Cuando el barco navega por aguas calmas
disfrutamos del mejor de los viajes, miramos el sol con una sonrisa, y sentimos
la suave brisa sobre nuestro rostro, pero cuando la tormenta hace tambalear
nuestra embarcación y nuestro equilibrio, miramos alrededor para encontrar al
otro, buscando alguna reacción, respuestas soluciones, y por qués, y en
ocasiones incluso llegamos a pensar en utilizar la única balsa individual que
tenemos a estribor, gritando: “sálvese quien pueda”.
Un segundo después del caos renacemos o
morimos, allí encontramos el verdadero valor de los valores, la teoría
esparcida en trozos de realidad, la causa y el efecto, la dialéctica hecha
cinética, el espejo como existencia. Es ahí donde nos encontramos o nos
desencontramos, somos lo que dijimos que éramos o el triste fetiche de un
afiche de papel, como decía el gran Polaco Goyeneche.
Desnudos frente al caos, frente a la
adversidad, encontramos nuestro propio YO y contamos con la gran posibilidad de
asumir los retos más desafiantes que nos propone la vida, haciéndonos más
fuertes o hundiéndonos en el peor de los fangos, pero siendo esencia
indivisible. No necesitamos delegar nuestros dilemas a otros, ni trasladar
nuestros problemas, porque somos capaces de atrevernos a mirarlos de frente, simplemente
porque son nuestros. Las excusas son mantas gigantes que esconden vanidades,
inseguridades, egoísmos y que sólo abrigan nuestra efímera credulidad sobre lo
que creemos ser.
Del caos se nace o se deshace, se genera o
se incinera, no como un obstáculo, sino más bien como una fuente real de
grandes potencialidades, que nos permitan reconstruirnos y reinventarnos a
nosotros mismos de manera constante sin necesidad de caer en subterfugio del
enemigo externo. Y la incertidumbre no siempre es una daga, sino es también la
antesala de lo posible o como decía Jean-Paul Sartre: “El hombre empieza por no ser nada. Sólo será después, y será tal como
se haya hecho."
Podemos ser sobrevivientes de nuestra
propia adversidad, de todas nuestra dificultades, porque lo primero que hemos
hecho al llegar, ha sido vivir los nueve meses más transformadores que un ser
humano pueda experimentar, y allí no había nadie más que nosotros mismos, no
había excusas, ni peros, ni tal vez, tan sólo un cordón que nos aferraba a la
vida.
La prisión de los hubiera y de los debería
tienen condena perpetua porque el camino de la adversidad es una oportunidad,y
la forma en que lo transitamos será el retrato más real de nuestra naturaleza.
El gran Seneca nos decía que no hay nadie menos afortunado que el hombre a
quien la adversidad olvida, pues no tiene oportunidad de ponerse a prueba.
Un segundo después del caos renacemos o
morimos. Apliquemos nuestro talento al reconocimiento de nosotros mismos, sin
justificaciones, acusaciones ni evasivas, porque desde el infortunio sale a la
luz la virtud, y en esa luz rebrotan nuestras mejores competencias, y con ellas
nuestros valores. Un segundo después, nosotros.