Somos
nuestros propios directores de orquesta de nuestra sinfónica vida y llenamos
sin darnos cuenta espacios plagados de susceptibilidades, donde muchas veces los mensajes son inconexos producto de
creencias preconcebidas, y donde cobra una importancia de “res iudicata” (cosa
juzgada) lo que “supongo de”, lo que “siento
por”, lo que “creo de”, lo que “me han
dicho sobre” o bien lo que “aparentemente...”, “seguramente...” “no lo sé
exactamente pero…”, “tiene toda la pinta
de...”, o “si lo han dicho fue por algo…”.
Las personas
vivimos en dos mundos sistémicos. El primero de ellos es el externo, vinculado
a las relaciones que mantenemos con otras personas: en el aspecto laboral, familiar
o con amigos, profesional, social, político, etc. En cada uno de ellos tenemos
resultados positivos o negativos. Lo normal, la vida misma. A veces mejor en uno
aspecto y otras mejor en otros, pero sobre todas las cosas debemos ser
conscientes de la forma en la que vivimos esos momentos, porque como decía el
filósofo griego Heráclito: "Ningún
hombre puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre ni el agua
serán los mismos."
El segundo de
los mundos, el sistémico interno, tiene que ver con las interacciones de
nuestro mundo de creencias personales y en el cual hoy haremos nuestro
principal foco de análisis. Esas creencias son resultado de las experiencias
del pasado, muchas de ellas vividas y otras traspasadas por generaciones o bien por personas cercanas que de alguna
manera influyen sobre nosotros en nuestro día a día por distintas circunstancias
y tienen su efecto en la realidad que construimos: “toda causa tiene su efecto,
todo efecto tiene su causa” (principio de la metafísica).
Sin embargo,
somos nosotros mismos los que creamos
nuestras oportunidades, creamos nuestra propia realidad, con lo que
tengamos en nuestras manos, no son los demás, somos nosotros. Son nuestras
oportunidades frente a nuestras excusas, nuestras oportunidades frente a
nuestros miedos, nuestras oportunidades frente a nuestros preconceptos. A
partir de allí comenzamos a crear conjuntamente de manera externa nuestra relación
e influencia con los otros.
Somos el
resultado de interacciones y contradicciones de nuestro pasado, nuestra
genética, de la influencia de nuestros ancestros, la sociedad en la que
vivimos, la religión que practicamos, las enseñanzas en el colegio, la universidad,
los puestos de trabajo, nuestros mentores, los amigos, los entornos sociales, o
bien las “no oportunidades” a todo lo que anteriormente he citado, etc.
Los equipos o
las empresas también son el resultado sistémico de personas que llegan con todo
su “paquete” de creencias, preconceptos y susceptibilidades, algunas
irracionales y otras potenciadoras. De ahí que conectemos rápidamente con
algunas personas y con otras nos resulte imposible.
Las
susceptibilidades se despiertan con los primeros rayos de sol o con las peores
lluvias de verano. Solemos culpar y victimizarnos con aquellas personas con las
que nos es imposible relacionarnos de manera efectiva y nuestra actitud es más
parecida a la reacción inmediata del erizo de mar y sus espinas como mecanismo
de defensa que a la dulce mirada de la perra televisiva Lassie . Con estas
susceptibilidades, desde el principio de causa y efecto, creamos y coconstruimos
una relación que no funciona. Y es
entonces donde esas “creencias preconcebidas” comienzan a ejercer una
“influencia tsunámica” capaz de arrasar con todo lo que encuentre a su paso o
bien una “influencia abrillantadora” que hará relucir sin mediar explicación lo
que eres o dejas de ser.
Para revertir
esto es fundamental la disposición de ambas partes a: 1) establecer como base
de acuerdo que las percepciones tienes un gran margen de error cuando la
hacemos desde la ignorancia , 2) abandonar la postura de “tener la razón”, 3)
creer que las experiencias siempre son únicas y de aprendizaje y no importa si,
por ejemplo, el que me enseña tiene 20 años menos que yo y/o menos categoría
que yo en mi trabajo, algo nuevo siempre podré descubrir, la “humildad del
conocimiento” es una de las virtudes más relevantes de un buen líder, 4) tomar
conciencia de que lo que cada persona siente tiene menos que ver con quién es
el otro y mucho más que ver con los sistemas emocionales, espirituales,
mentales, corporales y energéticos internos, y con las creencias y temas no
resueltos de la persona.
No es tarea
fácil sentarse a debatir con nuestras propias creencias, con nuestros
preconceptos, y nuestros propios estereotipos, y más sobre todo si se
relacionan directamente con decisiones que debamos tomar personalmente. Es un
trabajo difícil, y vuelvo a reiterar un término: humildad. Sentarse frente a
nuestro propio espejo reconociendo nuestras arrugas del carácter es un
ejercicio que daña el ego pero que a la larga se convierte en Omega 3 para
nuestro crecimiento personal/ profesional.
El mundo de
creencias interactúa dentro de nosotros creando nuestros valores, motivaciones
y estilo de personalidad, pasando a constituir los filtros desde los cuales
percibimos, interpretamos y definimos la realidad, la nuestra y la ajena.
De ahí la
necesidad de observarnos a nosotros mismos. Enfrentarnos con valentía a ese
espejo para analizar nuestras conductas y nuestros resultados.
El deseo de
pertenecer o no pertenecer a un grupo o a una opinión colectiva más allá de lo
que nosotros realmente creemos, no deberían hacernos “caer en la tentación” de
volver a naufragar en nuestro mar de las contradictorias percepciones.
Nos
excusamos, nos llenamos de teorías múltiples para defender nuestras
susceptibilidades y son tan fuertes esas creencias que pasan a ser nuestras
verdades sin que hayan pasado por el tamiz de nuestras convicciones.
Abandonemos los “es que” como muletilla, y aunque contradiga a mi amigo Andrés
Calamaro cuando escribió “porque el mundo
me hizo así no puedo cambiar”, somos los únicos responsables de nuestras
circunstancias.
Seamos el director/a de orquesta de nuestra sinfónica vida y llenémonos nuestros espacios plagados de certezas y conocimiento, sin tópicas improvisaciones de convivencia y conveniencia forzosa. Nuestros equipos, nuestra familia y nuestro entorno lo agradecerán, y sobre todo nuestra credibilidad y sentido de liderazgo dejarán de ser unas creencias preconcebidas para transformarse en una realidad.
Seamos el director/a de orquesta de nuestra sinfónica vida y llenémonos nuestros espacios plagados de certezas y conocimiento, sin tópicas improvisaciones de convivencia y conveniencia forzosa. Nuestros equipos, nuestra familia y nuestro entorno lo agradecerán, y sobre todo nuestra credibilidad y sentido de liderazgo dejarán de ser unas creencias preconcebidas para transformarse en una realidad.