A veces creemos ser infinitos, perfectos y eternos sumergidos en la fascinación de nuestra estabilidad, nuestros logros, victorias, buenas rachas, etc. Todos y todo parece sonreírnos, y casi sin quererlo olvidamos el epicentro, el sentido común, el porqué de lo que hacemos y cómo lo hacemos.
Porque somos rueda, y lo que hoy está arriba mañana no estará, lo que ayer era seguridad hoy es fragilidad, los aplausos se transforman en silencio, las sonrisas en olvido. Y no es una lectura pesimista sino todo lo contrario, es poner en valor nuestra verdadera inteligencia situacional, emocional junto a nuestros verdaderos valores e incluso junto a nuestros seres más queridos que serán el termorregulador perfecto de acción balsámica que nos ayudará en esos giros descendentes que la vida nos regala como enseñanza de sabor muy amargo como el remedio que nos daban nuestras abuelas o madres.
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