La ignorancia de
ignorar esconde el miedo del ignorante y el dolor del ignorado. “Don Nadie” es
un personaje ficticio, toda semejanza con la realidad es pura coincidencia, o
no. “Don Nadie” tenía un nombre, y era una persona respetada y querida, que
vivía medianamente feliz entre sus luchas cotidianas y sus deseos de progreso,
hasta que un día, de manera inexplicable, pasó por el lugar incorrecto y a la
hora equivocada.
Fue una mañana de
lunes gris, uno más entre tantos que iba a su trabajo. Todo transcurría
normalmente hasta que al llegar encontró una puerta al lado de la puerta de
siempre. Nunca la había visto. Tenía un gran cartel que decía: «A partir de
hoy debes entrar por aquí». Extrañado y dubitativo sintió la obligación de
respetar el mensaje y decidió abrir.
Una vez dentro, la
puerta se cerró fuertemente detrás de él. Era el lugar de siempre, el de todos
los días, las personas de siempre, la rutina de siempre, pero algo había
cambiado, él tenía la sensación que nadie lo miraba, lo escuchaba, lo percibía.
Intentó acercarse a alguno de sus compañeros pero era inútil...parecía
invisible. Corrió hacia un espejo cercano y sí se vio reflejado allí.
Desesperado comenzó a angustiarse, los nervios subían por sus venas, y fue cuando,
en su frenética búsqueda porque alguien lo identificara, encontró sobre una
mesa apartada, oscura, casi lúgubre, un papel que decía: «Este lugar está
reservado para Don Nadie». Dudó en sentarse pero no tuvo más remedio que
hacerlo. Una vez sentado allí comenzó a contemplar a su alrededor como los que
no lo veían, ni sentían, ni hablaban de él, en algunas frases pronunciaban su
verdadero nombre. Y hablaban de tal manera que parecían conocerlo, pero
"Don Nadie" jamás había hablado con ellos, ni ellos con él. Él se
preguntaba ¿cómo eran capaces de realizar ese absurdo identikit de alguien que
no conocían e ignoraban? La suma de ignorancias hizo de nuestro personaje un
auténtico desconocido, un marginado, donde un halo de percepciones arbitrarias
lo etiquetaban y lo dejaban aislado en su rincón para siempre. Jamás pudo salir
por la puerta que entró. Cuenta la leyenda que “Don Nadie” se convirtió en una
extensión del mueble donde se sentaba y que alguien, rara vez, desempolvaba su
mesa preguntándose de quién sería ese sitio.
¿Cuántos “Don Nadie”
conocemos o hemos conocido? ¿Nos hemos sentido alguna vez “Don Nadie”?. Si
hemos conocido alguno, ¿qué actitud tuvimos frente a ellos? Si hemos sido uno
de ellos, ¿cómo nos hemos sentido? Cualquier tipo de combinación de estas
preguntas derivan automáticamente en el miedo. El miedo es uno de los frenos
más dolorosos e importantes en esta sociedad, una sociedad que camina en un
proceso acelerado hacia una transformación social digital y muchas veces
descuida este tipo de vectores, claves en una verdadera integración, inclusión
y diversidad de los procesos de desarrollo y cambio.
Si a este miedo le
sumamos la absurda autocondena de sensación de inferioridad, los celos, los
prejuicios, la propia ignorancia, la apatía, la endogamia, tendremos en
nuestras manos una de las peores pócimas que un ser humano puede probar: la
ignorancia del olvido. Tanto los managers, en el contexto laboral, como los
responsables de equipos, padres, madres, parejas, amigos, familiares, deben
estar atentos para que este tipo de situaciones no sucedan en su entorno.
Porque estas circunstancias de aislamiento se dan con muchísima más frecuencia
de lo que nos podemos imaginar, y a veces con desenlaces desafortunados. Y seguramente
son los detalles perdidos los que nunca se han tenido en cuenta, pero que
siempre han sido detalles esperados por el ignorado. Los
“detalles”: bendita palabra que tantas situaciones hubiera solucionado.
Los prejuicios que
nos han regalado del “otro” o que hemos creado nosotros mismos, son como decía
Albert Einstein, más difíciles de superar que desintegrar un átomo. Debemos ser
capaces de extinguir a los “depredadores de emociones”, utilizando los valores,
el sentido común, la dignidad, blindando con ejemplaridad las puertas y
ventanas de nuestros ambientes laborales o personales para que este tipo de
agentes nocivos/negativos no espanten, aniquilen, ni hagan falsos identikits de
“Don Nadie” a quienes viven en ellos.
Debemos ser lo
suficientemente inteligentes para entender que las frustraciones no vienen
solas, que algo o alguien puso el tronco en el medio del río, y que desvió su
cauce e incluso provocó inundaciones. “Don Nadie” no buscaba su fracaso, porque
todos buscamos de manera directa o indirecta la felicidad. ¿Pero alguien se
sentó junto a él para escucharlo y conocerlo? A veces nos es más fácil dejarnos
llevar por la corriente que aventurarnos a ir en su contra, sin reparar en el
daño que podemos hacer al otro. Todos necesitamos ser escuchados y también
aprender a escuchar, quien diga que no, está equivocado de planeta. Las
personas se visten de experiencia, no de prejuicios, pero deben contar con un
buen líder que sea capaz de ver y escuchar por sí mismo, alejado de todos los
halos y fantasmas heredados.
Pero también “Don
Nadie” está en nuestros hijos, cuando creemos darle a nuestro tiempo una
importancia inamovible. “Don Nadie” está en la gente de nuestro equipo, que ni
siquiera saludamos, hablamos o preguntamos cómo está. “Don Nadie” está en
nuestra vida personal cuando presuponemos que nuestros seres queridos son su
siempre bonito estado de Facebook. La vida es sumamente dinámica y lo que
ayer brilló hoy es opaco, lo que ayer estaba encumbrado hoy se quita tierra del
pozo y viceversa. La vida es sumamente dinámica y no avisa, y puede
sorprendernos de cualquier manera y forma. La vida es preciosa, pero que no nos
sorprenda sentados en una mesa apartada, oscura, casi lúgubre con un papel
delante que diga: «Este lugar está reservado para Don Nadie».