Convivimos en un mundo que no es previsible, donde la certidumbre
no es cierta. Aquellas certezas que nuestros padres nos daban y nosotros
asumíamos confiados ya no existen. Esa frase de “si haces todo bien lograrás buenos resultados” hoy,
lamentablemente, como padres, managers, parejas, amigos, no podemos asegurarla.
Y como no podemos hacerlo nuestro rol se transforma en “pequeños grandes”
compañeros de viaje, experimentando los cambios de manera conjunta. Esta
transformación a nivel social que trastoca lo relacional nos propone sin
quererlo un nuevo modelo: en donde el “yo individual” pierde la batalla contra
el “nosotros”.
Pero nadie dijo que esa batalla es fácil, porque estamos
educados para ser exitosos no para ser felices, metiéndonos en vena que la
carrera por los logros se basa en la “sana competencia”, pero esa "sana
competencia" no existe, porque la negación del otro implica la negación de
sí mismo al pretender que se valide lo que se niega. La conducta social está
fundada en la cooperación, no en la competencia. La competencia es
constitutivamente antisocial, porque como fenómeno consiste en la negación del
otro. Aplicamos evidentemente este término al ámbito de las personas, porque dentro
de los negocios es una clara estrategia comercial, aunque que si algún día nos
atrevemos a profundizar en ello veremos como la cooperación empresarial muchas
veces produce grandes avances.
En este ámbito de nuestra reflexión, la competencia es la
simple idea del tú o yo, la idea de la disputa, la contienda, la rivalidad por
obtener la misma cosa. En cambio compartir o colaborar es obtener beneficios
juntos. La colaboración es la competencia inteligente. Pero, colaborar es
extremadamente más complicado que competir. Construir unas bases metodológicas
que hagan que las organizaciones colaboren es mucho más difícil.
El mundo tecnológico nos da un ejemplo y comienza a abrir
una puerta a lo que en principio parecía un escenario dedicada al individualismo,
dando el apellido de “colaborativa” a la inteligencia. Y si nos atenemos a la
etimología, inteligencia significa “saber escoger”, por lo tanto, la elegida es
la colaboración.
Pero decirlo es algo si se quiere hasta es “moderno/actual”,
pero ponerlo en práctica requiere de muchos requisitos indispensables para
llegar al éxito. Algunos de estos son: la humildad, la escucha, el
reconocimiento, la visión, la integración, la empatía, entre otros. Y no hace
falta irnos muy lejos para detectar el embrión colaborativo por antonomasia: simplemente
con asomar la cabeza por la ventana de nuestras familias, seguida por nuestras
relaciones personales, relaciones de grupo, laboral, etc.
Es importante que entendamos que la necesidad del otro es
una virtud no una dependencia. Todo lo que hacemos en nuestra vida tiene un eslabón
social, estemos donde estemos, hagamos lo que hagamos. En la interacción se
produce la energía, la complementariedad, en definitiva el crecimiento y la
evolución. El grupo es más fuerte que el gen individual. El bien del grupo
también cuenta en la evolución, porque el mejor resultado que podemos obtener es
producto de que todos en el grupo hagan lo mejor para sí mismos y por ende para
el grupo.
Por lo tanto, la competencia por llegar solo tuvo un instante embrionario de gloria en nuestras
vidas, pero al dar a luz el instinto natural nos llamó al llanto, a la
protección, al intercambio, a la supervivencia para desarrollar nuestra vida, olvidándose
del Yo y abrazando al Nosotros, aunque muchas veces nos olvidemos de ello.
DIEGO LARREA