Comenzábamos a transitar los primeros desafíos de la nueva Era Digital tanto en lo personal como en lo profesional, cuando el maremoto de la pandemia nos obligó a nadar sin rumbo en nuestras propias limitaciones, frustraciones y angustias.
No descubrimos nada si decimos que el impacto psicosocial por todo ello es evidente y lo estamos vivenciando en primera persona. Podemos experimentar y mirarnos hoy al espejo durante más de tres minutos y dejar que él mismo nos hable. O simplemente mirar nuestro contexto más cercano y contemplar con detenimiento. ¿Qué nos dice ese espejo? ¿Qué nos expresan esas personas que están a nuestro alrededor? Probablemente no hayamos "tenido tiempo" de hacerlo, de tener ese preciado instante con nosotros mismos y para con los demás. Porque esa pausa impensada en tiempos de vértigo comunicacional no existe y la inmediatez se convierte en la Directora General de nuestra campaña personal.
Somos conscientes, además, de que los daños colaterales de una crisis internacional de esta magnitud (a las puertas de cumplir un año en nuestras vidas) pueden todavía dejarnos su huella dentro de nosotros y nuestras vidas durante meses o algunos años.
Esa sensación de hastío, miedo, rabia, ansiedad, aburrimiento, nervios, apatía y desilusión, además de provocar un sistema inmunológico debilitado y vulnerable, nos puede llevar a un peligroso estado de veleidad, consecuencia de una clara necesidad de supervivencia. Gran parte de la situación general de caos que nos afecta en nuestro día a día de manera directa, se traduce en un aluvión de información que nos llega o que buscamos para encontrar respuestas de manera exasperada como un vaso de agua en el desierto para poder seguir andando. Pero, cuando la comunicación que necesitamos para subsistir o "resistir" se transforma en desesperación, caos o confusión, solo hay un perjudicado: nosotros. A eso le llamamos pandemónium. Un lugar en el que reina un gran desorden, ruido y griterío.
Y en ese estado de sobresaturación, nos refugiamos inconscientemente (o a veces conscientemente) en pequeños recreos u "oasis" que nos permiten distendernos e intentar darle una tregua a nuestra minada moral o psiquis. Por ello nos sentamos frente a una TV que casi no miramos o gastamos nuestra huella dactilar del dedo índice golpeando nuestro teléfono móvil intentando hacerlo despertar o enviando un mensaje en "código Morse" de tanto utilizarlo. Buscamos sin buscar, miramos sin observar, creemos que leemos, que contestamos, que participamos, pero solo sobrevolamos, solo intentamos sedar temporalmente nuestra inquieta incertidumbre.
Entonces, ese juego de "enfermero instantáneo" se transforma casi en una adicción dentro de nuestras inevitables confinadas cuatro paredes.
Si como decía Marco Aurelio la felicidad de nuestra vida depende de la calidad de nuestros pensamientos, el resultado de nuestra realidad actual cae por su propio peso.
Hoy nuestra calidad emocional ronda los índices más bajos a nivel particular y global. La sensación de "acostumbrarnos" a lo que estamos viviendo provoca un cúmulo de desasosiego, inmovilidad y un peligroso camino hacia la apatía o abulia. El aislamiento y la falta de socialización influyen en todo ello y no nos permite el lógico drenaje de nuestro "embalse", cuyos niveles a día de hoy están al máximo.
No es una cuestión de edad, estamos contemplando las mismas reacciones en casi el conjunto de la sociedad, sin distinción. Y por supuesto tenemos una alerta máxima en los niños o jóvenes que por cuestiones lógicas de madurez, evolución o aprendizaje aún no cuentan con todas las herramientas para hacer frente a una situación de tal envergadura. Si a los mayores, con habilidades más desarrolladas nos está suponiendo una dura batalla, imaginemos su experiencia y vivencia al respecto.
Esa "fatiga emocional" que hoy llaman los expertos y que golpea a cada uno de nosotros nos encierra en un laberinto donde la falta de concentración, de interés, de motivación, de paralizar todas las decisiones "hasta que aclare", nos llevan a una desobediencia con nosotros mismos, una rebeldía interna ante todo y ante lo que nos pongan sobre la mesa. Y nos aislamos más, nos encerramos más (dentro de nosotros mismos), evitando todo aquello que nos pueda ocasionar dar un paso en falso por temor a caernos.
En definitiva, estamos diseñando un pequeño nido artificial de supervivencia, un pequeño búnker ante cualquier explosión exterior. Y en ese lugar aparentemente ideal solo existe una realidad ficticia. Mientras tanto, fuera de esa cápsula personal, la vida continua y serán otros los que tomen las decisiones por nosotros, los que sigan andando y los que establezcan las nuevas reglas en estos primeros pasos de la nueva Era.
Nuestra quietud o nuestro abandono serán una piedra contra nuestro propio tejado. Dejemos entreabierta al menos la ventana al aprendizaje y a la curiosidad aprovechando estos tiempos tan inconexos, ambiguos e irrespetuosos en un espacio de entrenamiento personal intelectual, fortaleciendo aquellas habilidades o competencias que tenemos dormidas o que necesitamos incorporar. Porque un día la tormenta acabará y nosotros debemos salir al patio a correr, sonreír, gritar de alegría y comenzar nuevamente. Aunque la realidad no será igual que antes. Y el tiempo que hoy estemos invirtiendo será clave para nuestro éxito en la nueva etapa. Recordemos lo que decía Stephen Hawking, detrás de su esclerosis lateral amiotrófica (ELA), que el mayor enemigo del conocimiento no es la ignorancia, sino la ilusión del conocimiento.
Nadie lo hará por nosotros mismos. Ya sabemos donde está el "enemigo virtual". Las excusas siempre se llamarán igual, la realidad nunca quiso que dejemos de enfrentarla, lo seguirá haciendo y como vemos no deja ni dejará de sorprendernos. Por lo tanto, salir del estado de veleidad actual es un reto al que nos enfrentamos todos, en una dura y compleja misión. Dependerá única y exclusivamente de cada uno de nosotros y será el mejor de los desafíos que nos podamos proponer. Toda preparación será poca para los nuevos tiempos que están por venir. Y es en ello donde debemos verdaderamente centrarnos y no permitir que la fatiga nos gane la pulseada. Únicamente así el pandemónium de la incertidumbre caerá en su propia duda, vacilación o recelo. Irá cayendo poco a poco de manera proporcional a nuestra capacidad de rehacernos, reconvertirnos y dar esa mejor versión de nosotros mismos. Seamos nosotros el cambio que deseamos ver a nuestro alrededor. Tenemos algunas certezas: los "no", los "peros" y el contexto adverso no facilitarán nuestro camino. Pero también contamos con la certeza más importante: saber que como resultado de ese esfuerzo podremos posicionarnos en el mejor de los escenarios futuros y de nuestra propia evolución, con una experiencia única e histórica y con la verdadera sensación de felicidad impregnando todas nuestras metas soñadas.
DIEGO LARREA BUCCHI
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