Tenemos impregnado en nuestro ADN que la
mejor decisión es aquella que se medita y se toma con frialdad, pero aunque
parezca contradictorio, la posibilidad de conectarnos con nuestras emociones
básicas, es una de las mejores garantías a la hora de decidir con mayor
criterio. Cada vez que decidimos, nuestro cerebro está inundado de
sentimientos, controlado por pasiones inexplicables.
Incluso cuando tratamos de ser razonables y medidos, estos impulsos emocionales
influyen secretamente en nuestros juicios. Conocer cómo influyen las emociones
en un proceso de toma de decisiones, parece ser el primer paso para valernos de
ellas, y hacerlas jugar a nuestro favor.
Tomar decisiones es una actividad continua
del ser humano en todos los órdenes de la vida. Elegir entre varias opciones
puede ser una tarea simple, pero a veces resulta tan complejo, que se convierte
en una preocupación importante. La toma de decisiones pone en juego numerosos
procesos cognitivos, entre ellos el proceso de los estímulos presentes en
la tarea, el recuerdo de experiencias anteriores y la estimación de las
posibles consecuencias de las diferentes opciones.
Las emociones guían la toma de decisiones,
simplificando y acelerando el proceso, reduciendo la complejidad de la decisión
y atenuando el posible conflicto entre opciones similares. Esto no significa
que las emociones y los sentimientos no puedan causar estragos en los procesos
de razonamiento en determinadas circunstancias. La sabiduría tradicional nos
dice que pueden, e investigaciones recientes del proceso normal de razonamiento,
también revelan la influencia potencialmente dañina de los sesgos emocionales.
Tampoco quiere ello decir que cuando los sentimientos tienen una acción
positiva tomen la decisión por nosotros; o que no seamos seres racionales. Sólo
sugiero en estas líneas que determinados aspectos del proceso de la emoción
y del sentimiento son indispensables para la racionalidad. La emoción y el
sentimiento, junto con la maquinaria fisiológica oculta tras ellos, nos ayudan
en la intimidadora tarea de predecir un futuro incierto y de planificar
nuestras acciones en consecuencia.
Nos encontramos, por lo tanto, ante una
nueva perspectiva; la de considerar que las emociones, lejos de ser un
obstáculo para la toma de decisiones adecuada, como se ha venido considerando
en el marco del pensamiento racionalista, son un requisito imprescindible para
la misma. De alguna manera, las investigaciones están confirmando lo, que de
forma intuitiva, describió Pascal en su famosa afirmación “el corazón tiene
razones que la razón ignora”. Esto no quiere decir que las emociones no puedan
equivocarse. Y que tampoco determinadas emociones muy fuertes no puedan
originar actos impremeditados y nefastos para la vida de una persona. Son
estos, precisamente, los casos en los que el proceso decisorio que acabamos de
describir no llega a producirse, porque es arrollado por mecanismos más
primitivos que secuestran la capacidad de decidir.
Decisión y Emoción, una pareja para toda la vida.