Mientras leía grandes documentos sobre el
aprendizaje, la vocación, las decisiones y la profesión me trasladé de manera
inquieta hacia aquellos momentos donde jugábamos a ser quien nos gustaba ser.
Esos momentos de niñez, adolescencia o juventud donde no existían frenos,
fronteras, límites, prejuicios, cuestionamientos en nuestra imaginación y donde las emociones eran guía de nuestra infante ilusión. Utilizábamos el peine de mamá para
cantar o algún cepillo largo como guitarra frente al espejo empañado de un baño,
que escuchaba la puerta golpear hasta la saciedad por nuestros padres, tal vez
una crónica anunciada de lo que sería el siguiente golpe en nuestra puerta bajo la advertencia de la Señora Responsabilidad.
El porcentaje de frustración profesional es alto,
de hecho una gran proporción de gente que ocupa actualmente sus puestos, de
pequeño o adolescente nunca imaginó o “soñó” que sería su trabajo actual.
Existen profesiones que están muy
vinculadas al altruismo y la satisfacción personal de ayudar a otros. En este
tipo de profesiones podemos observar que el porcentaje de satisfacción personal
crece considerablemente, pudiendo decir que
para este colectivo su vocación guarda directa relación o es coincidente con su
profesión.
El resto de los mortales, miramos con una
lupa gigante nuestro interior y nos reencontramos con ese gen único e
irrepetible, que tuvo que mutar de manera incuestionable producto de la
realidad, la necesidad, la supervivencia, y que intentamos sobrellevar de la
mejor manera posible, aunque en distintas circunstancias de nuestras vidas, se
nos revela y nos golpea sin compasión y de manera misteriosa, dándonos una
bofetada frente al espejo. Evidentemente, también existen aquellos, que ni el
espíritu de la vocación ni el de la profesión se ha hecho presente en sus
vidas, y se mantienen en un permanente estado de resignación y comodidad.
La dicotomía entre lo que queríamos ser y lo
que somos, es un planteo filosófico que nos acompaña desde siglos, pero en las
últimas décadas se incrementa probablemente producto de los cambios de
prioridades y conceptos de la sociedad en la que vivimos, que nos impulsa a
tomar decisiones más por exigencia que por deseo.
Pero hay un costado, dentro de esta
aparente frustración, que debemos rescatar y es el valor de reconversión, de
adaptación, intentando ser el mejor sin esa llama, sin ese espíritu, sin ese
vendaval interno que mueve nuestro velero a cursar los mares mas bravíos, sin esa adrenalina matinal que nos impulsa a
levantarnos con felicidad de nuestra cama para dar batalla a nuestro día a día.
Y cuando somos capaces de recoger de esa “abandonada” vocación aquellas
competencias que podrían hoy servirnos en nuestras nuevas circunstancias,
siendo capaces de trasladarlas a nuestro “yo actual”, hacemos
converger mágicamente esos dos caminos, hasta ayer opuestos.
Saber dejar al costado los “hubiera” es una
decisión valiente, que nos ayudará a reencontrarnos con nosotros mismos, a
asumir lo que hoy somos, a valorar lo que hemos transitado, a reconstruir
nuestra esencia sin retazos, logrando ser un todo, y tal vez allí, en aquella
imagen difusa del niñoadolescente que soñaba frente al espejo,se posicione
nuestra actual imagen, logrando fusionarse e integrarse como un todo único, movilizando
energía, intención y deseo de recuperar la felicidad y pasión por lo que
hacemos.
DIEGO LARREA
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