La escucha de la
expectativa es una de las grandes claves de las relaciones humanas y
comerciales del siglo XXI. El escenario del mundo de los negocios, por
ejemplo, es el fiel reflejo de la sociedad en la que se desenvuelve y por tanto
es imprescindible conocer y comprender de primera mano las expectativas,
tanto de los que integran la empresa desde dentro (sus trabajadores) como los
que forman parte de ella desde fuera (sus clientes). Lo mismo sucede entre las
personas.
El simple detalle del ser, del estar o del formar parte, genera
directamente o indirectamente una expectativa, tanto en el plano personal como
profesional. Que ella se produzca es un buen síntoma porque esa sensación que
asoma en el interior del que la tiene evidencia interés y acción. También
demuestra una sana ambición por ser miembro de un proyecto, por sentirse equipo
y grupo, por vivir un espíritu de unidad, de colaboración, integración,
valoración, desarrollo, etc.
Las expectativas son
creencias profundas que las personas tenemos sobre las posibilidades, sobre el
potencial que otros seres humanos o nosotros mismos poseemos. Cuando
creemos que existe algo de un valor extraordinario, emerge de forma natural el
deseo ardiente de hacerlo surgir.
Vivimos esperando con curiosidad y tensión un acontecimiento
que para nosotros es más o menos importante. Mantenemos la posibilidad de que ocurra,
a la espera de que suceda, con la convicción de que pasará, porque en realidad
no vivimos las expectativas como una posibilidad, sino como algo a lo que
tuviéramos derecho, algo que ya hemos visto, que ya hemos mirado (exspectātum) y que a lo sumo sólo está
por llegar.
De ahí la importancia de la buena gestión de las
expectativas, tanto del que las tiene, del que las produce o del que tiene las
llaves para que se concreten o no. Pero cuidado, no confundamos expectativas
con compromisos o expectativas con exigencias. La buena comunicación, la
empatía, y el verdadero conocimiento del otro harán que estemos al menos muy
cerca de comprender el porqué de esos anhelos. Tratando de conectar de una
manera transparente, en un marco de buena confianza, y estando siempre a la
altura para brindar con humildad el acompañamiento necesario.
Trabajadores, clientes, parejas, amigos, todos necesitan
manifestar o compartir de alguna manera sus expectativas. Por lo tanto, todos
jugamos un rol muy importante a la hora de dar la contención necesaria para que
el agua de las expectativas nunca desborde el río. Y, además, porque esas
expectativas también pueden ser nuestras.
Mis expectativas son la expresión de lo que yo deseo, lo que
forma parte de mí y debo ser consciente de ellas, no darlas por sentadas y
mucho menos por descontadas. Darles presencia, darles palabra, y sobre todo darles
acción, huyendo de la exigencia. El cómo experimentamos las cosas depende en
buena medida de lo que esperamos de ellas. Nuestras expectativas influyen en cómo
percibimos la realidad. Por eso son tan valiosos nuestros pensamientos, porque determinan
la manera en que nos enfrentamos a lo que nos rodea. Y es muy valioso rodearnos
de personas claras, que nos aporten luz y excelente sensibilidad para sacar de
nosotros lo mejor.
Podemos dar respuestas o acompañar las expectativas de
nuestros equipos, de nuestros clientes, parejas, amigos e hijos, de una manera
cercana, buscando el buen momento, llenos de escucha, con inteligencia
situacional y emocional para no generar esperas que desesperen. El buen conocimiento del otro siempre será
un éxito independientemente del camino a seguir.
Y tan importante es cuidar las expectativas que como dijo Xavier
Velasco: “sufre uno por aquello que espera, más que por lo que quiere.
Aceptamos que los deseos puedan ser imposibles, pero jamás las expectativas,
que son como las deudas del destino”.