Somos muchas veces “vulnerables” con nosotros mismos, y sin
quererlo traicionamos nuestro discurso en los momentos más importantes. No hace
falta recurrir a grandes libros para descubrir que lo que nos falta es coherencia. Y sí, llamemos a las cosas por su
nombre. Nos cuesta aceptarlo, porque sabemos que no está bien, y en el fondo
(por suerte) nos duele, pero somos incapaces de continuar esa línea recta,
seguir ese principio y seguramente tengamos diversos motivos: miedos, el qué
dirán, comodidad (zona de confort), status, no dejar de pertenecer al “Club
de los Elegidos”, etc.
Como siempre desde nuestra vida personal a nuestra
profesional necesitamos sentir que todas
nuestras acciones, pensamientos y creencias
son coherentes. En caso de no ser así se producen pensamientos incongruentes (Disonancia Cognitiva) y para reducirlos
recurrimos a la “Justificación
Insuficiente” o “Autojustificación”.
Por ejemplo, una persona con valores y creencias morales
inculcadas desde su infancia puede verse involucrado en acciones que él mismo
rechazaría o bien en situaciones donde implicaría tomar decisiones importantes,
por lo que se ve motivado a introducir excusas que justificarían esa actitud
como: “no lo conozco para hacer un juicio
de valor, pero me baso en lo que tú me digas”, “lo hago para evitar males
mayores”, “hice lo que estaba en mis manos, espero que me entiendas”, “lo importante es mantener el trabajo”, “el
fin justifica los medios”, “entiende, lo hago por tu bien” o “lo hago por el
bien de ellos”, “más vale malo conocido que
bueno por conocer”, “para qué, si así
estoy bien”, “no quiero hacer sufrir a nadie”, “por mi parte sí, pero sabes que
no tomo yo solo las decisiones”, etc.
Esto son sólo algunos ejemplos de las excusas que el cerebro
elabora para justificarse, para reducir la tensión psicológica por la
disonancia cognitiva que se produce cuando estamos pensando o haciendo cosas
que van en contra de nuestros propios valores, creencias o convicciones.
A finales de 1950, el psicólogo social León Festinger
desarrolló una teoría sobre la disonancia cognitiva para describir cómo las
personas manejan ideas en conflicto.
Según él, las personas no soportamos mantener al
mismo tiempo dos pensamientos o
creencias contradictorias y, automáticamente, justificamos dicha contradicción,
aunque para ello sea necesario recurrir a argumentaciones absurdas como las que
hemos anteriormente expresado.
La coherencia está
presente (o ausente) en muchísimos ámbitos, que evidentemente en este post no
profundizaremos por motivos lógicos, como el ámbito político, el religioso,
etc. Es por ello que el desprestigio de algunas de
estas y otras instituciones radica esencialmente en este “gran pecado capital”.
Pero dentro de lo que si nos compete profundizamos dentro del ámbito
empresarial y según una encuesta
realizada a más de 1.800 ejecutivos de todo el mundo por la consultora
estratégica Booz & Company, la mayoría de ejecutivos en todas las industrias
creen que su empresas carecen de “coherencia empresarial” y tienen dificultades
para establecer una estrategia clara y diferenciadora, garantizando que las
decisiones del día a día y la asignación de los recursos estén en línea y
apoyen esa estrategia.
Tengamos en cuenta que el
mayor desafío para las grandes organizaciones y multinacionales es su
legitimidad social y esa legitimidad es aquella que cada una de las
personas que la integra piensa de ella y lo que a su vez piensan los clientes
que la conocen de verdad por haber tenido alguna experiencia. Por lo tanto si
no damos el valor que corresponde a la coherencia dentro de nuestro día a día, corremos
el peligro de que toda inversión choque con la incredulidad hacia nuestra
marca.
No es lo que dices
sino lo que haces, lo que va a marcar la diferencia con el resto. Para
establecer buenas y largas relaciones de valor necesitas transmitir confianza,
y sólo se consigue demostrando coherencia durante periodos prolongados de
tiempo. Todos damos la mejor versión de nosotros mismos, pero sólo unos pocos
destacan, y se debe a la coherencia.
Y el primer gran
ejercicio de valentía es hacerlo con uno mismo, conocer nuestras propias
miserias, reconocer nuestras debilidades y afrontar nuestros miedos, enfrentándonos
cara a cara con nuestro yo ideal, aquel que nos gustaría que viesen nuestros
hijos o nos recordasen cuando ya no estemos. ¿Será el súper hombre/mujer
valiente y coherente que todo lo enfrenta a pesar de las grandes dificultades o
será solo un personaje secundario del cuento de antes de dormir?
Ser reconocido por nuestra línea de pensamiento y de
actuación es una satisfacción, y trabajar en una empresa coherente es muchas veces
un lujo, pero estos tipos de lujos se pueden hacer realidad con el esfuerzo, el
sentido común, la confianza, la verdadera vivencia de los valores y la
implicación de todos.