegó para hacer cambiar
todas nuestras creencias, nuestros formatos, nuestras estrategias,
cuestionarnos nuestras convicciones, ponernos quizás frente al mayor desafío
que podamos ver a lo largo de nuestra vida.
No podemos dudar, no podemos esperar ni un minuto, la
tormenta está allí delante de nosotros, y está dispuesta a llevarse todo lo que
vea a su alcance, y la mala noticia de esto es que no solo se llevará lo
obsoleto, lo que no funcione, sino que también podrá llevarse muchos de los
éxitos que hemos tenido.
Esta misma lectura también podemos hacerla a nivel personal.
¿Qué hacemos para ver con la suficiente antelación las tormentas que pueden
llegar a venir y que dentro de nuestro muro no somos capaces de anticipar? Aquellas viejas estructuras que hasta hoy
guiaban nuestro propio orden, hoy podrían ser las armas mortales de aquello que
hemos construido durante tantos años.
La humildad como capacidad de cuestionarnos a nosotros
mismos, incluso como un ejercicio de maduración y desarrollo, de mirarnos al
espejo y ser capaces de ver nuestras arrugas, de saber reconocer lo que
auténticamente somos hoy, no ayer ni mañana, sino hoy. Y después de estar
convencidos de ello poder dar el gran salto que en el fondo nosotros mismos, en
algún rincón, estamos anhelando. Sujetar
con firmeza ese martillo y dar fuertemente en la pared de nuestras estructuras,
y ver como el muro se va abriendo, el polvo va subiendo, pero la luz de
fuera va entrando e iluminando nuestro oscuro fuerte.
Y sabemos que la historia no acaba aquí, porque quizás
comience el momento más difícil pero más enriquecedor, ya que cuando uno se
“desnuda” en sus propios miedos la vulnerabilidad se apodera de nuestra piel y
solo la valentía, la convicción de superación, el anhelo por el crecimiento y
el deseo por aprender y vivir nuevos desafíos hará que nuestras estructuras se
vistan de autenticidad, de fortaleza, de mejora continua, y por ende nos
inunden de felicidad, que de manera natural contagiemos a compañeros, amigos,
parejas, hijos y/o clientes.
¡Cuidado! ¡Tenemos una oportunidad! ¡Se cae nuestro muro y nuestra zona de confort!
Nota: Quiero agradecer
la inspiración de este post a mis tres grandes amigos/hermanos que un 6 de
Octubre de 2014 han sabido enseñarme como todo es posible y que todos los muros
y las estructuras pueden caer. Gracias Gabriel Bernhaut. Adriano Parola y
Mariano Trungadi.