Llamadas sin respuesta, necesidades sin atender o señales
que muchas veces ni encuentran cauce para decirse. Todos deseamos tener respuestas.
De una u otra manera, más o menos dependiente, buscamos el entendimiento, la
certeza, la linterna guía. Conozcamos o no hacia dónde vamos en cada decisión o
momento existe esa necesidad de respuesta. Y no se trata de escuchar una
contestación que apague esa sed, porque a veces ni formulamos la pregunta.
Y por otro lado no es fácil dar respuesta, y sobre todo de
una manera empática, en el momento adecuado y en el lugar indicado. La
observación y la escucha son ejes fundamentales en la relación con “el otro”,
pero quedan relegadas a la nada si no somos capaces de dar la respuesta de esa
forma. Al responder confirmamos la presencia del otro, algo que puede parecernos
una obviedad pero lamentablemente de manera consciente o no, suele ser un gran
problema para muchos que se sienten ignorados o “inexistentes”. Dando respuesta
damos valor a la necesidad y al espacio que dentro de la persona se produce.
Es tan inútil una respuesta ignorante como un pregunta huérfana.
Dar respuestas no es salir del paso, no es contestar lo que se me ocurre en ese
instante producto del cansancio, los nervios, el agobio, la falta de tiempo, u
otros múltiples estados temporales. Dar respuestas implica compromiso,
reflexión, humildad, paciencia y no solo es un acto oratorio sino que implica
una relación directa entre lo que estoy diciendo y lo que haré para acompañar
al otro a desbloquear su incertidumbre. Y aunque nos encontremos con discrepancias
incluso las objeciones se tornan en oportunidades si sabemos dar respuesta.
Creemos que respondemos, creemos que hemos dado en el blanco de
las necesidades ajenas y pensamos que dejar espacios de tiempo sin responder es
lo mejor,. Y no nos damos cuenta que eso
nos convierte en esclavos de nuestras propias ambigüedades y contradicciones, donde
las puertas de salida son meros espejos de auto reflejo.
La respuesta no siempre es palabra, la respuesta muchas
veces es actitud y empatía. Incluso la respuesta es abrazo, escucha, contención
emocional, en definitiva poner en práctica nuestra inteligencia emocional. La búsqueda
de la respuesta quizás no esté en la coincidencia de las palabras e ideas, sino
en la grandeza de integrar, porque reconocer al otro es responderle. Si nuestra
respuesta es la de los “monologuistas
hipoacúsicos” entonces no esperemos encontrar puntos de coincidencia. No
siempre la respuesta es la lección del día, el sermón con moraleja, a veces la
respuesta es un ínfimo detalle.
También la ausencia de respuesta y de palabra dificulta la
creación de esos espacios comunes. Y cuando
aprendemos a hacer sentir de manera diferente al que demanda nuestra respuesta,
en vez de hacerles entrar en razón con nuestra racionalidad, estaremos dando un
gran paso en nuestra propia evolución. Si como decía Nietzsche sólo
comprendemos aquellas preguntas que podemos responder, la verdadera respuesta
no es la satisfacción a una pregunta, duda o dificultad, sino la comprensión de
una simple mirada.
DIEGO LARREA
Twitter: @larreadiego