Los
prejuicios son la razón de los tontos, decía
Voltaire. Y ¿qué tienen en común éstos con los estereotipos y estigmas? Los
tres están basados en: creencias falsas, falsas generalizaciones o que juzgan
como superior una característica, creencia o atributo. Vivimos en el mundo de
la inmediatez, del mensaje corto, de la reflexión vertiginosa, de me gusta o no
me gusta, dejando relegada a las últimas
posiciones el poder descubrir la esencia de las personas, no sólo por lo que
dicen de él o ella, sino por lo que son realmente. En el universo de las
comunicaciones el auténtico conocimiento del ser humano pierde cobertura.
Las relaciones interpersonales son parte
vital de nuestra supervivencia, en ellas está el secreto del éxito o del
fracaso. Muchos de nuestros problemas surgen del poco conocimiento que tenemos
del otro, del poco tiempo que invertimos para ello, prefiriendo en varias
ocasiones recurrir únicamente a nuestra intuición o basarnos exclusivamente en nuestro
feeling para emitir juicios de valor, incluso para abrir o cerrar sus puertas,
hasta utilizamos el recursos de los demás sin importarnos si esos “otros”
conocen fielmente o no a quien estamos “evaluando”.
La pre concepción que tengamos de las cosas
afecta lo que percibimos. Cuando la información social es ambigua esto importa
aun más. Incluso dadas ciertas condiciones, nuestras pre concepciones pueden cegarnos
frente a información que va en una dirección contraria a nuestras creencias.
El conocimiento y la confianza son dos
pilares fundamentales en las relaciones humanas. Ninguno de los dos puede
mendigarse, y menos regalar nuestro derecho a los otros a que lo hagan por mí.
Nadie nos conoce más que nosotros mismos, y por el sistema geométrico de la
obviedad: a menor distancia de nosotros, mayor capacidad de certezas. Sólo
podemos hablar de lo que sabemos, entender lo que conocemos, y cuanto más
próximo estemos de las personas, mayores recursos tendremos para hacerlo. El
depositario de excusas puede ser realmente enfermizo y dañino, ocasionando
grandes vacios que nos encierran en habitaciones kafkianas buscando sin ningún
sentido las gafas del ser y del no ser.
Si fuésemos capaces de ver en el otro
nuestro propio deseo del bien, nuestro propio deseo de evolución, nuestro propio deseo de contribución y de
felicidad, quizá ese auto reflejo podría hacernos entender que todos
necesitamos la oportunidad de ser escuchados, de ser valorados, de ser
conocidos como realmente somos.
Las personas, los productos, las marcas, tienen frente a sí una energía que le da cuerpo a su imagen.
Si llegas a conocerlos, a probarlos, a vivirlos, es posible que el preconcepto
o prejuicio desaparezca, y el rumor de “aquel que dicen que dijo” quedará
disuelto en la propia boca de tu certeza.
Y como decía Schopenhauer: lo que se
opone más al hallazgo de la verdad no es la falsa apariencia que surge de las
cosas, llevando al error, ni tampoco inmediatamente la debilidad de la
inteligencia, sino la opinión presupuesta, el prejuicio que se impone como
impedimento a priori a la verdad.