Charles R. Swindoll estaba convencido que
la vida es 10% de lo que nos pasa y un 90% de cómo reaccionamos a ello.¿Qué
importa cuánto sabemos, o cuanta verdad relucen en nuestras palabras, o si
sabemos que llevamos la razón, si no somos capaces de transmitir nuestro
mensaje al otro?
Nuestras forma de hablar, de movernos, de
no hablar, de no movernos, de hacer o no hacer, influyen directamente en el
mensaje que intentamos transmitir o la posición personal/profesional que
queremos tener frente a las demás personas. Incluso aquellos que dicen que no
les importan estas reflexiones sobre lo que sienten o perciben los demás con relación
a su forma de actuar, están adoptando también una postura.
Nuestro "cómo", nuestras "formas", nuestras
"maneras" son nada más ni nada menos que la primera carta de
presentación sobre nosotros mismos. Van a dar exactamente igual nuestras buenas
voluntades que si lo que trasmitimos no llega, llega distorsionado, sufre
cortocircuitos en el camino, el objetivo final será todo un fracaso, si es que
realmente nos interesa “seducir” al otro y compartir con él/ella nuestra visión
de las cosas. A la verdad podemos compararla con una piedra preciosa: si la
lanzamos contra el rostro de alguien, puede herir, pero si la envolvemos en un
delicado embalaje y la ofrecemos con “ternura”, ciertamente será aceptada con
agrado. Así de simple, y el material es el mismo.
Muchas veces estamos convencidos que
ganamos autoridad, respeto o superioridad cuando utilizamos recursos
“combativos”, y pensamos que generamos
más jerarquía cuando marcamos distancias. El liderazgo no sólo es una
competencia dentro del ámbito de la empresa, sino también dentro de nuestra
vida personal, cuando por delante de nuestra idea o nuestra teoría sabemos
reconocer, sabemos influir, y por último logramos verdaderamente convencer no
por imposición sino por “co-construcción”.
Uno de los errores que solemos cometer es detenernos
más en la idea y no en el cómo transmitirla. Y esto no es un tema exclusivo del
management, sino también de todo tipo de relaciones personales, profesionales,
comerciales, etc. Podemos perder mucho en el camino si no tomamos las medidas
necesarias a tiempo.Ayudaremos al éxito de nuestro cometido si logramos
integrar nuestra inteligencia emocional a la “estrategia” de nuestro mensaje. Y
no necesitamos dinero o circunstancias maravillosas para resolver este efecto,
simplemente es una cuestión de actitud y “la excusa no tiene escusa”. Y es un
ejercicio que va desde la acción cotidiana más simple, hasta la situación
relacional más compleja. Nadie dijo que relacionarse era fácil.
En algunas ocasiones el convencer, el
demostrar, incluso en establecer una simple conversación no representará ningún
tipo de esfuerzo, pero en muchas otras probablemente nos represente un mayor
desafío, que incluso nos ocupe más tiempo que la generación de la idea que
queremos compartir. En terrenos fértiles
sembramos hasta tornillos, pero en los áridos a veces no somos capaces ni de
remover la tierra.
Lo mismo nos sucede con el conocimiento de
las personas, nos basamos más en el popular “feeling” que en el verdadero
conocimiento de las mismas. A aquellas que intuimos más complejas de conocer preferimos evitarlas, incluso nos
auto convencemos lanzando un comentario que justifique nuestra actitud
evasiva. Otras veces incluso intentamos
dar una “seudo lección” poniéndonos en una actitud distante para que el otro
“escarmiente” en su supuesta humildad, en su dominio de sus ambiciones, sus
ansiedades, etc, y no nos damos cuenta que esa estrategia sólo provoca más
frustración, más separación, más desentendimiento, y levanta una gran muralla.
Aristóteles decía que ponerse “furioso” era
fácil. Pero estar furioso con la persona correcta, en la intensidad correcta,
en el momento correcto, por el motivo correcto, y de la forma correcta… eso si
que no es fácil. Tropezamos muchas veces contra nuestra propia torpeza
relacional, y sólo llegamos a verlo con claridad cuando nos encontramos en el
rincón oscuro de otra torpeza ajena.
Crear, hacer habitual, incluso
institucionalizar la experiencia de abrir espacios para compartir con
honestidad, humildad, escucha profunda acerca de lo que estamos “sintiendo”, lo
que estamos buscando, lo que necesitamos, es un gran primer paso para el
desarrollo de este aspecto.
Las formas nos deforman a veces para mal,
pero muchas veces para bien porque nos transforman, nos dibujan, nos pincelan,
nos retratan, nos acercan, nos identifican, nos integran, nos realzan, nos
ayudan, porque al fin de cuentas, buscando en la simpleza de los pequeños detalles encontraremos
el gran éxito de nuestros propósitos.
DIEGO LARREA
Twitter: @larreadiego