¿Qué puede ocurrir en dos segundos? Una
sonrisa, un suspiro, un parpadeo. En ese lapso de tiempo tan efímero también es
posible tomar decisiones importantes. Son conclusiones instantáneas,
perfectamente racionales, y que poco tienen que ver con lo que conocemos como
la intuición −algo más emocional y visceral−. Vivimos en un mundo que da por
sentado que la calidad de una decisión está directamente relacionada con el
tiempo y esfuerzo dedicado a adoptarla. Pero en un mundo sobrecargado de
información es frecuente que tomemos determinaciones acertadas sobre
situaciones, hechos o personas en cuestión de segundos y con pocas variables,
aunque no sepamos dar razones para explicar el por qué. La inteligencia intuitiva golpea nuestras puertas.
Las decisiones
tomadas a toda prisa pueden ser tan buenas o a veces incluso mejores que las
más prudentes, aun cuando el mundo racional nos
encarcele de por vida por haberlo hecho. Existen entrenadores y muchos otros
profesionales que son muy buenos en lo suyo y que deben su éxito, al menos en
parte, a las cosas que han hecho para controlar y educar sus reacciones
inconscientes, pero asumiendo que ese control y esa educación nunca pueden representar
un freno, dado que un “segundo” dentro de su ámbito, es vital.
Esta capacidad intuitiva, sin embargo, no
está exenta de un margen de error, sobre todo cuando entran en juego los
prejuicios. Estos prejuicios son los que en 1999 llevaron a dos policías de
Nueva York a disparar sobre Amadou Diallo, un inmigrante de Guinea cuyo único
crimen fue llevarse la mano al bolsillo para buscar su cartera. Los agentes,
acostumbrados a reaccionar con rapidez en situaciones de peligro, dedujeron que
una persona de raza negra que deambulaba por un barrio peligroso de noche y que
hurgaba en su bolsillo estaba buscando un arma para atacar.
Dentro del ámbito de una empresa, la responsabilidad que tenemos como
managers de no guiarnos simplemente por los prejuicios también es crucial a la
hora de construir nuestro modelo de valores, evitando todo tipo de islas
privilegiadas o islas de marginados.
Nuestra mente toma decisiones de manera aparentemente
inconsciente a cada segundo, no sólo por repetición, experiencia, aprendizaje,
sino también por intuición. Son instantes de una fuerte intensidad que conlleva
a un sinnúmero de decisiones de magnitudes diversas. ¿Cuántas veces nos
recriminamos por aquél acto que no hemos hecho en ese momento especial e irrepetible?,
porque si hubiésemos hecho lo que nuestra intuición nos marcaba, quizá hasta
nuestra vida habría dado ese cambio que hoy recordamos con nostalgia. O al
revés, descubrir que gracias a aquel segundo de “lucidez” hoy podemos estar
contando la anécdota con cierta felicidad.
No caigamos en la trampa de pensar que la
ciencia sólo se basa en el método científico, analítico y lógico, la intuición
es la mayor responsable de su avance. El mismo Einstein fue un defensor de la
intuición: "La única cosa realmente valiosa es la intuición". En
una entrevista realizada en 1930 explicó que
intuía que su teoría de la relatividad era cierta y que por eso no se
extrañó cuando otros científicos la confirmaron empíricamente. Einstein
afirmaba que intuyó la teoría de la relatividad, pero su cerebro no le regaló
esta magnífica intuición de forma gratuita. Antes, él tuvo que dedicarse a
estudiar noche y día sobre el tema. No paraba de alimentar su cerebro con
datos. Su genialidad brotaba de muchos lugares diferentes, uno de ellos era su
mirada. Observaba el mundo sin dejar que las teorías anteriores le obligaran a
verlo de una determinada manera. Intentemos emular a Einstein, observemos mucho
y sin prejuicios. Así nuestro cerebro tendrá el material que necesita para
intuir.
Por otro lado, algunos libros de autoayuda
nos venden la intuición como “mágica” y ponen en un lugar privilegiado a los
emprendedores que siguieron su “corazonada” y han triunfado, pero se olvidan de
los que lo han hecho y no tuvieron la misma suerte. El cerebro va conectando
datos, pero en ocasiones lo hace con datos que están relacionados y otras veces
asocia los que sólo coinciden en el tiempo, pero que no tienen ningún tipo de
relación causa-efecto.
Aunque parece increíble, al conocer a una
persona, la primera impresión sólo tarda unos segundos en formarse. Y no
tenemos por qué acertar; de hecho, es frecuente cometer errores imperdonables.Cuando un desconocido, de entrada nos cae bien o mal, suele deberse a que un
rasgo físico, forma de moverse o de vestir, la tenemos asociada a otra
persona. Obviamente, no nos damos cuenta de que nuestra intuición se basa en una asociación inconsciente. Así, si
nuestro cerebro conecta datos que se dan juntos por simple azar, todas las
predicciones basadas en estas conexiones pueden ser
nefastas.
Tomar en serio la cognición rápida, es
decir, reconocer el increíble poder que
tienen en nuestras vidas, para bien o para mal, las primeras impresiones, exige
un importante conocimiento de nosotros mismos,
de nuestra capacidad de gestión y aprendizaje. Vale tanto lo percibido en un abrir y cerrar de ojos como el análisis
racional de meses, porque aquella decisiones exitosas que tomemos,
residirán en un equilibrio entre pensamiento deliberado e intuitivo.
Y a modo de conclusión Jean Shinoda nos
regala una interesante reflexión que envuelven esta idea: "Saber cómo elegir el camino del corazón es aprender a seguir la
intuición. La lógica puede decirte adónde podría conducirte un camino, pero no
puede juzgar si tu corazón estará en él".