En esas tardes calurosas de Buenos Aires, mi querida abuela
me recordaba lo importante que era hablar suavemente a las plantas y hasta
incluso acariciarlas. Algo que de
pequeño yo no entendía y hasta me parecía un poco raro. Ella me miraba con sus
dulces ojos de «algún día lo entenderás» y continuaba mimándolas y regándolas.
Y cuando observaba de lejos el precioso resultado de ese cuidado, algo me decía
que no se estaba equivocando.
El sentirnos valorados, queridos, cuidados, en definitiva,
el sentirnos importantes para los demás tiene unas dimensiones y unas
repercusiones extraordinarias en nuestra salud física, psíquica, emocional y en
nuestro rendimiento profesional.
Las endorfinas se activan cuando nos hacen o hacemos sentir
importantes, considerados, valorados, incluidos y cuidados a los demás. Y de esta forma logramos estimular el
potencial ilimitado que cada ser humano posee internamente, haciendo que el
desempeño tanto personal como laboral sea mucho mejor. Los detalles son los
grandes responsables de todo éxito. Porque todo lo que sentimos profundamente o
imaginamos con claridad queda impreso en el subconsciente, manifestándose en
esos sutiles y aparentemente imperceptibles detalles. El valor de la
importancia es el más grande de los detalles. Un regalo noble que aprecia más
de lo que imaginamos un amigo, nuestra pareja, nuestros hijos, nuestros
equipos, nuestros compañeros y también nuestros clientes.
¿Y qué cosas hacen sentir importante al otro? Edificar su
autoestima desde un lugar noble y cercano, reconocer su existencia, sus
necesidades, aceptar su esencia, conociéndole y «escuchándole y no oyéndole».
Tomarse el buen tiempo para generar juntos la confianza a pesar de las
distancias y posibles fracasos. Construir
caminos juntos y no invitando siempre a que caminen el nuestro. Estar en el
momento indicado que el otro lo necesite y no cuando yo pueda. Dar la cara
cuando él esté en plena lluvia de bofetadas, brindándole la palabra justa. Es
decir, intentar caminar con sus zapatos antes de juzgarlo, pero por sobre todas
las cosas: regalar detalles.
Y, por el contrario, lo que NO hace sentir importante al
otro es: cuando lo destruimos con la ignorancia, con el olvido, con el
aislamiento, con los prejuicios, con el sectarismo o ensuciando su
confianza. También se lo destruye, entre
otras cosas, cuando no escuchamos para entender sino para contestar, con la
crítica humillante en público, con el teléfono en la mano y la urgencia
repentina cuando nos necesitan, cuando lo que me pasa a mí siempre es lo urgente
e importante, cuando los problemas del otro son una montaña de aburrimiento o
cuando consideramos que es incapaz de gestionar sus emociones correctamente.
Por lo tanto, tenemos en nuestras manos la capacidad de
crear espacios de convivencia, comunicación y colaboración cada vez más
próximos, creíbles, y duraderos que hagan emerger lo mejor de cada uno llegando
a resultados extraordinarios.
No dejemos que las plantas que están a nuestro alrededor se
marchiten, hagámosles sentir importantes, reguémoslas y cuidémoslas todos los
días. Porque tal vez lo realmente importante sea esto: el valor de la
importancia, y no donde ponemos nuestro foco día a día. Y recordemos algo que nunca falla: mañana
podemos ser “el otro”.
Detengámonos solo unos instantes para pensar en todos
aquellos que ahora están a nuestro alrededor, y que dependen directa o
indirectamente de nosotros. Saquemos
esos pequeños grandes detalles que están a la alcance de nuestras manos para fomentar
relaciones, proyectos, trabajos de una calidad única, colaborativa y
multiplicadora de buenas emociones. Seguramente nos van a conducir al éxito,
producto de poner en valor la importancia del otro. Porque como decía Mark
Twain, «la gente grande es la que te hace sentir que tú también puedes ser
grande».