La tradición ha considerado a las emociones
experiencias impredecibles e incompatibles con los juicios sensatos e
inteligentes. Hablamos con tono descalificativo de tomar decisiones basadas en
las emociones, intuición o en los sentimientos. Cuando las personas reaccionan
emocionalmente, consideramos que están experimentando una regresión y mostrando
sus naturalezas primitivas y animales. Esta forma de pensamiento originada hace
milenios, se mantiene en el pensamiento occidental actual y como consecuencia
en la concepción cotidiana que todas las personas poseen sobre el
funcionamiento de los procesos emocionales.
A pesar de ellos, durante años, continuamos
preguntándonos ¿Qué es lo que realmente nos motiva en nuestras acciones? ¿Qué
es lo que nos mueve hoy en nuestra vida?, no hace 10 años atrás o dentro de 10
años, sino hoy. ¿Continuamos con el mismo patrón? Cuando se activa la fuerza
intangible del impulso interno, estamos ante la mayor oportunidad que se nos
puede plantear: el verdadero rol de la emoción. Porque el arte de la
satisfacción es la diferencia que, como seres humanos, nos distingue entre una
forma de hacer o no hacer las cosas.
Podemos establecer un desierto o un terreno
fértil entre lo racional y lo emocional, eso dependerá de cada uno de nosotros.
Pero lo que cada día está más claro, es que cuando se trata de la verdadera
satisfacción sobre lo que hacemos, se abre un túnel inmenso lleno de
interrogantes que escapa de toda racionalidad bajo el signo del Excel.
Desde el pensamiento psicológico actual
existen algunas concepciones que suponen una ruptura con respecto al
pensamiento clásico. Desde la perspectiva cognitiva, se mantiene que las
emociones poseen tanta importancia como los procesos racionales y que su
influencia puede ser positiva. No obstante, se sugiere que las emociones
siempre dependen sustancialmente de la razón. No existe emoción sin pensamiento
o razón y nuestras emociones son realmente producto de la forma en que
interpretamos lo que está ocurriendo a nuestro alrededor. Por tanto la
perspectiva cognitiva, no supone una ruptura completa con respecto al
pensamiento tradicional porque aunque se perciba a las emociones como procesos
de posible influencia benéfica y no se les considere independientes y
excluyentes, siguen siendo dependientes de los procesos racionales.
Entonces, si razón y emoción se dan la
mano, ¿Por qué nos encargamos de enfrentarlas?. El conseguir que las cosas tengan
sentido es aquello que más nos mueve, es decir, pone en marcha nuestro sistema
emocional, fuente de toda motivación,
ayudándonos cuando nos vemos encarcelados en la vorágine de las
responsabilidades, anteponiendo los “cómos a los para qué”. Y en ese abandono
entre el objetivo y la manera de hacerlo, pueden romperse relaciones, perderse
momentos importantes de nuestras vidas, olvidarnos de lo que más queremos,
incluso hasta de nosotros mismos.
Estamos tan obsesionados con la meta que
olvidamos para qué hemos salimos a correr.
Por ello, es bueno que tengamos en cuenta que contrariamente a lo que
nos han educado, la emoción es fundamental para pensar eficazmente, tomar
decisiones inteligentes y permitirnos pensar con claridad. Las emociones son
importantes para el ejercicio de la razón. Buscar las emociones es encontrarnos
con nuestros verdaderos deseos, objetivos, con nuestras auténticas
elecciones. No olvidar las emociones
ratifica nuestra planificación racional.
En la razón de la emoción todo lo que
hacemos tiene un por qué, y la forma de descubrirlo está a nuestro alcance, que
muchas veces por el simple hecho de pensar en el logro, nos olvidamos de
nosotros mismos, de nuestro entorno, y del instante en que
nos dijimos “ahora”.
DIEGO LARREA
Twitter: @larreadiego